Hablaba ayer por teléfono con una muy buena amiga que está pasando una muy mala época, con su duelo a cuestas y luchando por redescubrirse. Y de pronto, me quedé callada. ¿Por qué no, en vez de intentar enseñarte, dedico ese tiempo a disfrutarte, disfrutarnos? ¿Es que me creo más sabia que la vida para querer enseñarte? En realidad, es la vida la que nos enseña. La sabiduría siempre está ahí disponible. ¿Por qué intento hacerte ver lo que la vida te enseña, esa sabiduría que ya está en ti y que eres capaz de ver al igual que yo? ¿Es que creo que no puedes? ¿Creo que eres menos vida que yo?
Si hablo desde mis experiencias (eso es, de algún modo, dar sabiduría), doy porque me apetece, no sintiendo que la necesitas. Doy, no para esperar que me entiendas, que es esperar algo a cambio (y el amor no tiene expectativas). Doy porque disfruto compartiendo lo que he aprendido y lo que te llegue, sea lo que sea, está bien.
A lo largo de los años descubrimos que hay dos formas de “enseñar”. Una es compartir sin expectativas, sabiendo que cada cual resonará con lo que necesite en ese momento y sabiendo que está capacitado para entender y resolver todo. Eso es amor, pues no se espera nada a cambio. La otra es compartir, queriendo que entiendan y aprendan, pensando que el otro lo necesita, que es de alguna forma incompleto. Estás pidiendo algo como contrapartida. Se crea la exigencia de que tiene que haber un resultado. De este modo, estamos entrando en un juego de energías, perdiendo nuestro centro, perdiendo la visión de que la sabiduría está en todo y en todos, y que todos somos capaces de usarla.
La vida se encarga de enseñarnos sabiendo que cada cual es autosuficiente y capaz de aprender, ya que cada cual es vida. Sin forzar estos procesos pues cada uno tiene su ritmo. Quedándose en su paz, cada persona con su proceso interno, sin pretender recibir o dar algo de otro o a otro, así se logra la armonía.
Y ahora me pregunto ¿Por qué comparto mis experiencias, mi sabiduría? ¿Doy la sabiduría por llegar a ser entendida, aprobada, halagada o amada, porque vean que valgo la pena o soy inteligente?
Nada más lejos de mi forma de ser. Entiendo que todos somos sabios, cada quien con su porción de sabiduría. No tenemos que demostrar esto, como no tenemos que demostrar que respiramos o que nuestros músculos se contraen. Sucede al estar vivos.
También entiendo que, como decía Sócrates, no sé nada, sólo vemos una pequeña porción de lo que ocurre, y eso está bien. Lo que comprendo ahora, es perfecto para la armonía de todo lo que pasa a mi alrededor. Sé que el compartir con otro sucede de una manera más profunda que queriendo ser querido, aprobado, o pretendiendo enseñar o demostrar algo. Soy consciente de que no tengo que salvar al otro ni enseñarle. No me pongo por debajo, buscando consuelo, entendimiento y aprobación, ni por encima, queriendo salvarle de algo.
No pido ni doy energía. Todos queremos dar una opinión de todo, pero sólo la propia persona sabe lo que hacer. Es muy fácil opinar sin experimentarlo o vivirlo. Y aunque creas haberlo vivido, cada ser es un universo diferente.
Charlar, escuchar, acompañar, entendiendo que las personas nos unimos para disfrutar, amar y compartirnos desde la completitud, no desde las carencias.
Sólo estar. Nada mas y nada menos “Estar”.