¿Has visto alguna vez una tormenta en el campo? La hierba se dobla con el viento y vuelve a erguirse, mientras el poderoso árbol es derribado. Esta es la imagen más simple con la que el budismo define la resiliencia.
La resiliencia es una de las capacidades más importantes de la vida. Es lo que permite al ser humano sobreponerse a circunstancias de adversidad en su existencia. El duelo por la enfermedad o la muerte de un ser querido, la adaptación a un medio hostil, la superación de un proceso de cambio: un divorcio, un despido de trabajo inesperado, un amor no correspondido, un periodo de soledad o el sufrimiento. A pesar del dolor vivido, la persona renace de nuevo a la alegría por medio de una capacidad de reinventarse a sí misma.
Cuando la realidad exterior muestra su lado menos amable, el resiliente no sólo puede atender a la lectura de los hechos, sino que también puede refugiarse en ese universo interior creativo.
Cuando la realidad cambia, incluso cuando esta alteración de los factores externos se ha producido en contra de su voluntad, la persona resiliente lo acepta con conciencia del momento presente y realiza un proceso de cambio, contando con el apoyo de familiares y amigos. No se encierra en sí misma. A pesar de ser autónoma, no hace de esta actitud una autosuficiencia individualista, sino que nutre su vida con los lazos afectivos de colaboración y afecto. Y pide ayuda cuando la necesita.
Tiene espacio para sentimientos vinculados con la tristeza, no tapa esta realidad emocional, sino que la integra en su vida escuchando y aceptando esa información. Pierde poco tiempo en quejarse, no se desgasta de manera crónica a través de la rumiación mental y quejas constantes.
La risa es una medicina que, frente a la superación de un hecho triste, refuerza la fortaleza. Cuando una persona vive un momento de máximo dolor, el espacio para el humor es menor que aquel que se produce en la alegría. Sin embargo, este ingrediente está presente, aunque sea en pequeñas dosis.
Una persona resiliente tiene una extrema sensibilidad y empatía no sólo hacia los demás, sino también hacia sí misma. Es consciente de que tiene motivos para dar las gracias a la vida. Por el abrazo de consuelo de ese amigo, por la compañía de las personas más cercanas o por los momentos de felicidad vividos hasta ese momento.
Y sobre todo, mira al futuro. Es imposible hacer cambios vitales poniendo el foco en el ayer. El pasado ya está escrito. Mira al mañana con esperanza y se enfoca en el presente, marcándose nuevos objetivos a alcanzar. Las personas que muestran resiliencia tienen los mismos desafíos en sus vidas que les suceden a todos. La diferencia es que se recuperan en lugar de estar marcados por una herida o trauma duradero, como aquellos que cargan con el pasado.
Cuando pienso en este tema, instantáneamente recuerdo las imágenes de una de las películas que más me han impactado en la vida: “La vida es bella”, dirigida y actuada por Roberto Benigni. En 1939, a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, el protagonista Guido llega a Arezzo, en la Toscana, con la intención de abrir una librería. Allí conoce a la encantadora Dora y, a pesar de que es la prometida de un jefe fascista, se casa con ella y tienen un hijo. Al estallar la guerra, los tres son internados en un campo de exterminio, donde Guido hará lo imposible para hacer creer a su hijo que la terrible situación que están padeciendo, es tan sólo un juego. Sin duda, es un canto a la resiliencia.
