El MacIntosh

Cuando se despertó con ganas de hacer pis, miró instintivamente el reloj y se dio cuenta que sólo había dormido tres horas. La lata de Coca-Cola que se había tomado antes de acostarse, ahora le pasaba factura. Su primera intención fue no levantarse, seguir durmiendo y aguantar las ganas, pero tuvo miedo de mojar la sábana y se levantó apresuradamente. Dormida como estaba, el ordenador en el que había estado trabajando hasta tarde, se cayó al suelo con un mal ruido.

Al volver del baño, ya más aliviada, comprobó furiosa que su amado Mac tenía la pantalla rota. ¿Por qué no había puesto una alfombra al pie de la cama? ¿Por qué se había levantado tan apresurada? ¿Por qué? ¿Por qué? Ahora, todos los porque ya no tenían sentido. Ahora era tarde y ya no valía la pena seguir atormentándose.

Se durmió con un sabor amargo y su sueño no fue agradable. Las pesadillas le asaltaban una vez más. Oía voces, gritos, gran tumulto, como si los vecinos hubieran armado una fiesta a esas horas de la madrugada. Se mantuvo inquieta el resto de la noche y se despertó cansada y furiosa a las 6:00 de la mañana.

No fue hasta después de desayunar que se sentó en el escritorio para comprobar cuáles habían sido los daños que había sufrido el Mac. La pantalla rota representaba tener que llevarlo al servicio técnico y quedarse sin él unos cuantos días.

Escuchó las voces antes de abrir la tapa y pensó que algún video de YouTube se había abierto en el momento en que se cayó al suelo. Al abrirlo comprobó que era una película lo que se estaba desarrollando en la ventana. Alguna película vieja en blanco y negro. Dos brechas atravesaban la esquina derecha de la pantalla y aunque no impedían ver las imágenes, no podría seguir trabajando sin hacerlo arreglar. Furiosa por ser tan atropellada, cerró nuevamente la tapa y se fue a desayunar.

La mañana pasó haciendo cosas en la casa y yendo a comprar fruta que se le había acabado. Se resistía a volver a su querido Mac. Se resistía a mirar los daños y a hablar con el chico del servicio técnico de Apple, donde lo había comprado. Iba a pensar que ella era una descuidada porque era la tercera vez que iba a tener que llevarlo a que le pasaran un presupuesto por el arreglo.

Finalmente, a la una, antes de recalentar la comida que le había sobrado del día anterior, volvió a abrir el aparato y a escuchar las voces de la película que seguía abierta. Lo primero que le llamó la atención fue que se reanudara sin darle al Play. No conocía esa película y empezó a prestarle atención. Se sobresaltó cuando el personaje masculino que parecía llevar la voz cantante, se quedó mirando fijamente a la cámara como si estuviera mirando al espectador. Sin hablar, solo miraba, mientras por detrás los demás personajes se acercaban para mirar ellos también.

Extraña película con esos silencios y esos paisajes medio desiertos. Pero, ¿usted quién es? dijo el primer actor, dirigiéndose al espectador. Y seguidamente, ¿de dónde ha salido? preguntó otro más atrás, justo antes de que todos empezaran a hablar juntos, dándole la impresión de que se dirigían a ella. Alguna película muy moderna tenía que ser. No había escuchado ninguna crítica de un tipo de película así, tan extraña.

Se había olvidado de la rotura de la pantalla y la trama la había atrapado. Le dieron ganas de saber un poco más y se dispuso a enterarse de qué iba el tema. Buscó la barra inferior para saber si estaba cerca del final, pero no logro encontrar ni la barra ni el triángulo para parar la escena. Tampoco podía salir del modo pantalla completa. Y la escena continuaba con discusiones entre los personajes acerca de… ella.

Era muy extraño, pero los actores se referían a ella en femenino y singular. Si hasta parecía que le estaban viendo. No se mueve, decía uno. Pero ¿quién es? preguntaba otra. Aquí nunca había venido nadie, aclaraba una mujer muy mayor. ¡Déjame verla!, ¡déjame verla! gritaba un niño nervioso.

El vozarrón del primer actor se impuso a los demás: ¡Callaros todos! ¡Dejarme que hable con ella! Dígame señorita, ¿cómo se llama usted? Se quedó esperando una voz en Off que contestara. Pero nada pasó, el silencio se impuso.

