Mis amigos dicen que es imposible hablar de mis problemas porque no suelto prenda, especialmente de las dolencias y enfermedades. Acaban de darme el alta de una infección muy fuerte que me duró dos largos años de dolores, molestias y que me ha dejado secuelas. Cuando alguno de ellos me preguntaba: ¿Qué tal tu pierna? Mi respuesta era: ¿Cuál, la derecha o la izquierda? Con lo que surgía la risa y el tema quedaba ahí.
Es que odio inspirar lástima. Si se trata de alguien que me quiere de verdad, su preocupación no va a ayudarme, por el contrario, se va a agregar por efecto empático, a mis propias preocupaciones. Si por el contrario, se trata de alguien que mientras escucha sólo se preocupa de cómo tiene el ombligo, surge invariablemente el “Pues a mí me duele… o me pasó una vez… o algo parecido.”
¡Cuántas veces me he arrepentido de hacer algún comentario y escuchar a continuación la retahíla de desastres varios de los que es víctima el interlocutor!
¡No te vayas a creer que yo estoy bien! Como si en mí hubiera el menor atisbo de alegrarme por los males ajenos.
¡Pues mi marido está cada día peor, se olvida de todo! Como si el interlocutor, yo misma y la mitad de la población que conozco, no tuviera esas lagunas que desesperan y hacen asomar el terror del Alzheimer.
¡Es que ya no puedo moverme como hace unos años! Ni tú ni nadie. Siempre digo que un niño de dos años no puede meterse el pie en la boca con la agilidad que tenía un año atrás. Todos vamos perdiendo y ganando, en nuestra evolución. Y la desesperación por las pérdidas, no ayuda a apreciar el regocijo por las ganancias.
¡Es que a nuestra edad ya todo nos da igual y nada nos anima! Pues eso es una decisión tuya, yo no pienso lo mismo, así que no nos metas a todos en el mismo saco.
Como no podemos salir a causa de la pandemia ¡Duermo toda la mañana porque me aburro en casa! Pues la diversidad de cursos, conciertos, charlas, espectáculos de teatro que han surgido en esta época es inmensa. ¡Y gratis! Además de que libros, películas, series y redes sociales se conjugan para permitirnos distracciones interesantes al alcance de todos los gustos y olvidarnos del aburrimiento por mucho tiempo.
¡Extraño muchísimo ver a toda mi familia, aquellas comidas que yo preparaba en casa! ¿Aquellas comidas que te suponían tantísimo esfuerzo y de las que te quejabas porque todo lo tenías que hacer tú?
¡Es que me desespera no poder salir a hacer la compra! ¡Tengo que depender de mi nuera para que me traiga cualquier cosa y luego, claro, me compra cosas de marcas que yo no uso o que son caras! Pues aprende a usar internet para comprar online. Si lo intentas, no es tan difícil. Compras lo que te da la gana, eliges viendo la imagen de lo que vas a comprar, pagas con tu tarjeta, te lo traen a casa en el horario que prefieres y encima ¡no dependes de nadie!
¡El dinero no me alcanza! ¡Pagar todos los gastos del coche me cuesta una parte muy importante de mi jubilación! Pero, si no usas el coche desde hace años, ¿por qué no lo vendes y te quitas esos gastos, además de quedarte con algo de dinero?
Enfin, que se ha instaurado una moda de quejarse por todo y no tomar las decisiones que nos permitirían librarnos de algunos de esos problemas. El deporte de inspirar pena permite desahogarse sin que el otro, por no querer herir susceptibilidades, responda con un gruñido.
Espero que no se me pegue la moda. No quiero andar quejándome de mis achaques a todo el que me encuentro y lograr que me eviten. Y no quiero resultar una gruñona y cascarrabias a quien todo le molesta y para la cual la vida es un fastidio. Aunque, con toda la chapa que os he metido hoy, ¡no sé yo!
Cuando era pequeña, recuerdo que ante cualquier insulto de otro niño, nuestra respuesta invariable era: “¡Y tú más!” Pues ahora, ante cualquier calamidad que nos invada, habrá que acostumbrarse al “¡Y yo más!”