¿Están los europeos dispuestos a morir por la democracia?

¿Están los europeos dispuestos a morir por la democracia? Dicho de manera más o menos directa, esta pregunta ha estado en el aire bélico especialmente desde que el Kremlin está usando la palabra «nuclear» en todas las demás oraciones. Nadie se pregunta si los rusos, por otro lado, están dispuestos a morir por Putin. Esto tiene sentido, porque la pregunta no surge: simplemente no tienen otra opción. Esta es la ventaja de la dictadura sobre la democracia, las cosas son infinitamente más simples y directas. La democracia pierde mucho tiempo haciendo preguntas, la dictadura sólo ofrece respuestas rápidas, que no se pueden rebatir.

Hasta hace una semana, no se trataba de morir, sólo de sufrir las repercusiones económicas de las sanciones contra un país que pesa no solamente en misiles, sino también en gas, petróleo, níquel, aluminio, en tierras raras… 

«No estamos en guerra con Rusia», recordó Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, durante su discurso televisado el 2 de marzo. Ciertamente. Pero se parece mucho a un conflicto frontal reclamado. Y ante un Putin que ahora tiene todas las características de un autócrata paranoico, es difícil saber hasta dónde nos puede llevar esto. No sería el primer dictador en desmentir todas las predicciones de los geopolíticos de los televisores y decirse a sí mismo: jodido por jodido, no me voy a ir solo. Es quizás esta incertidumbre agónica la que hace que las posiciones de unos y otros en el «tablero de ajedrez internacional» son, por decirlo suavemente, sin precedentes.

Por el momento, tenemos las sanciones económicas, que incluso Suiza y Mónaco han anunciado que quieren implementar, y cuyo alcance va en aumento. Y está la notable unidad europea, que finalmente parece abrazar su destino como entidad política y ver en él, con razón, una apuesta existencial. La irrupción del ejército ruso en Ucrania para supuestamente evitar que entre en la OTAN, ha empujado a dos vecinos neutrales a la Alianza Atlántica: Suecia y Finlandia ya han ingresado en agosto. La adhesión de Finlandia significa que una nación con la que Rusia comparte una frontera de 1.335 kilómetros pasa a estar formalmente alineada militarmente con Estados Unidos.

Está Turquía, que anunció el envío de material militar a Ucrania e impide el paso de buques de guerra rusos por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Por supuesto, siendo Turquía parte de la OTAN, esto puede parecer evidente. Excepto que Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco, que tampoco es lo que se suele llamar un demócrata ferviente, ha rechazado la idea de enviar sus sistemas de defensa antimisiles S-400, de fabricación rusa, a Ucrania para ayudarle a luchar contra las fuerzas rusas, como le había solicitado Estados Unidos.

Sobre todo, está la votación de la Asamblea General de la ONU, que, aunque simbólica y emanada de un organismo a menudo burlado por su impotencia, merece nuestra atención. 141 países aprobaron una resolución que «exige que Rusia deje de usar la fuerza de inmediato» en Ucrania. Por lo tanto, tres cuartas partes de los países sentados en la ONU nombraron sin ambigüedad a Moscú como el agresor, contradiciendo así la propaganda del Kremlin. Sólo cinco países votaron en contra: Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria. Y 35 se abstuvieron, incluida, como era de esperar, China. Lo que no significa necesariamente patear al contacto. En el lenguaje tortuoso de los intercambios internacionales, esta abstención también puede leerse como una negativa de apoyo.

Hasta ahora, Europa, en coordinación con la comunidad internacional, ha aplicado siete paquetes de sanciones contra Rusia. Entre las medidas tomadas está la desconexión de una mayoría de entidades financieras del país del sistema internacional SWIFT, bloqueando las ventas y cobros, dificultando enormemente las operaciones internacionales; el embargo a las compras de carbón y parcialmente a las de petróleo; el veto a la  exportación de ciertos productos clave para la economía rusa, llevando a la práctica planes para disminuir la dependencia energética; el bloqueo a las reservas del Banco de Rusia que se encuentran en jurisdicción occidental , las sanciones a las exportaciones de tecnología civil para ahogar la economía de guerra de Rusia o las sanciones directas a oligarcas o al mismo Putin.

En estos días, Rusia ha entrado en una nueva fase de la guerra, con la celebración de referéndums para anexionar los territorios ucranianos ocupados y la movilización de unos 300.000 reservistas. Aunque (y esto no se dice mucho) a ellos se unirán gran parte de los dos millones de efectivos de todo tipo, con los que cuentan las fuerzas armadas de Rusia. Se movilizará, según Putin, a quienes ya «han servido» en el ejército y tengan «experiencia», un espectro muy amplio que puede abarcar a quienes acaban de terminar el servicio militar, pero también a las decenas de miles de efectivos con que cuentan los servicios de inteligencia: el FSB (contrainteligencia) y la GRU (inteligencia militar).

Y también al temido OMON, el escuadrón móvil para propósitos especiales que forma parte de la Guardia Nacional de Rusia, una fuerza militar interna que sólo responde ante el propio presidente del país.

