Hoy, en el Día del Trabajo, recuerdo un artículo que leí en el periódico argentino Página 12, firmado por el periodista Eduardo Febbro y que me parece interesante comentar.
El sueño de la casa propia se vio ultra superado por otro: el de la vida propia. Esa aspiración ya presente en las sociedades se incrementó con la pandemia y llevó a millones de personas a renunciar a sus puestos de trabajo para buscar otra vida distinta. No hay lugar en el mundo donde no haya aparecido ese movimiento.
En Estados Unidos, unos 50 millones de personas dejaron sus trabajos en 2021 en la industria, los servicios o el sector terciario. La ola fue y sigue siendo tal que se la ha llamado “Great resignation” o «Big Quit» (la Gran Renuncia).
En Francia, aunque en menor número debido a una población más reducida y una resistencia mucho más fuerte al cambio, las renuncias también se hicieron masivas y desembocaron en una crisis del empleo.
Si a las 520 mil personas que renunciaron a su trabajo durante los seis primeros meses de 2022, se le suman las 518 mil que lo hicieron en el curso de los seis últimos meses de 2021, se llega a más de un millón de trabajadores. Es tan impresionante como invisible.
El colapso, esta vez, fue al revés: no por el desempleo, sino por la falta de candidatos a cubrir decenas de miles de puestos de trabajo vacantes. Las renuncias no se concentran en un segmento, sino que conciernen al conjunto de la población activa de Francia. Todo el mundo se está moviendo, los recién ingresados al mundo laboral, como las personas que ya cuentan con larga experiencia en el mercado. No hay sólo jóvenes, sino gente de todas las generaciones.
Para evitar la fuga, las empresas propusieron mejores condiciones salariales a sus empleados sin que ello bastara para detener una corriente que se dirige no hacia un mejor salario, sino a una actividad más cercana a las convicciones personales, a la necesidad de sanear el planeta o de tener una vida infinitamente menos limitada a los sacrificios.
Stéphane Malmond, un exempleado bancario dentro de un gran grupo, lo dejó todo de un día para otro: “Eso de Metro, Dodo, Boulot (Metro, dormir y trabajo) se acabó para mí. Preferí ganar mucho menos, renunciar a un cargo de responsabilidad y de prestigio por un trabajo donde se acentúa mi responsabilidad personal con el bienestar mío y de mi familia. Hasta que no apareció la pandemia y el confinamiento no me di cuenta de que estaba llevando una vida de locos y, peor aún, que estaba siendo cómplice de la destrucción del mundo”.
Stéphane se fue con su familia de París a vivir a Rennes, una de las grandes ciudades de Bretaña, y allí se instaló con un modesto negocio especializado en poner marcos a los cuadros. “Ganar más o menos ya no me importa. Mi principal ambición socio-profesional no es tener un auto o dos, sino sentirme bien y sentir que contribuyo a mejorar el mundo”.
Christine Le Fèvre, una mujer que trabajaba en el sector de la publicidad y renunció a todo para ir a vivir en Normandía en una granja ecológica, cuenta que “Antes de la pandemia, y a pesar de que tenía un excelente puesto de trabajo, con un salario alto que me permitía residir en los barrios más caros de París, nunca podía sacarme de encima la sensación de infelicidad. Antes de dormirme sentía que era una fracasada. Desde que trabajo tres veces más, con las manos en la tierra, me siento en paz, en consonancia con mis inclinaciones y orgullosa de estar llevando a cabo una actividad que no destruye el planeta, la tierra, sino que los restaura”.
La problemática no es nueva, sobre todo en las generaciones más recientes. Hace unos seis años, el sociólogo Jean-Laurent Cassely escribió un ensayo: “La revuelta de los primeros de la clase”, sobre los jóvenes que egresaban de las mejores universidades y escuelas de comercio, con un porvenir trazado y sueldos enormes, pero que se negaban a “alimentar el sistema” y terminaban volviéndose agricultores, abriendo panaderías y fiambrerías. Lo importante es, sobre todo, estar entre personas, y no ya tener un puesto bien pagado pero aislado. Son, en suma, proyectos existenciales dentro de los cuales se desarrollan nuevos modos de vivir.
Es un cambio importante. Este movimiento del Big Quit testimonia de una acelerada pérdida de sentido ante lo que existía, sobre todo dentro de las llamadas profesiones calificadas.
El anhelo de cambiar de vida, de darle un sentido a la existencia o de trasladar la actividad profesional hacia proyectos ecológicos no son los únicos resortes del Big Quit a la francesa. También entra en juego el miedo.
Durante la pandemia, decenas de miles de personas fueron despedidas de sus puestos de trabajo. La economía se detuvo y con ella también el trabajo mensual y el salario garantizado. Las medidas adoptadas por el gobierno y el seguro de desempleo amortiguaron la caída. Sin embargo, ante la posible repetición de una situación semejante, decenas de miles de personas optaron por garantizarse sus medios de existencia fuera de los puestos de trabajo donde se dependa de una estructura o de un jefe, a través de la independencia laboral.
Los cambios de orientación profesional han sido radicales y, a su manera, también con un aura real de lograr una humanidad distinta, en la que el banquero especulador se vuelve panadero, y el especialista en redes sociales y manipulaciones virtuales cambia esa vida por la de apicultor.
Puede que el movimiento de renuncia al sistema se quede ahí, reducido a muchos individuos, pero no los suficientes como para trastornar el sistema. Puede que se torne masivo y marque, al fin, un punto final a la expansión de un liberalismo, que no hace más que destruir el planeta, la esencia humana y el respeto por el semejante.

