Esta mañana me desperté y mi reloj marcaba las 2:07. Como era evidente, por la claridad que se veía a través de la ventana, que no eran las 2 de la madrugada, deduje que durante la noche los rayos de las tormentas que tenemos estos días, habían producido un corte de luz y mi reloj se había puesto a cero, volviendo a contar a partir de ese momento.
Si, ya sé que si le hubiera cambiado la pila, ni me hubiera enterado del corte de luz, porque hubiera mantenido la hora exacta. Pero, ¡qué le vamos a hacer!, la procrastinación a veces me juega estas malas pasadas.
Lo cierto es que dediqué un par de minutos a ponerlo en hora y me di cuenta. ¡Hoy es capicúa! 12121 ¡Capicúa! No sé por qué me ponen tan contenta los capicúas, pero ¡me ponen contenta! Es como si las energías del universo se confabularan para tener en ese día sólo cosas agradables y felices. Un poco mucho ¿no? De acuerdo, pero mi rincón irracional o juguetón a veces me da esas sorpresas.
En matemáticas, la palabra capicúa se refiere a cualquier número que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. O sea que es un palíndromo, pero con números.
Lo que pasa es que para los porteños (los habitantes de la maravillosa Buenos Aires), sobre todo para aquellos de cierta edad, un capicúa es mucho más, es “un boleto capicúa”. Hasta el fin de los años 90, los boletos (los ticket) de los colectivos de Buenos Aires se imprimían en series de 100.000, numerados del 00000 al 99999. Esto generaba 1000 capicúas por serie, cuya relativa rareza (un capicúa cada 100 boletos) les daba un valor especial.
El coleccionismo de boletos fue muy popular, pero no era necesario ser coleccionista para que, al subir al colectivo, te fijaras en el número que te había tocado y te pusieras contento si era un capicúa, porque se suponía que te daría suerte.
Surgieron entonces nuevas subcategorías de capicúas. Estaban los reversibles: aquellos capicúas que al mirarse al revés (cabeza abajo) forman un número válido (por ejemplo, el 80608, que dado vuelta forma el 80908). Los reversibles netos: capicúas que al mirarse al revés forman el mismo número, como el 28182. Los ¡qué lástima!: que aunque no son capicúas, su relación directa con ellos los hacía de todas formas, objeto de colección. Se trata de boletos exactamente un número antes o un número después de un capicúa (por ejemplo el 72126 o el 72128). Los muy raros son los que tienen sus cinco cifras iguales, ya que hay sólo diez en cada serie, con la particularidad de que el 00000 (que en realidad equivale al 100000) viene a continuación del 99999, por lo que si sacabas dos boletos, era posible tener los dos consecutivos.
El coleccionismo de boletos capicúas comenzó a declinar a partir de la instalación en los colectivos de máquinas expendedoras, que imprimían un pequeño recibo con números de 6 o más cifras y sin el valor estético de los boletos antiguos. Finalmente, el pago con tarjeta eliminó la entrega de todo tipo de ticket. ¡Y nos quedamos sin capicúas para alegrar el viaje y la mañana!
Eso si, yo conservo en mi billetera uno de mis capicúas (¡vaya uno a saber dónde habrán ido a parar el resto!).
Y, de vez en cuando, suelo mirarlo con un poquito de nostalgia y otro poquito de irracional deseo de que todo vaya bien ese día. ¡Por lo menos ese día! Tampoco pido tanto.

Interesante historia la de los boletos capicúas de antaño en tu ciudad. Al menos conservas un recuerdito que por supuesto te debe dar suerte claro que sí. Un abrazo.
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Gracias por leer y comentar Ana. Un abrazo a ti también.
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Yo tengo guardados algunos de mis boletos capicuas, y ademas, en mi entrada «filatelia» publiqué fotos de tres de ellos (Es esta entrada: https://recuerdosparacuerdos.wordpress.com/2021/02/08/filatelia/ ) yo los «que lastima» no los guardaba. Jajaja.
Un abrazo
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¡Qué lástima Guillermo! ¡Ja Ja!! Leí tu entrada de filatelia y ¡Oh casualidad! yo iba con mi mamá y mi hermano al Correo Central los domingos que salían las primeras ediciones. Yo vivía más cerca, vivía en San Telmo, pero de todas formas era una aventura: las colas para comprar las estampillas (generalmente de a 4), la cola para ponerle el sello y la cola para que te dieran unas tarjetas conmemorativas donde ponías 1 sello y te lo sellaban. Otros domingos íbamos a la Feria de Parque Rivadavia para ver cómo se cotizaban los que teníamos. Soñábamos con, algún día, ganar dinero con la colección. Nunca vendimos ninguno, pero los sueños no nos los quitaron nunca. ¡Qué aventuras! Un abrazo.
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