La flânerie no morirá

El término flâneur se acuñó en el contexto de la incipiente sociedad moderna a la que dio lugar la industrialización en el París del siglo XIX, entre los primeros parques urbanos y paseos arbolados diseñados por Georges Eugène Haussmann.

El poeta Charles Baudelaire lo menciona por primera vez en su libro “Fleurs du mal”, (Las flores del mal) y con él describe a un personaje que camina cual vagabundo sin rumbo por las ciudades sin ningún objetivo salvo el propio hecho de caminar. Sin embargo, pensar en él como un sencillo paseante es simplificar en exceso el concepto.

Para Honoré de Balzac, la flânerie es la “gastronomía para los ojos”, un arte de vagabundear. Las calles del París de los distritos históricos observaban el divagar pensativo de quienes transformarían artes, filosofía, arquitectura, ciencia. Poetas malditos, pintores impresionistas emulando a los personajes de La Bohème de Puccini, literatos de inframundo venidos de todos los rincones de Europa, todos celebraron la flânerie.

Para muchos, se convirtió en el único oficio y beneficio. Para saber deambular, hay que ser docto en experiencia, percepciones, mirada, capacidad para improvisar como un actor clásico en una obra de Esquilo, pensaría la legión de flâneurs, atentos a alguna inauguración de exposición donde comer algo o a encontrarse con algún conocido a quien gorronear un café caliente a cambio de algo de atención. El saber estar dinámico de quien camina abriéndose al mundo sin renunciar a su propia mirada.

La flânerie es una actitud vital, una manera diferente de relacionarse con la realidad y con el mundo. Consiste en moverse por las calles de forma despierta, explorando conscientemente cada rincón de la ciudad hasta sentirla como un ente vivo. El flâneur observa a la gente casi con espíritu de antropólogo, se fija en el movimiento y en los ritmos que impone la multitud y encuentra estimulante apreciar hasta detalles irrelevantes como la forma que tiene la luz en reflejarse en las ventanas de los edificios.

Imaginad al flâneur, que vagabundea sin rumbo por los laberintos de las calles más antiguas, que encuentra en la multitud su propia naturaleza, pero no interactúa con nadie, no se implica, sólo contempla. Es un mero observador que pasa inadvertido y encuentra en ello un placer incomparable. Se siente libre en su deambular y en su anonimato. Es de esta manera, convirtiéndose en un fantasma, como la ciudad se convierte en la verdadera protagonista.

Pero no sólo Baudelaire profundizó en ello desde su obra. Edgar Allan Poe lo hizo en su cuento “The Man of the Crowd” (El hombre de la multitud). En él, un narrador sin nombre persigue por simple curiosidad a otro hombre, durante dos días seguidos, a través de un populoso Londres.  Tras superar una enfermedad no definida, el narrador pasa el tiempo en un café londinense. Fascinado por la multitud que observa pasar a través de la ventana, considera los distintos tipos y personajes (nobles, amanuenses, comerciantes, abogados…), y el aislamiento a que están sometidos, a pesar de vivir apiñados en la gran ciudad. Al caer la tarde, el narrador se fija en “a decrepit old man, some sixty-five or seventy years of age” (un anciano decrépito de unos sesenta y cinco o setenta años). Era “de escasa estatura, flaco y aparentemente muy débil. Vestía ropas tan sucias como harapientas”. El narrador, lleno de curiosidad, decide dejar el café y seguir a este hombre. Este conduce al narrador por tiendas y comercios, sin comprar nunca nada, hasta acabar en una zona muy pobre de la ciudad, para regresar otra vez al corazón de la misma. La persecución se prolonga a lo largo de toda la noche y todo el día siguiente. Finalmente, exhausto, el narrador se enfrenta cara a cara al extraño anciano, quien, sin darse cuenta de haber sido seguido, pasa de largo. El narrador sospecha, al verlo perderse de nuevo entre la multitud, que debe de ser un terrible criminal, llamándolo “el hombre de la multitud”.

Después de él, el filósofo Walter Benjamin reflexionaba sobre la figura del flâneur dándole otra perspectiva: como medio para boicotear al capitalismo al pasear sin objetivo, sin consumir, sin ser mercancía.

Por otra parte, muchos otros artistas de diferentes disciplinas practicaban la flânerie. Samuel Beckett, por ejemplo, vagabundeaba por las calles con su buen amigo, el escultor Alberto GiacomettiMarcel Duchamp iba paseando por Broadway totalmente absorbido por la ciudad, momentos antes de adquirir el urinario que convertiría en discutida obra de arte que firmaría bajo el seudónimo de R. Mutt. Más recientemente, músicos como Lou Reed o Nick Cave dedicaron canciones a estos paseantes urbanos y amantes de las grandes urbes.