Buenos días, Marlen.
Feliz día del currante, trabaje para el sistema o solo para él, cobre o regale su trabajo como afición o ayuda. Todos somos trabajadores de alguna forma.
No me había enterado de esta tendencia y me parecería genial si se impusiera y todo el mundo se hiciera consciente de ella.
Sin embargo, vivimos en la sociedad del consumo, del miedo y, por qué no decirlo, de la envidia por vivir mejor que el vecino. Esto es totalmente contrario a esta iniciativa.
Creo que cuesta mucho cambiar dinero, comodidades y posesiones por una mayor tranquilidad fuera de responsabilidades o presiones o explotación. Vivir de acuerdo con el planeta, sin desear más de lo que se necesita, trabajando en algo que te guste y lo disfrutes… ¿Es una utopía o todavía es posible?
Lo mismo con la avalancha y sobredosis de IAs que estamos viendo, de aquí a unos años, no tenemos que trabajar, se lo dejamos a las maquinas, y nosotros vivimos tranquilos y felices. (o lo mismo terminamos siendo esclavizados por ellas)
Siempre que el padre de uno de mis alumnos me pide consejos sobre lo que puede estudiar sus hijos, le contesto lo mismo: algo que le guste, que aunque no tenga muchas salidas (ahora, quién sabe en un futuro) disfrute con la carrera o módulo o grado. Ya es difícil estudiar cualquier cosa, al menos que lo pueda disfrutar para que no se quede sin ilusiones. Con los trabajos dejaría de hacerse igual, peeeroooo tenemos taaantas «necesidades».
También depende de la carga familiar. Con muchas bocas que alimentar lo mismo no es posible lanzarse a una vida ecológica en una granja perdida entre las montañas.
Me lo ofrecen a mí ahorita mismo, yyyy ¿dónde, cuándo, cómo, mañana?
Excelente artículo, amiga. Promueve grandes reflexiones.
Tumankamani (ya se me olvidó la palabra 🤦🏻♂️) Apapacho
🤗😁👍🏼😘
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Hola Jose. ¡¡Feliz Día del trabajo para ti también!!
Lo sé, la resistencia al cambio es muy fuerte. Y más si debes renunciar a una solvencia económica. Vivimos en la sociedad del consumo y del miedo y, tienes razón, de la envidia por vivir mejor que el vecino. Pienso que aún son muy pocos los dispuestos a no desear más de lo que se necesita, trabajando en algo que te guste y lo disfrutes. Más cuando tienes detrás, como tú dices, el peso de una familia. Serían necesarias medidas de los gobiernos para facilitar una vida así. ¿Y a qué gobierno le interesa?
Pero aparte de la opción que se está empezando a notar, hay otra de la que no hemos hablado. Y yo, con mi infatigable optimismo a cuestas, creo que sería una consecuencia de la pandemia y el descubrimiento del teletrabajo. Si puedo llegar a un acuerdo y trabajar desde casa, ¿por qué no vivir en un entorno natural, rodeado de aire y alguna de las naturalezas tan maravillosas a las que nos acercamos sólo en vacaciones? Manteniendo el trabajo, pero cambiando el habitat, Algo así como una opción intermedia.
La opción del teletrabajo no sería tan contrario a una iniciativa de vida ecológica en la naturaleza, creo. Ya veremos qué eligen las nuevas generaciones.
Por cierto, difícil aconsejar a un alumno o a los padres de un alumno, cuando la gran mayoría se decanta por «Administración de empresas». ¿Habrá empresas para tantos administradores? ¿No sería más lógico incentivar los estudios de lo que los seres humanos necesitamos básicamente? En un mundo sin fontaneros, pintores, agricultores, panaderos, electricistas, mecánicos… los robots no van a dar abasto para reemplazarlos. Estoy segura que si no menospreciáramos tanto estas profesiones, habría muchos chicos que se decantarían por una vida sencilla y feliz. ¡Qué reflexión más tonta no!
Mientras termino de plantar mis tomates y fresas en la terracita, disfruto de la calma de esta hora. Hay pequeños paraísos al alcance de la mano. ¡¡Recortemos necesidades!!
Y muchas gracias por tu comentario.
Tupananchiskama. ¡No la olvidemos, que es preciosa! Apapacho grande.
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Muchas gracias Marlen, este debe ser un secreto muy bien guardado, para que no cunda el ejemplo. De alcanzar a ser tendencia podría ser declarado también delito.
La sociedad debe respetar los riesgos que implica respetar la libertad individual o asumir las consecuencias. Algo que impedían las leyes dictadas durante la pandemia. Un abrazo.
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Hola Carlos, buenas noches.
Nooo, no es un secreto. Creo que en todas las épocas de la historia, hay subidas y bajadas de la humanidad y creo que hemos llegado a una sociedad tan alienada, violenta, egoísta y alejada de la naturaleza, que es hora de empezar a tomar conciencia y a cambiar nuestra forma de ver el universo y la vida.
Tal vez yo sea demasiado optimista, tal vez ya hay signos que indican pequeños cambios, como este del que estamos hablando, tal vez todo es sólo una ilusión de unos pocos chalados… Quiero creer que estos casos no son tan aislados y que, como no venden, no llegamos a enterarnos. Quiero creer que siempre habrá un trujamán que diga: ¡Chicos, miren lo que está pasando! Y quiero creer que los ejemplos cunden.
Gracias a ti por pasar y dejar tu comentario.
Un abrazo.
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