Que hay oficios con nombres curiosos es indudable, y en el diccionario se recoge un buen número de ellos. Por ejemplo, el portaventanero, que es el carpintero que fabrica puertas y ventanas, el ahoyador es la persona que hace hoyos para plantar, el pomologista, es el experto en frutos comestibles o el guachimán, palabra que viene del inglés watchman, y que en gran parte de Latinoamérica significa vigilante o guardián. Pero mi oficio favorito tiene de nombre una palabra muy bonita. Es el de trujamán.
Sí, ya sé, me diréis que ¡cómo no me va a gustar si es el nombre de mi blog! Pero es que primero fue la palabra y luego el blog. En 1989, cuando con mi marido Kurt creamos nuestra empresa de traducciones e intérpretes, pensamos y pensamos en alguna palabra que nos definiera, pero que, al mismo tiempo nos gustara. Así descubrimos esta preciosa palabra y nació “Traducciones Trujamán”. Cuando en 2020 me embarqué en hacer mi blog personal, la famosa palabrita volvió a hacerse presente y así este txoko donde comparto sentimientos, pensamientos y reflexiones, se llama “El blog del Trujamán”.
¿Y qué es un trujamán?, me preguntaréis. Es una voz de procedencia árabe, turyumán, que designa al intérprete o traductor. Si la palabra os resulta extraña probad con alguno de sus sinónimos: trujimán, truchimán o drogmán, todas ellas incluidas en el diccionario.
La palabra alude a una actividad traductora de textos e interpretativa. Porque, en un principio, el trujamán tenía como principal labor la de asistir, en tanto que intermediario lingüístico, en una negociación entre dos partes o dos comunidades. Y también era responsable de la elaboración de los textos derivados o conducentes a esas mismas negociaciones.
Además, parece que aún siendo un vocablo de origen árabe y que su utilización se restringió, en un primer término, a las interpretaciones con el árabe como lengua interviniente en el trato que precisaba dichas interpretaciones, pasó a designar a todos los intérpretes fueran cuales fueran las lenguas que participaban en el intercambio que exigía su mediación.
Toda la correspondencia que implicara el contacto entre dos o más grupos lingüísticos suponía la intervención de los trujamanes, ya como redactores de los textos en la lengua del destinatario, ya como intérpretes/traductores ante este último de un enunciado en la lengua del remitente, o bien dando fe del contenido de una u otra clase de escritos ante quien procediera.

Aunque la interpretación y la traducción para fines específicos (negociaciones y correspondencia diplomática, documentos comerciales) componían el principal quehacer de los trujamanes, eventualmente podían recibir el encargo de traducir una obra de un género independiente de las relaciones intercomunitarias o internacionales. Pero esa coyuntura era la excepción y no la regla. Quedaba bien claro que no se podía traducir un libro sin tres condiciones: conocer el secreto de la lengua de la que se traduce, el de la lengua a la que se traduce y el de la ciencia de la que se explican los términos.
Según los escritos que nos han llegado, durante los siglos XIV a comienzos del XVII, el cometido del trujamán permanece inalterable como “entendido en la ley revelada islámica”, pero cuyo sentido es el de “aquel que comprende, que sabe percibir la naturaleza real de las cosas”. Cada lugar de remite escribía en su lengua oficial los documentos de su correspondencia y era en el lugar de destino donde se descifraba, a través de una traducción a la vista. El valor no estaba en los textos escritos y/o traducidos sino en su interpretación, en la actualización de su significado en una lengua distinta. De ello se deriva, consecuentemente, la transcendencia del trujamán, que habría que concebir como una institución administrativa indispensable en cualquier relación oficial. En otras palabras, con valor legal aceptado.
Lo que significa que “la trascendencia contractual del acuerdo no estaba ubicada tanto en las fórmulas textuales, como en la autoridad de la persona que había transmitido la expresión de voluntad de acuerdo con una de las partes y en representación de otra había dado su anuencia, con lo que se convertía en garante y garantía del pacto, unido su testimonio traducido, al enunciado original del tratado.”
El trujamán y su actividad interpretativa/traductora, se revelan fundamentales en las mediaciones políticas y económicas de la Edad Media, dada la ampliación, sobre todo en Europa y el Mediterráneo de los escenarios de contacto entre sociedades.
Hoy en día, a juzgar por algunas traducciones con las que dudaríamos de la salud mental del trujamán de turno, las traducciones han perdido el prestigio y la importancia de antaño. Solemos valernos de las traducciones de San Google, para enterarnos de propagandas o textos sin mayor importancia. Y recurrimos a los traductores o intérpretes cuando de un documento o una obra literaria se trata.
La obligatoriedad en la Comunidad Europea de tener las instrucciones de los productos en las diferentes lenguas, debería facilitar el entendimiento. Pero, lamentablemente, encontramos muchas veces casos que son para llorar de risa o de rabia cuando tienes una urgencia y no entiendes cómo se arma o funciona un artefacto.
Como ejemplo, unos altavoces para ordenador aparecen bautizados en el embalaje como «habladores», ya que en inglés se llaman speakers. El texto en el que se especifican sus características no tiene desperdicio: «Micro Stereo Habladores. Altavoces portátil escuchando sin cascos. Se adapta a todo tipo de portables stereo o domésticos stereo». La traducción correcta sería: «Altavoces portátiles sin auriculares. Pueden conectarse a cualquier equipo de sonido, portátil o no».
Otro caso surrealista se da en el envase de una mopa a la que se ajusta un paño de papel desechable: «Después de su utilización tirar la mopa pero no el retrete». Ya me imagino la gran duda: ¿qué tiro, la mopa o el retrete? ¡¡Ninguno de los dos!! Lo correcto sería » Después de su utilización, tirar el paño de la mopa, pero no al retrete».
¡Ay, un trujamán, por favor!

A pesar de las muchas lágrimas vertidas cuando se acudió al texto de un prospecto o a las instrucciones de una máquina cuyo montaje devino en infernal. Creo que has convocado la alegría del clima bonancible en su propio idioma.
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Hola Carlos.
Sí, hay veces que quisieras tener delante al traductor que redactó unas instrucciones, para poder gritarle un ratito y sacarte la rabia de encima. En estos tiempos en que todo es más accesible, ¡por lo menos usa el Translator que no es una buena traducción, pero se asemeja!
Un poco de risas para pasar el rato, no está mal tampoco.
Gracias por tu comentario.
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