Nuevamente el actor preguntó ¿Cómo se llama usted? ¿De dónde ha venido? ¿Por qué está aquí? Y nuevo silencio. Hasta que los demás actores empezaron a hablar nuevamente todos juntos. Debe ser muda. La estamos asustando. No hablemos todos a la vez. ¿De dónde viene? Pero ¿de dónde viene? Y ¿quién es? Si ni siquiera sabemos quién es.

Las voces fueron subiendo de tono y al final Jaqueline no entendía nada. Una sensación extraña se le puso en la boca del estómago y quiso dejar de ver esa película tan rara. Pero el botón de apagar el ordenador no funcionaba. Buscaba un menú o una combinación de teclas para cerrar la pantalla, pero no lo lograba y cada vez se ponía más nerviosa. Las voces subían de tono y al final, cuando el volumen se había disparado y los actores se habían enfrascado en una discusión a los gritos, sintió la necesidad de parar esa escena demencial.

¡Basta! ¡Basta de gritos! Y aunque parezca extraño, justo en ese momento, todos pararon de gritar. Sin darse cuenta siquiera de lo que estaba haciendo, empezó a hablarles como si ellos estuvieran ahí en su cuarto. Como si fueran personas reales en lugar de personajes de una película disparatada.

¡No sé cómo podéis verme! Es lógico que yo os vea y os escuche, pero es de locos que el director de esta película haya previsto el aspecto del espectador y sus reacciones. ¡Es genial! Pero al mismo tiempo, ¡inquietante! Y ahora ¿qué se supone que yo tendría que decir? A ver, seguir con vuestro texto. ¿Usted cómo se llama? Preguntó queriendo saber el nombre del personaje, pero al mismo tiempo queriendo salir del diálogo preestablecido que se suponía se había entablado entre actores y espectadores.

-. ¿Qué texto? ¿Qué película? ¿Qué espectador? ¿De qué está hablando? preguntó atropelladamente el actor sin nombre.

-. Que ¿cómo se llama? Dígame el nombre de su personaje.

-. Me llamo Juan y no soy ningún personaje. ¡Habráse visto!

Una mujer menuda y de cara agradable se acercó a Juan, calmándolo.

-. A ver si nos tranquilizamos todos. Tú niña, dinos tu nombre para saber cómo dirigirnos a ti. 

-. Jaqueline, me llamo Jacqueline, contestó Jacqueline.

-. ¿Y de dónde vienes?

-. ¿Cómo de dónde vengo?, no vengo de ninguna parte, yo estoy aquí en mi casa, viendo esta película tan extraña y maravillándome de la trama que ha logrado meterme de una forma loca en la acción.

Las voces nuevamente empezaron a subir de tono y nuevamente la mujer de cara y voz agradables calmó los ánimos y se dirigió a la pantalla.

-. Dices que estás en tu casa Jaqueline, pues dinos ¿dónde está tu casa?

-. En Rosario, mi casa está en Rosario, contestó sin pensar demasiado.

-. Y Rosario, ¿dónde queda?

-. Pues en Argentina, queda en Argentina.

-. Argentina, ¿quién es de Argentina? Alguno de Argentina que se acerque, intervino Juan.

-. Aaahhhh!!! Pero ¿qué está pasando? gritó Jacqueline. ¿Cómo puedo estar hablando con los personajes de una película? ¿Estoy dormida? ¿Qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loca?

La gente del otro lado se había reunido y debatían, ellos también, sobre lo que estaba pasando. Mientras, la nerviosa Jacqueline se separaba cada vez más del extraño aparato. A punto estaba de cerrar y salir corriendo de casa, cuando la voz de Artemis, que así se llamaba la mujercita agradable, se volvió a dirigir a ella para explicarle que por alguna extraña razón los dos mundos se habían conectado. Eso significaba que se podían comunicar, como estaban haciendo y eso era maravilloso. Porque podrían mandar mensajes al otro lado. Por supuesto Jaqueline no entendía nada y le pidió a Artemis que le aclarara todo. Pero también le dijo que tendría que esperar, porque necesitaba un té muy cargado para tragar todo aquello. Sin esperar la respuesta, se fue y al rato volvió con su té y su dosis de paciencia extrema.

