Me gusta mi sillón que parece un trono y está en el centro de un mundo que amo: música, lectura, cine, luz que invade. Necesito tener cerca mi iPhone donde poder escribir atropelladamente lo que siento, lo que recuerdo o reflexiono. Amo un buen asado argentino, al lado de la parrilla, con un buen asador que se tome el tiempo de preparar y elegir el bocado especial que te hará exclamar ¡¡Mmmm! , un buen vino tinto y la charla de sobremesa con los amigos o la familia. Me gusta escuchar música en todo momento, a veces música clásica, a veces jazz o tango, temas franceses en la voz de Yves Montand, Gilbert Becaud, la trova cubana o un buen bolero. Hay instantes en que me descubro cantando y otras en que mis piernas no me permiten no bailar. Adoro los perfumes de jazmín que me pongo para salir y para entrar, para escribir y para dormir, para hacer el amor y para estar juntos en silencio. Disfruto con la soledad, aunque extrañe tus abrazos que me envuelven y me aíslan del mundo. Me seduce la pintura impresionista y las acuarelas con sus tenues colores que insinúan más que muestran. Me arrebata el mar, la fuerza de las olas y sentir la sal en mis labios. Desde niña, mi madre me hizo amar las tormentas con sus rayos y sus impresionantes truenos. Tirados con ella y mi hermano, en la cama de mis padres, mirábamos por la ventana y disfrutábamos de la fuerza y la belleza de la naturaleza. Me encanta el olor del pan recién hecho y el de las sábanas calentitas y recién planchadas que me ponía mi abuela cuando me quedaba a dormir con ellos. Amo reunir a los amigos en casa, cocinar para ellos, elegir la vajilla y el mantel, cada pequeño detalle para que cada uno se sienta especial y querido. Me encanta andar descalza y sentir la madera lustrada bajo mis pies. Hace mucho descubrí que me gusta subir a un escenario y meterme en la piel de alguien diferente que en ese momento y sin permiso, hace uso de mi cuerpo y de mi voz para contar su vida y emocionar. Me gusta desde ahí arriba, permitirme la mirada hacia el público y descubrir la lágrima o la sonrisa, la rabia o la tristeza que en la semi-oscuridad, afloran a los rostros desconocidos. Amo el aroma de los blancos jazmines, Jazmín del Cabo ¡tan fragante!, de esos que llenaban todos los rincones de mi casa en Buenos Aires y que he descubierto que en España se llaman gardenia. Ver una buena película nostálgica y llorarme toda, sin temor a ser juzgada. Ir sola al cine y disfrutar de esa pantalla enorme que logra meterme en el cuerpo de los personajes y vivir su vida en medio de la oscuridad. Me encantan las reuniones de grandes y chicos mezclados, en un maravilloso disfrute de la mezcla de generaciones en dulce armonía. Me gusta bañarme con agua muy caliente, pero beber el agua bien fría y los vinos varietales, un buen Syrah, un Pinot Noir, un Malbec, un clásico Cabernet Sauvignon y una copa de cristal que me permita degustarlo. Aunque un blanco y frío Chardonnay o un Torrontés me transporten inmediatamente al Cafayate salteño que tanto me gustó. Despertarme con un cuento resonando en mi cabeza y tener la imperiosa necesidad de levantarme y escribir lo que la voz me está dictando, sin pensar, sin corregir, para descubrir a la mañana siguiente ese texto que no reconozco como mío, pero que ha salido de lo más profundo de mi ser. Me gusta dormir desnuda, con mi maravilloso edredón alemán que conserva mi temperatura, aislándome de la del cuarto. Descubrí esa prenda en mi primer viaje a Alemania, en una casa particular donde me alojé y me apropié de comidas y costumbres. Me maravilla descubrir el paso de las estaciones en mi terraza, llenarla de flores y frutos y admirar las coloridas puestas de sol. Me encanta el Goulash húngaro con spätzle que preparaba Kurt y que nunca volveré a comer, porque a mí no me sale igual. La Merluza a la Koxkera de mi abuela, el Bacalao a la Vizcaína de mi madre, la Mousse de chocolate de Adela, la Tortilla de patatas con cebolla que hacía mi padre, platos que con su sólo aroma despiertan recuerdos de vidas pasadas, de seres amados e instantes inolvidables. Amo viajar, perderme por calles y caminos, hablar con la gente del lugar, sentarme tranquila y meterme en el sitio a través de sus voces, sus olores y sus paisajes. Y amo sacar fotos en esos viajes, en esos momentos, fotos que reflejen los rostros y los ojos, los sentimientos que se respiran y los que me producen a mí misma. También debo confesar que me gusta volcar mis reflexiones y recuerdos en este blog que descubrí que puedo crear, acercándome a amigos y a gente que no conozco, pero siento tan cerca como para hablarles bajito de tantas cosas que bullen dentro de mí.