¿Y qué pasa con la flânerie en la época internet? En los primeros años, muchos usuarios se disponían a viajar por la red con el espíritu de un flâneur, encontrando sorpresas, descubriendo recursos, divagando sobre nuevas posibilidades a cada momento, descubriendo un mundo nuevo. Pero los años de esta flânerie cibernética quedaron atrás y los hemos sustituido por productos-estanco que ofrecen toda la experiencia en línea del usuario, dentro de los límites de su jardín vallado.

En cuanto a la flânerie propiamente dicha, creo que, en realidad, ya no se sale a caminar. Hoy más que nunca, la gente sale a hacer marcha o marcha nórdica (con bastones), a hacer jogging (os traduzco: a trotar), a hacer footing o running (a correr), es decir sale a hacer un ejercicio físico para mantenerse activos. Pero estos son deportes, entrenamiento físico para mover el cuerpo y cuando se practican, se camina sin ver, sin abandonarse al paseo.

Los horarios ajustados, la responsabilidad de las rutinas y las pantallas a las que dedicamos gran parte del día, hacen que el concepto de pasear de manera contemplativa nos resulte ajeno. Ya no salimos nunca de casa sin el teléfono móvil o sin unos auriculares que nos amenicen el paso. Si observamos algo que nos llame la atención durante un paseo, sentimos la necesidad de inmortalizar el momento y compartirlo en redes sociales, ¿será esta una nueva manera de relacionarse con la ciudad?

Salir a la calle ya no es una aventura y nos apresuramos a criticar a quienes todavía deambulan sin rumbo, sumidos en sus pensamientos y ajenos a los impulsos sensoriales que garantizan auriculares inalámbricos y pantallas de móvil cada vez más brillantes, nítidas y con un color más cercano a la realidad.

Así que pasear es propio de quienes “no tienen nada que hacer”: el jubilado, el dominguero, el parado, el niño soñador que se retrasa un poco y trota por la calle tarareando algo, mirando, tocando, parando en seco con la boca abierta, reemprendiendo el camino a la carrera y vuelta a parar, para iniciar de nuevo la marcha, intercalando saltos y piruetas que dibujan una estela invisible.

Aprender a flâner, descubriendo lo que nos depara un entorno urbano o natural, es mucho más que avanzar a un paso determinado, en un intervalo de tiempo decidido de antemano. Es ser inspirados por aquello que nuestros sentidos o nuestras cavilaciones nos generan, personas, lugares, conversaciones de café, vestimentas y matices aportados por la combinación de texturas, colores, olores, sonidos… Es una actividad azarosa y relacionada con la experiencia reflexiva y sensorial de la persona. Es involucrarse en el contexto que nos inspira cada curiosidad y pensamiento deshilachado. Es estar abiertos a que una visión, una conversación inesperada, o un acontecimiento no previsto, demanden nuestra atención por un instante. Es una manera de celebrar nuestra condición de seres inmersos en este mundo, embadurnándonos del instante presente.

Os propongo la flânerie como experimento: salir de casa sin un objetivo concreto, sin prisa, sin móvil, a solas. Dispuestos a aprender de todo lo que nos envuelve en las calles. Porque, como decía Roberto Arlt en el capítulo “El placer de vagabundear” de su libro “Aguafuertes porteñas”: “He llegado a la conclusión que aquél que no encuentra todo el universo en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo. No las encontrará porque el ciego en Buenos Aires, es ciego en Madrid o en Calcuta. Recuerdo perfectamente que los manuales escolares pintan a los señores o caballeritos que callejean, como futuros perdularios, pero yo he aprendido que la escuela más útil para el entendimiento es la escuela de la calle. Escuela agria, que deja en el paladar un placer agridulce, y que enseña todo aquello que los libros no dicen jamás.”

Buen momento para recordar que la condición imprescindible del flâneur es su rabiosa curiosidad y su celo por mantener la mirada propia. Regalémonos con la máxima asiduidad posible, un paseo sin rumbo por nuestra geografía predilecta. O por los lugares que deseamos explorar. Con los sentidos despiertos.

Con la autenticidad de una melodía de jazz que se desliza en el contexto de la improvisación. Celebrar, en definitiva, nuestra manera de estar en el mundo. Vale la pena intentarlo.

