Barrio de la infancia, ¡querido San Telmo! Me gustaría tener de nuevo mi bolsa de bolitas (canicas), con los bochones, las preferidas, las figuritas y los álbumes siempre incompletos, (el presupuesto no daba para tanto).
Con pantalones como los chicos, las medias caídas y unas ganas locas de jugar a lo que fuera con una pelota. Sentados a la noche, en el portón de la casa siempre abierta, charlando con los vecinos que eran parte de la familia, viendo pasar la gente por la vereda, contándonos historias que parecían verdaderas. Comienzos de los años 60.





Somos una generación que fue y volvió a pie a la escuela, o en el ómnibus de Monona, la cuidadora más divertida. Una generación que hizo la tarea sola para salir lo antes posible a jugar en la calle. Que pasó todo su tiempo libre afuera, sin miedos. Una generación que jugaba al escondite cuando oscurecía. Que disfrutaba el verano en la Pelopincho, compartiendo chapuzones con padres y abuelos. Que hizo pasteles de barro. Que coleccionaba figuritas y bolitas, un trompo, un aro viejo con un palito, chapas de gaseosa. ¡Maravillosos juguetes para despertar la imaginación! Que leía apasionada, viviendo aventuras con los libros amarillos de la Colección Robin Hood. Que recorría caminos en la parte de atrás del rastrojero de Ramón, con el viento revolviendo los pelos. Una generación que amaba los chicles y los chupetines. Que hizo avioncitos de papel con sus propias manos y descubrió las sombras chinescas en tardes de lluvia. Que convertía el Parque Lezama en una selva, la costa del Río de la Plata en el escenario de los pantagruélicos asados con los amigos de papá y mamá. Y el salón/comedor/dormitorio de los niños en un teatro donde se estrenaban las obras que escribía y dirigía la niña de la casa. Una generación que coleccionó fotos y creaba álbumes de recortes de nuestros artistas preferidos. Que descubrió las primeras imágenes de la televisión, asombro de grandes y pequeños. Que tuvo padres trabajadores como ninguno. Una generación que se reía bajito antes de dormir, para que los padres no supieran que todavía estábamos despiertos. Que tuvo cumpleaños enormes en casas diminutas, con tortas hechas por mamá y la habitación entera para que jugáramos todos los niños. Una generación que está pasando y desafortunadamente nunca volverá. Una generación que nos marcó con tinta indeleble. Una generación llena de diversión, disfrute, empatía, valores y respeto.
¡Qué entrada más bonita! Llena de nostalgia y vivencias. 🥰🥰🥰
Coincidimos en muchas cosas, aunque creo que en una esencial: Disfrutamos de una infancia llena de churretones, risas y llantos, aventuras y desamores, experiencias vívidas, sin la existencia de la virtualidad de la tecnología.
Podíamos divertirnos con una caja de cartón, que era un coche, un castillo o un barco pirata, en compañía o en solitario, con la única basa de la imaginación. Imitábamos los libros o las películas y no necesitábamos gastar dinero en disfraces o espadas, porque nuestros ojos veían lo que deseábamos ver.
Cuando hoy en día veo a un grupo de chavales, juntos, pero separados por el móvil, me pregunto: ¿Saben realmente lo que es divertirse con los amigos?
Tal vez, sí. No lo sé. Pero nuestras quedadas eran más reales estando llenas de imaginación.
Felicidades y gracias por la entrada, Marlen.
Cositas bonitas que hacen recordar.
Besote y abrashasho 🤗😊👍🏼
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¡Cómo me alegro, Jose, de despertar recuerdos con la mención de los míos! Si, fuimos los privilegiados de una infancia plenamente disfrutada. Hoy, al ver a los chicos, como tú dices «juntos pero separados por el móvil», felices por compartir su avance en el juego con alguien a quien sólo conocen por el «Nick» y ajenos a su amigo, sentado a su lado, que tampoco lo ve ni le oye, enfrascado en su propio periplo, yo también me pregunto si saben lo que es divertirse de verdad. Y me da lástima pensar que se están perdiendo tanto. Luego reflexiono sobre una diversión diferente, sin necesidad de charlar cara a cara, pero compartiendo otra forma de disfrute. ¿Será que no los entiendo? ¿Será que me pilla demasiado vieja para empatizar con ellos? Tal vez, no lo sé.
Ayer miraba en la plaza un grupo de unos 20 chicos de 10 a 15 años. Parecían disfrutar, cada uno con su móvil y comentando con los otros, supongo que las proezas. Había sólo 4 que no usaban la tecnología. Tenían una pelota y el juego consistía en quién la tiraba más alto, con un patadón, sin importar si rompía los árboles o las plantas, si podía golpear a alguien o si algún vecino se quejaba. Comunicación entre ellos: «0» Sólo se reían cuando alguien les llamaba la atención. No quisiera ser gruñona, pero no lo entiendo, sin más.
Prefiero seguir recordando «cositas bonitas que hacen recordar».
Y me queda una esperanza. Cuando a mis sobrinos (¡¡ya sé, otra vez hablando de ellos!!), les cuento alguna anécdota de mi infancia, me miran como a una extraterrestre, pero luego la cuentan a sus amigos como las proezas de su tía. Y se entusiasman cuando les propongo un rally fotográfico a través de casa, o contar un relato breve dándoles una palabra o una situación, al estilo acervolense, o la búsqueda de un tesoro escondido o jugar a los juegos de mesa que aparecen en sus cajones privados… Entonces, no será que para nosotros, adultos ocupados, es más fácil darles un móvil, que pensar y ofrecerles otras opciones, jugando con ellos?
Gracias por tus palabras, Jose. Besotes grandotes.
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Supongo que cada generación tiene sus formas de divertirse y a los «mayores» siempre nos cuesta entender a los «jóvenes.
Sin embargo, recuerdo la cara de felicidad de mi ahijada y amigos cuando les organicé los juegos por su fiesta de comunión. Cero tecnología. En un campo. Juegos de búsqueda de tesoros, de cuentos de misterios, de interpretación de mapas.
Tal vez es lo que dices. Para los adultos es más fácil darles tecnologías y que no nos molesten. Será, pero me da pena ver las plazas vacías se niños.
Veremos el futuro.
Besote para niños viejos 😘😘😘
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