El éxodo de rusos que quieren evitar la movilización anunciada por el presidente Vladimir Putin se ha puesto en marcha. Vuelos agotados y colas en las fronteras. En la frontera con Finlandia y en la frontera sur de Rusia con Georgia se están dando colas de hasta 10 kilómetros. Algunas personas han llegado a esperar 20 horas en las aglomeraciones para cruzar al país vecino.

En pocas palabras: independientemente de la rusofobia, Putin con su cruzada ucraniana, parece preocupar a todos, y no sólo a los que están apegados a esa cosa tan frágil que es la democracia. Esto no es necesariamente tranquilizador, pero invalida todos los argumentos «realistas» que advierten del «efecto boomerang» para nuestras propias economías de las sanciones occidentales contra Rusia. Simplemente están fuera de tema.

La ola de protestas en Rusia continúa, el movimiento pacifista “Vesná” (Primavera) sigue convocando manifestaciones a nivel nacional. Para despistar a las fuerzas de seguridad, Vesná no anuncia hasta el último instante el lugar de la protesta, además de pedir a los participantes que no recurran a la violencia. 

Tal vez ha llegado el momento de que los gobiernos europeos empiecen a entender cómo ve Rusia su implicación en la guerra de Ucrania. Lo ha indicado con toda claridad el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú: «Ya estamos luchando no sólo contra Ucrania, sino contra la OTAN y Occidente».

El nuevo rumbo que ha dado Putin a la “Operación militar especial” (que no «guerra») establece un punto de inflexión en la guerra, al poner en juego una superioridad militar rusa que ni siquiera los más modernos armamentos suministrados a Ucrania por Occidente pueden desafiar. Moscú posee armas nucleares tácticas con las que pueden volatilizar ciudades y divisiones armadas enemigas y asestar un golpe definitivo a la capacidad militar ucraniana.

Y vuelvo a preguntar: ¿Estamos los europeos dispuestos a morir por la democracia?

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

2 comentarios sobre “¿Están los europeos dispuestos a morir por la democracia?

  1. Buenos días, Marlen.
    ¿Es este otro relato para la convocatoria del Miedo? Evidentemente, SÍ. Pero también, No, porque de ficción tiene bien poco.
    Cuando se habla de democracia, de libertad, de convivencia y política, seguimos sin darnos cuenta de que la pura realidad es que estamos a expensas de los calienta poltronas que gobiernan el mundo. Porque la democracia empieza y termina en el momento de dejar la papeleta en la urna. Después, ellos hacen a su antojo e interés lo que les sale de allí mismo, diciendo que miran por nosotros y nuestras comodidades. Como diría mi abuela: ¡una leche frita! (por ahorrarme los litigios para que no te cierren el blog).
    ¿Morir por la democracia? Yo estoy dispuesto a morir por mi familia, por los que quiero, por salvar vidas. Morir por defender ideales, banderas, territorios… Definitivamente, NO.
    Si a todos estos «pechos de lata» que se las dan de valientes defensores de sus causas se les pusiera una espada en la mano y se les obligara a luchar entre ellos, como en tiempos romanos, a lo mejor se les bajaban los humos y razonaban mejor. Quizás.
    Qué cansado de tanta política barata que juega con la vida de los demás.
    Esperemos que todo este juego de comparación de «yasabesqué» no nos lleve a otra catástrofe mundial. Porque parece que es lo que andan salivando.
    Pongámosle a la paloma de la paz una buena armadura, porque la va a necesitar.
    Un abrazo esperanzado, amiga mía.

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    1. Buenos días, Jose.
      Ojalá esta entrada fuera nada más que otra participación para el VadeReto de este mes: Miedo. Si, miedo es lo que se mete por debajo de la puerta para demostrarnos la fragilidad de esta telaraña de conveniencias que se teje en la política internacional. Hoy además, se agrega el misil surcoreano sobrevolando Japón.
      Es cierto lo que dices, » estamos a expensas de los calienta poltronas que gobiernan el mundo», y que no siempre ocupan cargos oficiales ni han sido elegidos por las papeletas. Muchos de los que sostienen los hilos de los títeres, se mueven en los despachos y las alfombras de los grandes capitales, de las fortunas que tienen el poder de comprar lo que se les ocurra, sin que se les caiga una pestaña.
      Yo también espero que todo este juego de comparación de «yasabesqué» no nos lleve a otra catástrofe mundial. Y que, ante una derrota y la pérdida del honor mediático (porque la pérdida de vidas humanas les importa un pito), no salgan con algo como «Pues si yo caigo, no caigo solo».
      ¿Morir por la democracia? ¿Morir por un ideal? ¿Morir por un país, por una bandera? Vengo de una familia que siguió sus ideales y vivieron episodios en los que se jugaron la vida por ellos. Muchas veces me pregunto si yo sería capaz de hacerlo. No lo sé, habría que verlo en el momento. Es de esas cosas que, pensando lo que sea, luego «en la cancha se ven los pingos». Bueno, me salió la argentinada de dentro (te aclaro que los pingos son los caballos y en la pista de carreras es donde se ve quiénes son los buenos).
      Que pases un buen miércoles. Un abrazo grande.

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