Luchar contra el edadismo

Los “viejos”. ¡Menudo tema! Ya ni siquiera usamos el término, por no ser discriminatorios.

¿Ancianos? Según el diccionario, un anciano es una persona “de mucha edad”. Pero ¿cuándo una edad es mucha?

¿Personas de la tercera edad? Y ¿en qué momento exactamente empieza la tercera edad? ¿Hay una cuarta edad? ¿Y una segunda? ¿Los adolescentes son personas de la primera casi segunda edad?

¿Adultos mayores? ¿Es que los de 50 ó 60 aún no son mayores? Pues ya sería hora de que empezaran a serlo.

¿Abuelos? Y si ni siquiera ha tenido hijos, ¿cómo lo llamamos? ¿presunto abuelo?

Yo suelo usar dos palabras: “viejo” y “anciano” cuyo significado, aunque a veces se confunde, no es exactamente el mismo. Anciano es quien tiene mucha edad, viejo el que perdió el entusiasmo. La edad causa degeneración de las células, la vejez degeneración del espíritu. Alguien es anciano cuando considera que el día de hoy es el primero del resto de su vida y se es viejo cuando todos los días parecen ser el último de su larguísima vida. El anciano tiene planes, el viejo tiene nostalgias. El anciano todavía aprende, el viejo ya ni enseña. El anciano lucha lo que le resta de vida, el viejo sufre lo que le falta hasta la muerte. El anciano lleva una vida activa, llena de proyectos y plena de esperanzas. Para él el tiempo pasa más rápido, y la vejez nunca llega. Para el viejo, sus horas se arrastran, carentes de todo sentido.

No hace mucho tiempo, los ancianos eran dignos de respeto, gobernaban a la comunidad y tomaban las decisiones importantes. Eran el o la cabeza de familia, casa o tribu, miembros sabios y venerables de una sociedad, considerados en virtud de su edad, pero también conocimientos, madurez y experiencia. En las culturas antiguas, su palabra era admirada y acatada.

¿Pero qué ha pasado para que cambiara tan drásticamente nuestro concepto de la ancianidad?

Por comodidad estadística, desde hace más de un siglo se trabaja con la idea de que la vejez empieza a los 65 años porque esa edad coincide con la edad de jubilación, pero la realidad es que la esperanza de vida no deja de aumentar y las personas de 65 años de hoy no tienen nada que ver con las de antes, porque llegan mucho mejor a esa edad y uno diría que los de 65-70 años actuales son como los de 55-60 años de generaciones anteriores.

Entonces, sería lógico pensar que fueran los de mayor edad aún, los considerados miembros sabios y venerables de una sociedad. Sin embargo, hoy en día el tema es muy diferente, ya que los ancianos no sólo no son consultados en las decisiones, sino que son ignorados o sencillamente apartados como si molestasen. Únicamente en el caso de los propios ancianos de la familia, y no siempre, se los tolera dentro del grupo, más por afecto que por creerlos capaces de aportar ideas importantes.

El «edadismo» (que así se llama) existe y se lo comprueba en la vida diaria, a veces con hechos muy visibles, a veces en actos solapados que no llegan a los oídos ni a la vista del resto de la sociedad.

La discriminación puede ser directa, aquella en forma de violencia física, arrebatos a la salida de bancos, empujones, pellizcos, abandono físico hasta por los mismos familiares o cuidadores. O indirecta en forma de segregación, indiferencia, aislamiento, desprecio, insultos, desamparo, pero también largas esperas para atenciones médicas, encarecimiento de medicamentos y disminución de dichos medicamentos en las listas de descuentos, limitaciones físicas por falta de rampas y exceso de escaleras, inserción obligada en contra de su voluntad en establecimientos geriátricos, mal alimentados, descuidados y abandonados por sus parientes. 

La vejez asusta. La sociedad consumista quiere a todos “jóvenes dinámicos triunfadores”. Hay que esconder las arrugas, tapar las canas, hacerse liftings, como si de repente el paso de los años hubiera que ocultarlo como una vergüenza y no como un triunfo de la vida.

El origen del conocimiento muestra en parte las razones del cambio social. En las sociedades tradicionales agrícolas, la única fuente de conocimientos para la inmensa mayoría de la gente era la experiencia. Las decisiones sobre temas vitales para la supervivencia tales como cuándo sembrar, cuándo cosechar, cómo tratar a los animales y a las personas enfermas, se basaban en las experiencias de años anteriores. Cuando se presentaba una situación no habitual (guerras, pestes, plagas, etc.) era más probable obtener consejo acertado de quien ya tenía más años, ya que había más posibilidades de que hubiera visto algo similar en el pasado. 

