El otro día, una persona allegada hizo alusión a mí como “madre postiza”. Independientemente de que me molestan muchísimo las etiquetas y, como trato de no usarlas, pretendo que los demás tampoco me las adjudiquen. Pero además, el término me sentó muy mal, porque me sonó a una definición despectiva. Como no pudiste o no quisiste ser madre, te adjudicaste algo que no es natural ni propio, para sustituir la ausencia. Y me revolvió el estómago, haciéndome sentir furiosa además de herida. ¿Pero quién se cree que es, si además no conoce nada de mi vida, ni me interesa contarle nada, para etiquetarme tan cruelmente?
Lo cierto es que pasé unos cuantos días con el run-run molesto. Hasta que mi sabio interior me hizo comprender que no valía la pena hablarlo con ella, pero que era necesario que yo lo reflexionara para aprender y seguir adelante.
Cuando me casé con mi amado Kurt, acepté el paquete completo que incluía un hijo ya adulto, que mantenía desde hacía muchos años, una muy mala relación con su padre.
El proceso no fue fácil, pero después de muchos llamados telefónicos, visitas cortas y charlas distendidas y no tanto, logramos entender que lo mejor era empezar nuevamente de cero, aparcando por un tiempo las culpas y reclamos. En aquellos días me sentía un poco mediadora y un poco confesionario donde los dos, padre e hijo, volcaban sus frustraciones y sus rabias.
Pero lo seguimos intentando y el día que, cenando en casa, volví de la cocina para escuchar las risas estentóreas y contagiosas, me quedé sin poder hablar. Así, de a poco, una amistad, una complicidad se fue formando y los tres empezamos a disfrutar de confidencias y momentos íntimos llenos de amor. El día que recibí la carta donde Nando me daba las gracias por haberle devuelto a su padre, sentí que una de mis misiones en esta vida, tal vez la más importante, estaba cumplida. Y lloré de felicidad.
Ahora que ya ninguno de los dos están en este mundo, los recuerdo con todas mis energías positivas, con muchísimo amor y con la sensación de haber vivido plenamente esa etapa de mi vida.
Detrás de cada nueva pareja hay muchas veces un padre con sus hijos y la actitud que tomes con ellos y que ellos adopten contigo, marcará la diferencia entre ser la madrastra de los cuentos o alguien que aprende a querer a los hijos del otro, sin caer en la sobreprotección, sin generar rivalidades con la madre biológica, dando tiempo para generar los nuevos vínculos emocionales, con respeto y siendo la mejor aliada de papá, pero no la substituta de nadie.
En los tiempos que corren hay que saber mirar hacia adelante con nuevos escenarios y nuevos actores. Poder alcanzar la plena armonía familiar en esta situación puede ser complicado, ya que no solo basta con que la pareja se haya enamorado, se quieran y quieran vivir juntos y casarse. Es mucho mas lo que hay que tener en cuenta. Pero se puede lograr, sin duda, con mucha comprensión y cariño.