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

6 comentarios sobre “La flânerie no morirá

  1. Y yo que pensaba que esta entrada iba de postres. Con lo que me gustan los flanes.
    😅😂🤣
    Buenos días, signorina Marlene.
    Así que, yo soy un flanieri de esos, que pasea por las tardes sin rumbo, más que quemar el azuquita que me sobra. Las cosas que aprende uno en este rincón. 😝
    ¿«Gastronomía para los ojos»? Eso es lo que tengo yo cuando veo los dulces que no me puedo comer. No, si al final tenía yo razón con el tema. 😂
    El «arte de observar». ¡Bien, bien! Tengo carrera de flanieri.
    La verdad es que antes se podía flanierieá divinamente por Cádiz. Ahora, con tanto turista, más bien se fanitropieza uno con tanto admirador de fachadas.
    Supongo que, la mayoría de los CuentaCuentos somos flanieris, porque nos gusta observar todo nuestro entorno para plasmarlo luego en nuestros relatos. A veces, de forma inconsciente.
    Yo salgo a hacer ejercicio, mandato divino, digo médico. Me pongo mis cascos, mi jazz vivo, me regulo el ritmo y «aonde» me lleve el viento. Pero me entretengo en mi caminata observando a la gente, las calles, las casas y, sobre todo, el mar. Ese que rodea, casi por completo, a mi Cádiz. ¿Eso es flanirear? ¿Soy o no soy un flanieri?
    Lo que tengo claro es que la próxima vez que salga a la calle a «vagabundear», me acordaré de mi ipuin kontalaria favorita.
    Abrasibesis 🤗😘

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    1. Buenos días, Jose.
      Noooo, «flanieri» son los que comen flanes, en italiano 🤣😂🤣 ¡No confundamos los diccionarios!
      Por el privilegio que me da el haber escrito esta entrada, te nombro oficialmente «Flâneur» impertérrito (Y no te nombro «vagabundo» que es un término que me encanta, porque sugiere otras cosas que no tienen nada que ver. Además ¡no me digas que un término francés, tan elegante y sugerente, no merece ser destacado!).
      Tienes razón, la mayoría de los CuentaCuentos somos flâneurs. Observando fascinados la vida que nos envuelve y que desfila a nuestro alrededor, surgen hilos, escenas, personajes que quedan en algún lugar de la mente y acuden en los momentos más intempestivos a protagonizar algún cuento o alguna chirivuelta graciosa. ¡Y sácate los cascos! Que por escuchar jazz, te pierdes conversaciones como las que suelo yo oír en el dentista. El jazz es para otro momento. Noooo, para no escuchar a la suegra, ¡tampoco!
      En fin, que me encanta que en tu próximo vagabundeo te acuerdes de mí. ¡Ah!, ¿que no era por mí lo de ipuin kontalaria favorita? ¡Mecachis, con la ilusión que me hacía!
      Abrasibesis para ti también. 👊👊

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      1. ¡Ay, Marlensiña!
        Por dónde yo voy, hay mucho que ver y poco que escuchar, sobre todo, a ciertas horas. Y para lo que hay que escuchar en según qué sitios, mejor los cascos.
        No te lo creerás, pero ya uso los cascos hasta en casa. Para no escuchar a los vecinos, para no escuchar el jaleo de mi calle, escandalosa dónde las haya, y para no escuchar la televisión mientras leo, porque compartimos el salón y la tele tiene más presencia que yo. Así que vivo encascado y la música, el jazz, es mi alucinógeno. ¡Qué se le va a hacer!
        Por supuesto que eres MI ipuin kontalaria favorita, ¿acaso conoces a alguna otra que cuente tanto y tan bien? Además, ese título en esa lengua es tuyo por derecho, merezita.
        Abrasibesishushón

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        1. Buenos días Josetxu.
          ¡Qué pena la contaminación acústica! Tienes razón, hay momentos en que los ruidos prevalecen sobre cualquier cosa interesante y digna de ser escuchada. Y para eso, nada mejor que un buen jazz que te lleva a mundos imaginarios y te hace volar sin despegar los pies del suelo. Lo que pasa es que mi pueblo es pequeño y, salvo en época vacacional en que somos invadidos, se encuentran rincones deliciosos para flâner o para sentarse en un banco de mi plaza a escuchar silencios.
          ¡Ah!, ¿que era por mí lo de ipuin kontalaria favorita? ¡Mecachis, pues no veas la ilusión que me hace! Tendré que esmerarme para merecer el título. Ya sé, se me ocurre que podría acercarme nuevamente al VadeReto de este mes. Hay una idea que me está tentando y…
          Besarkada goxo-goxo bat.

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  2. Buenos días AlmaLeonor.
    ¡Qué suerte que te gustó la entrada! Es una palabra y un concepto precioso, que me gustó rescatar. A veces, vale la pena acordarnos de palabras que, por la tontería de no usarlas, caen en el olvido. A mí me gustan mucho también las palabras «vagabundeo» y «vagabundo», pero parece que se usan más con el sentido de «vago» o que no tiene casa ni trabajo. Y eso le quita el sabor agradable.
    Un abrazo.

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