Más tarde el conocimiento fue incrementándose en cantidad y diversidad, y los que se dedicaron a estudiar como los científicos, fueron siendo más eficaces para lograr resultados, que quienes sólo tenían experiencia. Estos últimos, poseedores del llamado conocimiento vulgar, fueron quedando relegados a cuestiones domésticas o secundarias, despreciadas por los científicos.

Sin embargo, el problema no fue demasiado grave hasta el siglo XX, dado que la mayoría de las cuestiones involucraban tratos personales, en los que una persona experimentada era todavía muy valorada.

En los últimos años, la toma de decisiones se complicó mucho más. La informática invadió nuestras vidas en forma muy profunda. Los jóvenes de hoy manejan con naturalidad conocimientos y programas que a sus mayores les resultan muy dificultosos. Este proceso llevó a una progresiva desvalorización de los ancianos ante los ojos de los jóvenes.

La habilidad para aprender rápido un programa de computación, se confunde con la capacidad para la visión global y en profundidad de los problemas y rumbos a seguir tanto en los ámbitos familiares, como en los empresarios y los políticos. El valor de las personas no se reduce a cuanto saben respecto del manejo de nuevas tecnologías o programas de computación. La vida, entendida como la interacción del ser humano con otras personas y con el mundo que lo rodea, está basada en la experiencia y en este terreno, tenemos que recurrir a los mayores para aprender, necesidad tanto o más prioritaria como lo fue en otras épocas y erróneamente descalificada en los últimos años.

Nuestro mundo no es tan distinto al de nuestros ancestros, algunas cosas han cambiado (la moda, la tecnología, los servicios), pero las características de la condición humana, los sentimientos, los miedos y las dudas que enfrentamos son, en el fondo, las mismas que ya han enfrentado y superado nuestros mayores.

Ahí afuera hay un mundo terriblemente ocupado y lleno de gente que se mueve muy deprisa, con sus grandes y disparatadas ideas propias. Sin ver siquiera a quienes, con un ritmo diferente, intentan no desaparecer.

Muchas son las cosas que hay que mejorar en el trato y la asistencia de los ancianos. Algunas son cosas tan sencillas como escucharlos, comunicarse con ellos, ayudarlos a vivir dignamente, respetar su intimidad, en definitiva, considerarlos y tratarlos como personas.

El respeto a la intimidad es una de sus mayores preocupaciones. Sin embargo, se sigue aceptando como normal que en los hospitales se les pongan camisones que sólo cubren la parte delantera de su cuerpo, se los lave o hagan sus necesidades sin cerrar una puerta o entrando y saliendo gente de la habitación, etc. 

El paternalismo sigue estando vigente en la relación con los ancianos y esto no sólo dificulta la promoción de su autonomía, sino que favorece su infantilización. Si bien es cierto que la autonomía de los ancianos dependientes puede verse limitada al tener que adaptarse a los proyectos de vida de los familiares que los cuidan, esto no justifica que no se les informe de procedimientos, tratamientos o ingresos, cuando se han tomado ya decisiones por ellos. Quizás esta actitud tenga que ver con que frecuentemente confundimos su incapacidad para realizar las actividades de la vida diaria, con la incapacidad para tomar decisiones. Y dentro de este ámbito, entramos en el penoso mundo del ingreso involuntario a geriátricos que, salvo ser privados y caros, se han quedado anclados en el tiempo. Abandonados por familiares que temen ver disminuidas sus posibilidades de herencias, sean grandes o pequeñas.

Otro de los temas es lograr que tengan derecho a manejar sus propios bienes, ya que bajo pretexto de debilidad mental, muchas veces se los despoja de dichos patrimonios. Y el espinoso tema de que puedan gozar del derecho a amar y ser amados y disfrutar de una vida sexual acorde, sin tener que soportar burlas ofensivas o cuestionamiento, sin ponerlos en ridículo cuando hombres mayores quieran reconstruir sus vidas con personas mucho menores, y especialmente en el caso de las mujeres, objeto de tabúes en cuestiones de relaciones amorosas o sexuales.

Por otro lado, la planificación anticipada de la atención al final de la vida, debe incorporarse como una actividad más de los profesionales en los centros de salud. Con ella se estará mejorando el proceso de toma de decisiones y disminuyendo la incertidumbre. La discriminación de las personas por razones de edad sigue siendo un hecho habitual en nuestra sociedad que se refleja en ciertas actitudes, como por ejemplo excluirlos de las conversaciones, tratarlos en forma impersonal o como a niños, dirigirse a ellos con términos como “cariño”, “abuelo”, “nono”, etc…, obligarlos a realizar determinadas actividades a las horas que se les impone, forzarlos a morir en soledad detrás de un biombo, o limitar su acceso a determinados procedimientos diagnósticos o terapéuticos, que han mostrado una mayor eficacia, sin más explicación que la del “¿para qué, si estamos ante una persona de edad avanzada?».

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

2 comentarios sobre “Luchar contra el edadismo

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