Esta es la entrada número 100 del blog, de este blog que empecé en plena pandemia, con la intención de no caer en la tristeza y el agobio del aislamiento. Lo cierto es que no pensaba en llegar tan lejos, lo único que me movía era aprender algo nuevo, sentir el cosquilleo de mi mente en acción, resolviendo cosas y adquiriendo nuevos conocimientos.
Siempre me he preguntado por qué no elijo una vida más tranquila. A mi edad, los viajes del Inserso pueden ser una buena opción, dejarte llevar, tumbada en la playa, jugando al bingo por las tardes en el hotel, bailando y divirtiéndome. Pero esa no es mi opción. Prefiero la aventura del saber. ¿Ese no era un programa de televisión?
La cuestión es que mi experiencia en las redes sociales se limitaba a una web muy muy vieja, que hice con mucho esfuerzo hace mucho mucho tiempo. Y que por supuesto ha quedado desfasada, pero con el encanto de las cosas que en ese momento quería contar. Y un Grupo de amigos en Facebook en el que hemos quedado 5 supervivientes que intercambiamos fotos y noticias.
Pero un blog, escribir en un blog, exponer tus reflexiones en un lugar público, eso era otra cosa. Las dudas eran muchas y si bien es cierto que conservaba mi dominio de Internet y lo podía usar en esta nueva aventura, no tenía idea de cómo se hacía un blog y de si sería capaz de escribir por lo menos una reseña a la semana. Pero las ganas de escribir y transmitirles mis pensamientos, las ganas de aprender algo nuevo y la resiliencia de mi padre, me empujaron y aquí estamos, escribiendo la entrada número 100.
Sobre esto, por supuesto, también pensé mucho. ¿De qué hablaros en esta entrada? ¿Qué significa para mí escribir este blog? ¿para qué? ¿por qué?
Abrí los ojos y entonces lo vi. Sobre la mesa del comedor se enmarañaban las cosas de un nuevo aprendizaje que también estaba llevando a cabo. Descubrí hace poco lo que es el Kintsugi y mi descubrimiento coincidió (sé que las coincidencias no existen) con la llegada de unas cerámicas que había comprado, de las cuales una llegó destrozada. Por supuesto pedí la reposición, pero relacioné el hecho con el Kintsugi y me puse manos a la obra. ¿Y que es el Kintsugi os preguntaréis?
Esta ancestral técnica japonesa nos invita a reparar un objeto roto, realzando sus cicatrices con polvo de oro, en lugar de tratar de ocultarlas. La palabra “Kintsugi” proviene del japonés Kin (oro) y Tsugi (unirse), y por lo tanto significa: unirse o remendarse con oro. El proceso de reparación es largo y extremadamente preciso, con muchos pasos, que toman varias semanas o incluso meses. Consiste en primer lugar en armar el puzzle, ensamblando los fragmentos del objeto roto, luego se limpian y se pegan con una laca natural tradicional, se deja secar y se lija. Luego sus grietas son subrayadas por sucesivas capas de laca y, por último, rociadas con polvo de oro, mezclándose con la laca húmeda. Finalmente se lustran las cicatrices de oro y el objeto puede entonces revelar todo su brillo.
Pero el Kintsugi tiene todo un simbolismo que me fascinó. La filosofía kintsugi va mucho más allá de una simple práctica artística. Está en contacto con lo simbólico de la curación y la resiliencia. Tratado con consideración y delicadeza, luego honrado al ser realzado, el objeto roto asume su pasado y, paradójicamente, se vuelve más resistente, más hermoso y más valioso que antes del impacto. Esta metáfora nos brinda inspiración en cualquier proceso de curación, ya sea una lesión física o emocional.
Como un kintsugi vivo, tú también puedes transformar tus sufrimientos
Céline Santini “Kintsugi, l´art de la résilience”
El mensaje del video que os traigo es: “Encuentra esperanza para tu viaje de sanación” y pertenece a la “Fundación Younique”, que apoya a las mujeres víctimas de abuso. La foto inicial de esta entrada os presenta mi primer Kintsugi, la apreciada cerámica que me llegó rota y que he tratado con dicha técnica, encontrando nuevamente su brillo.