Esta mañana, como todas las mañanas, después de mi revitalizante ducha, me dispuse a desayunar con mi infaltable té con limón. Preparé el té en mi hermosa tetera, exprimí el medio limón porque me gusta poca azúcar y mucho limón en mi gran tazón. Tomé los medicamentos con el zumo de naranja que había exprimido. Y coloqué todo en la bandeja, con el pote de queso Philadelphia y la galleta Wasa de centeno, esas galletas que cuando las pruebas por primera vez te parecen cartón corrugado y, al cabo del tiempo, cuando te acostumbras y sientes que te hacen bien, no puedes pasar de ellas.
Me senté tranquila frente a mi potenciador de energía matinal y decidí que hoy no quería nada de música. Si, porque suelo animar mis primeras horas con música. No siempre la misma, ni siquiera siempre el mismo género. Depende de cómo me levante.
Ahora que estoy escribiendo, me doy cuenta que estoy usando mucho el pronombre personal de la primera persona. Será que estoy hablando de cosas “personales” y siento que la ducha no es cualquier ducha, es “mi” ducha, con agua muy caliente que se desliza fuerte por cada rincón de mi cuerpo despertando sensaciones. El té es el que yo preparo, en una armoniosa ceremonia miles de veces repetida. El tazón es el negro, grandote, que usaba Kurt y lleva escrito “Café Noir” en un vano intento de imponer la realidad.
Y ya sentada, en silencio, tomé la última decisión de mi delicioso desayuno del día de hoy, 7 de junio de 2021. Experimentar, una vez más, los sentidos despreciados.
Os explico. Estamos acostumbrados a valorar, incluso comentar, las cosas que vemos, que escuchamos o que olemos. Es común que le cuentes a tu pareja o a tu amigo/a el amanecer maravilloso que viste esa mañana o la carita de dormido/despierto de vuestro hijo queriendo prolongar el momento de levantarse o el canto de un pájaro que te sorprendió con su melodía cuando te sentaste a comer bajo ese árbol, o la canción que sonaba en el coche y te recordó el viaje a Turquía o el aroma del perfume que le regalaste en aquella escapada a París y que ahora despierta tus deseos.
Pero nuestros sentidos son 5 y normalmente solemos hablar poco del tacto y del gusto. Así que yo me he propuesto, ya hace bastante tiempo, tomar un momento de vez en cuando para recordar alguno de mis sentidos despreciados.
Y es uno de esos momentos. Cierro la ventana de la cocina para que los ruidos de la mañana no me invadan, cierro los ojos. Y desayuno disfrutando de cada sorbo y cada bocado. Despacio, muy despacio. El tiempo no existe. El mundo no existe. Sólo existo Yo, el sabor del delicioso té, la combinación perfecta de gustos de galleta y queso. Yo, saboreando este instante, saboreando la vida.
Si cambiamos esas raras galletas por unas crackers, el resto del desayuno (te, zumo y philadelphia) lo saboreo cada mañana. Parece que coincidimos. De momento no tengo medicamentos. A veces me gusta disfrutarlo solo, en la terraza de mi casa, viendo el paisaje. Es mi momento.
Un saludo.
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Parece que volvemos a coincidir. ¿Y tú también te sientes en un mundo que no existe, donde sólo existe ese momento especial? ¿Alguna vez has intentado vivirlo con los ojos cerrados? Ya sé, es difícil no disfrutar del paisaje. Si lo haces, cuéntame qué te ha parecido. Gracias por tu comentario. Saludos.
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