Algunos de los mayores clientes de JP Morgan (la primera institución bancaria de EEUU de Norteamérica) se encontraron en los primeros meses de este 2021, con una reacción insólita. El banco les pidió que se llevaran su dinero a otra parte. La histórica firma de inversiones solicitó a algunas de las empresas que más fondos tienen depositados en él, que los traspasaran a otras entidades, hasta reducir su base de depósitos en 200.000 millones de dólares.
¿Cómo se ha llegado a un punto en el que los bancos rechazan el dinero? ¿Acaso no han vivido siempre de eso?
Según parece, vivimos una crisis de liquidez al revés. Normalmente, cuando hay una recesión, el efectivo se vuelve un bien preciado y los bancos pueden ser muy agresivos en la captación de fondos. Pero en la crisis provocada por la pandemia está sucediendo todo lo contrario. Los bancos tienen demasiado dinero al que apenas pueden sacar beneficio.
En condiciones normales, los bancos siempre están ávidos de recibir ingresos, porque con ellos pueden conceder préstamos y obtener un interés. Pero ese margen de ganancia ha desaparecido por una combinación de factores relacionados con las exigencias de capital aprobadas tras la crisis financiera de 2008, el golpe económico generado por el COVID y las políticas de estímulos que están adoptando los gobiernos para contrarrestarlo.
Para empezar, la demanda de créditos se ha desplomado. La incertidumbre acerca de cuándo terminará la pandemia y mejorará la economía, aconseja prudencia a la mayoría y son pocos los que ahora quieren endeudarse y correr riesgos. A eso se suma la emisión de cada vez más billetes por parte de los gobiernos. Así que los tipos de interés se mantienen en «0» desde hace meses, una medida encaminada a incentivar la actividad y el movimiento del dinero.
Como resultado, los niveles de ahorro se han disparado. La gente está acaparando euros y dólares en los bancos y el ratio de préstamos por depósito en las entidades cayó a mínimos históricos.
Estos no sólo tienen ahora más difícil rentabilizar los depósitos. Su aumento les exige también incrementar el capital con el que están obligados a respaldarlos, mucho más de lo que era antes del crash de 2008, tras el que las autoridades introdujeron medidas para evitar un nuevo colapso del sistema.
Ahora el sistema financiero es fuerte, se trata más bien de una cuestión de cuánto puede ser su beneficio. El negocio de la banca era tradicionalmente captar dinero, retribuirlo a un
interés, para luego prestarlo a otro interés superior. Actualmente, sabedores de que
son dueños de un país al que explotan y de un gobierno al que recompensan, han abandonado por completo sus obligaciones y cobran hasta porque un cliente tenga dinero en su cuenta corriente.
La población presiona para que se tomen medidas para reactivar la economía con vistas a un futuro sin pandemia, los gobiernos pretenden que la banca esté en condiciones de conceder créditos para activar la economía y desde luego, la banca está deseosa de hacerlo, pero ganando con comisiones de forma unilateral, sin tener en cuenta las condiciones originales firmadas para dichas cuentas. Comisiones por mantenimiento, emisión y uso de tarjetas, ingreso de cheques, descubierto, transferencias, uso de cajero…
¿Y los clientes? Después de haber pagado el salvamento de los bancos, ¿no tienen derecho a que sean ahora los bancos quienes los salven a ellos? ¿Serán siempre los mismos los que paguen los platos rotos? ¿Se encontrarán con que no tienen dónde guardar su dinero? ¿Tendrán que empezar a buscar paraísos fiscales para sus ahorros?




