Necesitaba ver flores y lograr comer algún tomate rojo en este mundo en el que las frutas y vegetales que compramos tienen bonita apariencia y muy poco gusto. En una sociedad en la que prima lo artificial, los alimentos se encuentran también dentro de un proceso antinatural en el que se modifican sus propiedades para presentarse perfectos en las tiendas, pero, en realidad, yo no busco la perfección, sino comida con olor y sabor a lo que he elegido comer.
Y me llamó la atención que, al comentar mis propósitos, encontré rápidamente eco en gente cercana. Los huertos urbanos están de moda. Un huerto urbano es la adaptación de la huerta tradicional que se practica en el campo rural, a un espacio urbano en la ciudad, con la intención de cosechar hortalizas, flores, hierbas culinarias, plantas aromáticas o medicinales, etc. En definitiva, ¡huertos situados en una ciudad!
Las posibilidades son sencillas: cultivar en el balcón o terraza de casa, hacerlo dentro de la vivienda, con un cultivo hidropónico, o lo último que ha surgido, en las terrazas comunitarias de los edificios, con lo cual no ocupamos espacio en casa y además compartimos la experiencia con los vecinos.
En verdad, surgen por movimientos sociales sostenibles como el “slow food” o el “slow life” que reivindican la cultura de lo natural, en la que se respeta el tiempo de cualquier proceso o actividad. Pero ¿cuáles son los beneficios de un huerto urbano?
En primer lugar, al producir nuestros propios alimentos, sabemos lo que estamos comiendo y, en la medida de nuestras posibilidades, no contribuimos al aumento de agriculturas intensivas o a los alimentos transgénicos. Mejoramos nuestra relación con la naturaleza, aprendiendo los ciclos naturales de la tierra y los ciclos biológicos de los vegetales o frutas. Como es una actividad divertida y relajante, un excelente antiestrés que se puede compartir en familia, aporta beneficios a nuestra salud mental. Y lo que nadie te cuenta es que el placer de recolectar y comer los frutos de lo que has plantado, es una satisfacción difícil de explicar. ¡Hay que experimentarlo!
Un jardín es un refugio ideal para huir del ajetreo del mundo y conectar con la naturaleza. Sin embargo, sabemos muy poco sobre los verdaderos beneficios de la jardinería. Investigaciones recientes demuestran que, cuando la practican, los presos tienen menos probabilidades de reincidir, los jóvenes en riesgo de exclusión tienden a perseverar en el sistema educativo y los ancianos viven más y mejor.
Repleto de curiosidades científicas y emocionantes historias humanas, la mente bien ajardinada es una poderosa combinación de neurociencia, literatura, historia y psicoanálisis que indaga en el secreto que muchos jardineros conocen desde siempre: el contacto con la naturaleza puede transformar radicalmente nuestra salud y nuestra autoestima.
Sue Stuart-Smith, distinguida psiquiatra, apasionada jardinera y brillante narradora, entreteje ejemplos como el papel clave de la horticultura para su abuelo tras la Primera Guerra Mundial, la obsesión de Freud por las flores y curiosas historias clínicas de sus propios pacientes. Con todo ello, nos convence de hasta qué punto puede influirnos la conexión con los ciclos de la naturaleza (en los que, tras la descomposición, brota de nuevo la vida), de las muchas formas en que la mente y el jardín interactúan y de la idea de que hundir nuestras manos en la tierra puede ser un modo de cuidarnos a nosotros mismos.








