Yo no entiendo por qué, en nuestra cultura, creemos que todo lo bueno de la vida se reduce al breve espacio de tiempo en el que somos jóvenes. Sin pensar en que la mayor parte de nuestra vida vamos a ser mayores y no jóvenes.
Hablemos de la vejez. A menudo escuchamos distintos vocablos para definir esta etapa de la vida: ancianos, adultos mayores, señor o señora mayor, viejo o vieja, pero, ¿cuál es el verdadero concepto de este grupo etario? La expresión “tercera edad” o senectud es un término que hace referencia a las últimas décadas de la vida, en la que uno se aproxima a la edad máxima que el ser humano puede vivir.
La tragedia de la vejez es que él o ella es viejo para los demás, pero a pesar de los achaques, de las arrugas y los desengaños, en su interior no siente que haya cambiado. Sigue teniendo las mismas aficiones, aprecia de la misma forma la belleza, los placeres de la vida, tiene los mismos deseos, se puede enamorar y disfrutar del sexo. Es cierto que no de la misma manera, ya no tiene las mismas fuerzas, pero tiene más experiencia y siempre hay recursos que le ayudan. El goce, esa palabra poco conocida para muchos. Goce de todo tipo, sin tapujos. Y a quien no le guste, que siga su camino.
¿Cómo debe ser un viejo o una vieja normal? Tengo que ser amable, dulce y sensible, pero no mucho porque entonces soy una vieja que ya está chocheando.
Tampoco debo seguir haciendo las cosas que me han gustado toda la vida, porque entonces se supone que no acepto la vejez.
Se me permite participar en las conversaciones. ¡Bueno sería! Pero ¡pobre de mi si repito una anécdota!
Si se me ocurre una idea novedosa, un proyecto original, entonces no es que me crea una jovencita, sino que soy ridícula. ¡A tus años!
Si me apetece un viaje, nada de Paris o Florencia ¡a Benidorm con el Imserso!
Si ya me he jubilado, se supone que se acabó mi vida útil, que sólo me queda mirar la novela de la tarde, condenada a tejer mañanitas en la mecedora y estar a expensas de que me necesiten para cuidar a los nietos.
Y, de paso, debo aceptar que me llamen abuela, por el sólo hecho de haber alcanzado la edad que tengo, aunque no tenga hijos ni tampoco nietos.
Hace algunos años, la empresa que gestiona el parqué de la Bolsa de Madrid, decidió expulsar al pequeño grupo de viejos que acudían a observar la frenética rutina, porque daban una mala imagen. ¿Discriminación, tal vez?
Según la clasificación de las edades del hombre, un viejo es una persona que ha cumplido 60 años. ¿A alguien se le ocurriría llamar viejo a Barack Obama, a Sting, a Madonna, Bruce Springsteen, Jane Fonda, Antonio Banderas, Richard Gere, Sharon Stone, Meryl Streep, Sigourney Weaver, Inanol Arias, Denzel Washington, Pierce Brosnan, Mel Gibson, Jordi Hurtado?
Tal vez tendríamos que redefinir la noción de vejez, que se ha retrasado, de la misma manera que la juventud se ha alargado. Que se lo cuenten sino a padres de tipos de 40 años que siguen viviendo cómodamente en casa de sus progenitores, aprovechando la comida de mamá y todos sus beneficios, incluyendo el lavado, planchado de la ropa y hasta el hacer la cama.
Deberíamos cambiar nuestra forma de hablar y de pensar, olvidar ciertos prejuicios y entender que con los años se pierden algunas cosas, pero se ganan otras. Hoy nos encontramos con un nuevo paradigma, las “Nuevas vejeces”. Una generación de mayores de 60 que viven la vida sin límites, disfrutando de su tiempo y sus necesidades sin restricciones, son activos, llenos de proyectos, viajan solas, solos o con amigos, salen a recorrer la noche, buscan ropa que les guste, se agasajan, van al spa y tienen sexo. Porque esas personas, sobre todo si son mujeres, han vivido con muchas trabas y represiones. Pero ahora viven con más libertad.
Sin caer tampoco en trampas. No es verdad que la vejez te de, así como así, sabiduría y serenidad. Quien ha sido un cabrón toda su vida, no se transforma por arte de magia en un viejo encantador. Hay quien aprovecha esto que llamamos vida para aprender y madurar, y otros no.
Si lo haces, la vejez es una maravilla, porque manteniendo una alta autoestima, siendo positivo, con dignidad, has aprendido a lidiar con las cosas negativas de una forma diferente, para que no te hagan daño. Y la mayoría de las cosas que te angustiaban, dejan de preocuparte.
Eso se parece bastante a la felicidad. Un sentimiento, por cierto, muy difícil de alcanzar cuando eres joven.









Me gustó mucho tu entrada, coincido que eso de culto a la juventud está bastante errado. Uno no se hace viejo hasta que la actitud se pone vieja. De esa forma se pueden seguir haciendo todas las cosas que hacen los jóvenes (al menos, las que nos han gustado a cada quien en lo particular). Tampoco corriendo riesgos innecesarios, pero si lo queremos, se puede hacer.
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Tienes razón Ana, la vejez tiene más que ver con la actitud que con los años. Y se puede, claro que se puede seguir activo, participando de nuevos proyectos, aprendiendo, disfrutando. Un abrazo.
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En una oportunidad, cuando yo era pequeño, fuimos a un mercado con mi abuelo. La chica de la caja, muy sonriente ella, lo llamó diciéndole: «Pase por acá, abuelo». Mi abuelo, que además de ser viejo era algo taimado, simplemente le respondió: «Yo no soy su abuelo». Con la arrogancia propia de la juventud, la chica de la caja le retrucó: «No conozco su nombre, ¿Cómo quiere que lo llame?». A lo que él respondió: «Viejo, llámeme Viejo. Creo que después de 80 años, me lo he ganado.»
A pesar de mi corta edad en aquel entonces, siempre recuerdo esta anécdota. Viejo, en mi familia era una especie de título nobiliario. Viejo, era mi abuelo; el Viejo Fino. Cuando el murió, mi padre se convirtió en el «Viejo Fino». A mis cincuenta y tantos abriles, y siendo el próximo en la línea sucesoria, aún siento pudor de utilizar ese título, pero cada vez que mi hija, distraídamente me llama «Viejo», siento una especie de orgullo y una profunda gratitud de ser el siguiente «Viejo Fino» de mi clan.
¡Gracias por hacerme recordar!
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Marcelo ¡qué magnífica anécdota! ¡Chapeau! por tu abuelo y su rapidez en responder. «Viejo, llámeme Viejo. Creo que después de 80 años, me lo he ganado.» ¡Por supuesto! Tendríamos que reivindicar el título de «viejo». Viejos no son sólo los trapos, como afirma el dicho, viejos somos todos los que hemos vivido lo suficiente para poder tener un pasado del cual acordarnos. Viejo es, como dices tú, un título nobiliario que causa orgullo y una profunda gratitud a la vida. Después de todo, la otra posibilidad, la de no haber llegado a la vejez, es bastante peor ¿no?
Gracias a ti, por haberte acercado, por recordar y compartir tu opinión. Un abrazo.
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