Por último, debemos hacer una reflexión sobre un posible papel de la filosofía ante la situación pandémica. Desde finales del mes de febrero de 2020, diversas voces filosóficas se han pronunciado en relación con la situación producida por el COVID-19 y a la incertidumbre del porvenir.
Detrás de la crisis de la pandemia está la gran crisis de la mutación climática y ambiental. ¿Qué haremos en veinte años con el petróleo, la electricidad y el agua? ¿Qué queremos hacer con el mundo, con la tierra y con la humanidad? Hasta este momento, el capitalismo que en un principio fue la producción de una gran abundancia de bienes absolutamente desconocidos hasta ese momento, (lo que era aún el pensamiento de Marx, quien pensó que el capitalismo llenaba una función histórica importante y que después bastaba con empujar esa función hasta el final, para que todo el mundo disfrutara), aparece más bien como una máquina de auto-producción más que como producción de bienes de la humanidad. Pero para ocuparse del bien de la humanidad hay que saber qué es la humanidad y qué le hace bien.
Por otro lado, con la pandemia también ha surgido una cuestión de derecho internacional y de las posibilidades de acción de las instituciones internacionales que existen. Desde hace mucho tiempo sabemos qué es la ONU. La Organización de las Naciones Unidas fue fundada en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial con el fin de mantener la paz y la seguridad internacionales, fomentar entre las naciones relaciones de amistad y promover el progreso social, la mejora del nivel de vida y los derechos humanos. Y la OMS, de la cual hemos aprendido muchas cosas estos últimos meses, sobre su historia, su importante poder, sobre la representación de diversos países ante ésta, etc.
Pero resulta que hoy en día, los organismos de derecho internacional no han sido reconocidos por uno o varios estados. Es lo que acaba de pasar en esta crisis con Trump y su decisión primero de suspender las contribuciones de EE.UU. a la OMS. Y luego la de retirar a su país de la organización.
Entonces, obviamente hay una cantidad de medidas técnicas que pueden ser deseables para que la OMS funcione de otra manera. Sin embargo, en el fondo la pregunta es el cómo pensamos y reconocemos a la vez la existencia de los pueblos, cosa que es muy real.
Ciertamente hay un pueblo norteamericano, un pueblo ruso, un pueblo de Zimbabue, etc. pero ¿ese pueblo tiene que ser necesariamente considerado dentro del marco del estado-nación? y ¿cuáles son las relaciones entre esos estado-nación? Estas son las verdaderas preguntas, las preguntas del mañana.
Hay voces que consideran que, tras la pandemia, podría abrirse la oportunidad de que se configuren unas sociedades mejores que las que se han tenido hasta ahora. Hay quienes, por el contrario, consideran que las circunstancias posteriores a la situación pandémica no mejorarán y que, incluso, podrían ser peores que antes de la misma. Acaso lo más sensato, frente a estas dos posturas, sea la asunción de que es imposible pronosticar cuál será el futuro de las sociedades en el momento posterior a la pandemia.
Quizá sea mejor, desde el pensar filosófico, asumir el modo en que se encuentra aconteciendo el mundo. El hecho es que toda la humanidad se halla enfrentando a un virus que no se detiene y que afecta, no sólo la salud, sino la economía y la educación de hombres, mujeres y niños.
En un texto conjunto: “Covid-19, crítica en tiempos enfermos”, las filósofas Rosaura Martínez y María Antonia González Valerio han afirmado, atinadamente, que un deber de los filósofos contemporáneos es el de pensar con humildad, reconociendo los propios límites y la complejidad y amplitud de la situación por la que se está atravesando.
Para pensar esta situación pandémica es menester aproximarse a múltiples áreas del saber, el trabajo de científicos y médicos, así como el de ciencias sociales. La pluralidad es la clave para procurar una comprensión suficiente del virus, así como de las problemáticas a las que, de hecho, ya se tiene que hacer frente por la situación de crisis que se está atravesando.
Por eso es que las pretensiones de una visión general e individual de ciertos filósofos no logran dar una justa dimensión de las circunstancias por las que se está pasando. Acaso, la filosofía se encuentra comprendiendo la situación y es menester que se halle continuamente en diálogo y aprendizaje con otros saberes.
Hoy, urgentemente, es más importante para la filosofía «escuchar» que «decir», pues si sus palabras descuidan la pluralidad de aproximaciones sobre el fenómeno, muy probablemente serán poco atinadas. Desde luego, “escuchar” no implica “no decir nada”. Se trata, más bien, del intento por no apresurarse en la expresión y procurar mostrar templanza en medio de la tormenta.
El logro de la serenidad es, tal vez, una contribución fundamental del quehacer filosófico en estos tiempos tan convulsos.
Será fundamental, para seguir pensando sobre lo que acontece, mantenerse abierto a los sucesos, procurar el cuidado de uno mismo y promover el cuidado de los demás. También será conveniente la estimulación al diálogo y, sobre todo, el acompañamiento a todos cuantos sea posible. Será la unidad, en la medida de lo posible, lo que permita resistir el embate de la situación pandémica.
