La profecía

Tenía Joshe aquella mañana, la resaca del fin de semana y el desánimo de un lunes que se le presentaba bastante atareado. Escuchó por primera vez la noticia en el radio-despertador, pero estaba tan adormilado que no le prestó atención. Luego, el locutor del programa matinal retomó en tono de burla el avance dado por el noticiero. Pero con el ruido de la ducha tampoco se enteró de mucho. Recién pudo conocer en detalle la novedad al leer el periódico en el tren. Raphael, un famoso adivino francés, interpretaba una de las profecías de Nostradamus y aseguraba que se avecinaba un tiempo espantoso para nuestro mundo, guerras, pestes y calamidades se cernían sobre nuestras cabezas, como una espada divina que castigaría nuestros pecados y el momento estaba muy cerca, sucedería exactamente durante el próximo mes de abril.

¿Cómo la gente se iba a creer semejante tontería? Sobre todo en un momento como el que estaban viviendo, en que las diplomacias internacionales parecían dar sus frutos. El último acuerdo entre judíos y palestinos parecía acabar con siglos de guerras y malentendidos. El IRA se había disuelto y ETA había formado un partido político, dejando definitivamente las armas. Los gobiernos de los mayores países desarrollados estaban paliando el hambre en poblaciones de Africa y Asia, desviando excedentes de comida que eran distribuidos entre las poblaciones más necesitadas. Los planes de desarrollo de nuevas actividades creaban multitud de pequeñas empresas acordes con el clima y las condiciones ambientales. Green Peace acababa de desguazar su último barco. Y la cultura resplandecía, centros de filosofía donde jóvenes alegres y despreocupados debatían teorías seculares, escuelas donde se enseñaban las diferentes artes. El mundo encauzaba su rumbo hacia la plena felicidad.

En ese clima de perfecta armonía que se estaba logrando, una noticia tan descabellada no podía tener la menor repercusión. Y sin embargo, al llegar a la oficina medio mundo comentaba con preocupación lo mismo. Al mediodía ya habían conseguido contagiarle los miedos y por la tarde, cuando llegó a casa, le pidió a su ordenador que se conectara a la red informativa y le hiciera un resumen de las repercusiones internacionales.

En principio, Raphael hablaba de un gran cataclismo que dejaría sin agua los ríos, lagos y pozos. Luego, al cabo de uno o dos días el agua volvería a fluir, pero con un nuevo componente misterioso que enloquecería a las personas y las volvería agresivas. El orden mundial se trastocaría y se perdería la armonía tan difícilmente lograda. 

Sin embargo una gran parte de los estudiosos de las ciencias ocultas aliaban sus mentes para profundizar en el estudio de las profecías de Nostradamus y las primeras conclusiones no eran en absoluto alarmistas, sino todo lo contrario.

En dos días, la noticia se desinfló y poca gente siguió recordando los malos augurios. Nuevos inventos sustituyeron las primeras planas de los periódicos y la vida placentera continuó.

Joshe, a quien habían enseñado desde pequeño a no desdeñar los signos invisibles del porvenir, fue de los pocos en seguir pensando en la probabilidad anunciada. Y cuando llegó el mes de abril, sin comentarlo con amigos ni compañeros por miedo a que le creyeran un delirante, llenó su bañera de agua.

Los primeros días de abril se presentaron con un calor inusual y los embalses comenzaron a secarse, cosa lógica si se piensa en una época de sequía. El día 15 la ciudad despertó sin agua, las cañerías ronroneaban con mil monstruos escondidos en sus tripas, pero ni una miserable gota salió de los grifos.

La radio calmaba a la población con tranquilizadores mensajes. En forma urgente, el gobierno tomó medidas y se comenzaron a distribuir gratuitamente botellas de agua mineral  por los barrios.

Algún comentarista trasnochado recordó la profecía de Raphael, pero nada se decía de la probabilidad de que lo mismo estuviera ocurriendo en otros lugares.

El día 16 por la noche, luego de horas en las que se cerraron oficinas y negocios, el agua comenzó a llegar nuevamente a las casas. Primero fueron los habitantes del centro los que dieron la buena nueva y luego poco a poco empezó a fluir por todas las cañerías. La tranquilidad se restableció y el ordenador le pronosticó un fin de semana de lluvias y bajada de temperatura.

Joshe, por precaución, el mismo día 15 había tomado la decisión de comenzar a beber sólo del agua que tenía reservada en su bañera. Como se solía bañar en el club por las tardes, la bañera era un artefacto que pocas veces usaba, hasta había pensado alguna vez en sacar ese viejo trasto y reemplazarlo por una moderna y más funcional ducha. Sus cafés y sopas empezaron a nutrirse del agua celosamente cuidada, aunque seguía sin comentarlo con nadie. De todos modos, nadie hubiera creído que él, tan racional y meticuloso para analizar todas las opiniones, estuviera actuando como un fanático de alguna secta.

