Te elegí para compartir todo en nuestra vida, un compañero para siempre y para todo, lo bueno y lo malo, risas y lágrimas, miedos y emociones maravillosas.
Nunca me sentí más entendida y más acompañada que cuando estábamos juntos. Una mirada bastaba para que pronunciaras las palabras que quería oír, un gesto alcanzaba para que mis manos calmaran algún mal pensamiento que te rondaba.
Según la mitología japonesa, las relaciones humanas están predestinadas por un hilo rojo que los dioses atan al dedo meñique de aquellos que tienen como objeto encontrarse en la vida. La leyenda es clara, si el destino tiene preparado que te encuentres con una persona determinada, pase lo que pase, así será.
No importa cuánto tiempo pase o las circunstancias que se encuentren en la vida, las almas gemelas se unirán. El hilo rojo puede enredarse, estirarse, tensarse o desgastarse… pero nunca romperse.
Fuimos felices, lo sé. Pero no como esa gente que se da cuenta justo cuando la felicidad ya ha pasado, la sentíamos en aquellos momentos indescriptibles, la disfrutábamos con palabras o con silencios, la paladeábamos golosos y la compartíamos con quienes nos querían.
A veces, me descubrías con aire pensativo, mirando el mar desde la playa o escuchando una música. No podía creer que el universo nos regalara instantes tan felices. No podía creer que no nos hubiéramos encontrado antes. Te hablaba de personas o momentos como si los hubiéramos vivido juntos, sin darme cuenta que no era tanto el tiempo que hacía que nos habíamos descubierto.
Convertimos en nuestro, el árbol bajo el cual me hablaste de tus sentimientos por primera vez. Y, desde aquel día, pequeños árboles aparecían en los lugares más insospechados para recordarnos nuestro amor.
Como droga insólita, nos volvimos adictos a las sorpresas que nos preparábamos mutuamente. Recuerdo tu primer cumpleaños compartido. Nunca habías tenido una fiesta de cumpleaños sorpresa y te quedaste sin habla al ver a tus amigos a los que, se suponía, yo aún no conocía, riendo y abrazándome como si fuera de toda la vida.
Cuando un problema me molestaba en el trabajo, sin haber tenido tiempo aún de contarte lo que me pasaba, al llegar a casa encontraba que un duende mágico había trabajado toda la tarde para preparar un Goulash con spaetzle y hasta había conseguido un delicioso Riesling para acompañarlo.
Recuerdo cuando en la Ciudadela de Pamplona, en pleno San Fermín, te enteraste que a la semana siguiente estaríamos navegando por el Nilo, y realizando un viaje con el que soñabas desde pequeño. ¡Casi te caes al foso!
Pero la sorpresa más grande te la concedí de a poquito. Me propuse, y fue el único secreto que no te revelé en nuestra vida, unirte nuevamente con tu hijo.
El hilo rojo, estoy convencida, no une solamente parejas amorosas, sino almas que están predestinadas a estar unidas en la tierra: amigos, alguien que cambiará nuestra vida, un pariente, un hermano… Las relaciones más importantes están predestinadas, nada es fruto del azar.
Y yo conocía el amor inmenso que se escondía en el alma de padre e hijo, ese que no se permitían sacar a la vista del otro, ese que no lograba impedir que cada encuentro acabara en reproches y palabras amargas, el que no transigía que el hilo rojo se desenredara.
Fue mucho el tiempo de llamadas telefónicas, encuentros que se producían “por casualidad”, larguísimas cartas, confesiones… El día que los escuché reír fuerte en la cocina de casa, me fui al baño a limpiarme las lágrimas de alegría. Luego vinieron muchas primeras veces: el día que se quedó a dormir en casa, el día que salieron a recorrer el Tigre en barca, el día que fuimos a su casa y baboseamos al primer nieto, el día que se fueron los dos solos a pasar un fin de semana y volvieron felices y sonrientes, el día que apareció a festejar el cumpleaños del padre con una torta de ricota…
Han pasado muchos años. Mi dulce amor ya no está en este mundo. Pero sigue viviendo en mí, por siempre.
Sigo disfrutando cada instante, sigo encontrando hilos rojos que me acompañan y me acompañarán durante el resto de la vida.



¡Qué maravillosa preciosidad! 😍😍😍😍😍
Felicidades por lo vivido, por tenerlo bien guardadito en la memoria y por todos esos hilos rojos que te quedan por desenredar.
Un abrazo. 🤗😊😘👍🏼
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Gracias Jose, por tu comentario, por tus palabras.
Me siento una absoluta privilegiada por todo lo que he tenido la fortuna de vivir. Atesoro cada instante en mi corazón y no dejo por ello, de seguir desenredando maravillosos hilos rojos. Y de vez en cuando, sólo de vez en cuando, los instantes mágicos salen a pasear por el paisaje trujamán. Y alguien que está atento a los aires primaverales, es capaz de encontrarlos.
Como diría Roberto Benigni, «La vita è bella».
Un abbraccio, caro amico.
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🥰🥰🥰
A ti, por compartir tus bellos sentimientos.
🤗😊
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