Al parecer, toda esa gente estaba en un lugar al que se llega cuando uno se muere, un lugar muy bonito pero demasiado tranquilo y sin contacto con nadie más. No sabían muy bien cómo, pero de alguna forma ese lugar y el mundo tal cual lo conocemos, se habían conectado y allí estaban ellos en su limbo y esa simpática chica del otro lado.

Lo que ellos querían, ahora que podían, era mandar un mensaje a la gente del otro lado, no a cualquiera, algunos necesitaban mandar un mensaje a su familia o a alguien en particular. Lo que pedían era que ella hiciera llegar esos mensajes a sus destinatarios.

A esa altura del partido, Jaqueline ya se creía cualquier cosa que le dijeran y le parecía lógico que si alguien estaba incomunicado y necesitaba mandar un mensaje, utilizara de alguna forma a quien tuviera a mano. Ella haría lo mismo. De esa forma tan estrambótica comenzó un correo entre la gente del otro lado y la gente de este.

En principio, convinieron en que todo fuera lo más sencillo posible y sólo para casos urgentes.

Que la escritura de la casa está en una caja fuerte escondida detrás de la cabecera de la cama. Que Ana María no es hija de quien cree, que averigüe en el Registro Civil porque puede heredar mucho dinero. Que Alejandro no trabaje tanto y se ocupe más de su mujer y sus hijas, que van por mal camino. Que vaya a visitar a nuestra madre, que se siente muy sola en el asilo. Que reclame la indemnización por fallecimiento del seguro, que aunque hayan pasado unos meses, no se la pueden negar.

Los mensajes eran cortos y tenían un destinatario con dirección completa. Lo único que tenía que hacer Jaqueline era escribirlo y mandarlo por correo. Después, ya no se enteraba de nada. O mejor dicho, se enteraba porque los del otro lado le comentaban lo que había sucedido después de recibir el mensaje.

La vida seguía. El ordenador seguía sin ser arreglado, los del otro lado estaban muy contentos y Jaqueline cada vez tenía más trabajo porque los mensajes aumentaban. Y menos vida social, porque le aterraba contar a los demás, lo que le estaba pasando. Ya no salía con sus amigas, sus hermanos casi no le llamaban, decían que parecía no querer hablar con ellos. Había empezado a faltar al trabajo. Y le había caído alguna reprimenda del jefe.

Cuando salía para hacer compras, volvía corriendo para volver a conectarse con el otro lado. Quería saber todo sobre cada uno de los que mandaban mensajes. Y después, con el correr del tiempo, sobre cada uno de los que veía o con los que hablaba. Sí, porque el tiempo seguía corriendo y los mensajes seguían llegando.

La angustia de no poder hablar con nadie sobre lo que le pasaba, los nervios de llegar cuanto antes a casa y de conectarse a través del maldito Mac, el aislamiento, la soledad, la sensación de sentir que se estaba volviendo loca. Todo terminó el día que se dio cuenta de que hacía cinco o seis días que no salía de casa ni hablaba con nadie, desde que había vuelto del correo la última vez.

Miró alrededor, la casa sucia y desordenada, ropa tirada por el piso, platos con comida en descomposición sobre la mesa, el teléfono sin batería tirado en un rincón y la imagen espantosa de una mujer vieja y abandonada en el espejo.

Lo único que permanecía en su sitio era el maldito Mac, sobre la mesita atestada de papeles, junto a una bolsa de patatas fritas y una Coca-Cola, lo que sería su próxima comida cuando su estómago se la reclamara.

Se puso su sacón azul, que ya era negro de tanta suciedad como cargaba, puso en una bolsa de nylon el ordenador y los cables, salió de casa, se subió al coche pero no pudo usarlo porque la batería estaba muerta de tanto tiempo sin usar, paró el primer taxi que pasaba, le pidió que la llevara al puente Rosario-Victoria sobre el Paraná y que la esperara, allí tiró al agua la bolsa con su pesada carga, volvió al taxi, le dio la dirección de su hermano Kevin y, por primera vez desde hacía muchísimo tiempo, se relajó y empezó a llorar amargamente.

Este cuento pertenece al libro «Reflexiones en la madrugada» que es de mi autoría y está aún en proceso de escritura y edición.

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

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