Ese fin de semana se aisló bastante del mundo con su música y sus fotografías. Quería terminar de revelar esos rollos del último viaje y la lluvia y el repentino frío invitaban a quedarse en casa, tranquilo y calentito. Por eso, el lunes cuando volvió a escuchar las noticias en la radio, no podía creer que hubieran pasado tantas calamidades en tan poco tiempo. Una nueva guerra se había declarado en los Balcanes, servios y bosnios destruían nuevamente las ciudades que durante tantos años habían sido amigas. Un huracán había arrasado Filipinas y la acción mundial se retrasaba porque los países no se ponían de acuerdo en quién debía mandar los aviones de ayuda. Acuerdos que se vulneraban, atentados que parecían hacer explotar en mil pedazos la paz tan costosamente lograda.

Se había formado una convención de países para restablecer el orden, pero los países no invitados al foro habían decidido que no eran inferiores en posibilidades y habían designado otra ciudad como sede de una convención contraria a los designios de la primera. El mundo se hacía trizas y la gente parecía haberse vuelto loca.

En la oficina el clima hostil se contagiaba como una mala epidemia. Lo curioso es que nadie parecía darse cuenta del mal ambiente que se estaba creando. Sólo Joshe, encerrado en su despacho, recibía una tras otra las quejas de sus empleados y los comentarios desagradables. Decidió tomarse el resto del día libre y se refugió en su casa, con la secreta esperanza de que no fuera más que una mala racha y al día siguiente todo hubiera vuelto a la normalidad.

A la mañana siguiente el radio-reloj le devolvió la realidad y los presagios eran tan negros que llamó a la oficina para decir que estaba enfermo. Con su ropa de descanso y un buen libro se encaminó al gran parque para tomar un poco de sol y leer tranquilo sin agobios. Un guardián le recriminó por sentarse en el césped, una patota de jóvenes con pinta de pocos amigos lo increparon e intentaron robarle. Volvió a casa desanimado y con el firme propósito de no regresar a aquel parque.

El día siguiente no fue mejor, ni la semana siguiente tampoco. Muy lentamente se iban rompiendo todos los puentes de entendimiento entre países. Amenazas de guerra cruzaban los océanos y se hablaba de volver a utilizar los satélites para espionaje en lugar de comunicaciones.

Daba la impresión de que la armonía se había exiliado del mundo y Joshe parecía ser el único que se daba cuenta. Mientras su bañera siguiera suministrándole el agua milagrosa, no tenía por qué preocuparse. En realidad, el temor al momento fatal en que se le acabara, comenzaba a atenazarle. Durante horas y horas buscó infructuosamente en la red a alguien que estuviera pasando por la misma experiencia que él. No solamente no halló a nadie en su misma situación, sino que tampoco nadie parecía recordar ni la profecía de Raphael ni la vida apacible en la que vivían antes del cataclismo.

Comenzó a dejar de frecuentar lugares que antes le resultaban muy agradables. Dejó de jugar al baloncesto en el club, los partidos acababan siempre en agria disputa entre los dos bandos. La biblioteca servía de refugio a gente desocupada que dormía sobre los bancos antes repletos de gente estudiosa y los libros sólo se utilizaban para apoyar la cabeza o los pies. Los amigos fueron perdiéndose uno a uno. Para ellos Joshe se estaba volviendo un delirante, con sus historias de una época resplandeciente y un agua milagrosa.

Cada vez pasaba más horas en casa, sólo con su música y sus libros y fotos. Tuvo la idea de montar una exposición con sus fotos, pero pronto descartó la idea, sabía que no iría nadie. Se convirtió en una especie de ermitaño, comía cada vez menos por miedo a gastar demasiado de su líquido precioso, dejó el café y el té, ya no comía nada fuera de casa por el terror que le inspiraba el contagio de la enajenación general. Estaba cada vez más delgado y si seguía yendo a la oficina era porque no le quedaba más remedio que seguir ganando dinero para pagar sus cuentas y sobrevivir. Tuvo el impulso de hacer un viaje, podía llevar una parte del agua milagrosa para sobrevivir, como hacía con la botella que llevaba a la oficina. Pero la idea de volver y encontrar que alguien había vaciado su bañera, le aterrorizó.

La culminación de esta época de sufrimiento llegó cuando, por orden de la empresa, tuvo que despedir a la mitad de sus empleados, gente a la que conocía desde hacía tantos años, con familias que mantener y con una edad que no les permitiría volver a encontrar un trabajo. Ese mismo día el director general habló con él y le informó que le habían llegado habladurías sobre su extraño comportamiento. La empresa no podía permitirse que un gerente de su nivel, diera la imagen de una persona desubicada. Le instó a tomar unas vacaciones y poner en orden sus ideas, para acometer el nuevo trabajo de fabricación de armas nucleares de tamaño portable.

Su reclusión voluntaria duró dos semanas, de todas formas no tenía muchos lugares adonde le interesaba ir. Por la mañana del domingo del segundo fin de semana, demacrado y desesperanzado, resolvió ejecutar su suicidio. Lo había estado pensando con todo detenimiento durante esos días de soledad. El inicio del camino individual deja a uno, a veces, demasiado aislado del resto del mundo.

Escuchó el parte meteorológico, tomó su último té con limón y mucho azúcar, vio por última vez su película favorita, escuchó música durante un buen rato, preparó su comida preferida, comió con un buen vino Chardonnay, ordenó las últimas fotos que le quedaban en el cajón del escritorio y luego de ver el atardecer por la ventana, sacó el tapón de la bañera.

Este cuento pertenece al libro “Ayer, y no tan lejos“. 

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

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