VadeReto (febrero)

VadeReto, ¿Jugamos a Inventar Historias? En el blog “Acervo de letras” de Jose Ant. Sánchez, existe este juego que me encanta. Es una invitación a escribir, sólo un tema cada mes que puedes desarrollar como más te guste. Así que, aceptando el desafío de Jose, aquí os presento mi relato que este mes va de DESIERTO.

Playas salvajes

Argentina es un país con unas playas maravillosas. Algunas, como Mar del Plata o Villa Gesell, son playas conocidas y repletas de gente en verano, cuando las vacaciones regalan ese tiempo de olvido a los pobres mortales. Olvido del trabajo, olvido del fastidioso jefe, de la rutina, de las obligaciones, de los parientes molestos…

Aunque, pensándolo un poco, el trabajo, aunque de otro tipo, suele estar presente, la rutina se impone allí donde vayas y los parientes… los parientes aparecen cuando menos los esperas.

Pero también tiene otras playas, menos populares, muchísimo menos visitadas. Son extensiones indómitas donde en lugar de encontrarte al vecino del 5º, te encuentras con un pingüino o una morsa. Desiertos de arena a los que muchas veces tienes que llegar caminando por brechas profundas en las rocas de la costa. Lugares que, una vez que los descubres, te atrapan con su inmensidad, con su reafirmación de que la tierra es algo indescriptible y la Patagonia algo inconquistable y maravilloso.

Claro que todo tiene un precio en esta vida. En esos lugares no hay hoteles de 5 estrellas, ni resorts todo incluido. Por no haber, no hay muchas veces, ni una miserable casa adonde pedir ayuda si la necesitas. Las compras de víveres tienes que hacerlas a varios kilómetros, en algún pueblo pequeñito y con pocas pretensiones.

Debo contaros que mi familia es un poco peculiar. Bueno, ya sé, muchos diréis: “¡Ja, porque no conoces la mía!”.

Pero me refiero a que les gusta la aventura y después de leer lo que te estoy escribiendo, supondrás dónde pasábamos nuestras vacaciones, por lo menos una parte de ellas.

El coche recién revisado, las provisiones cuidadosamente seleccionadas, la poca ropa en pequeños bolsos, lo más importante en el lugar privilegiado del baúl: la tienda de campaña. Una tienda de campaña con historia porque no era comprada, como puede suponerse, sino hecha por mi madre, que sabía de costura pero no tenía ni idea de cómo se hacía una tienda de campaña.

Fueron muchos días de ir con mi hermano y conmigo a una tienda de productos de camping, para estudiar detalladamente la mejor carpa que encontramos. Nos tenías que ver, tomando medidas con los brazos y calculando de cuánto tenían que ser los parantes, en dónde había que poner vientos, de qué tela había que hacerla, la distancia entre la tela de la carpa y la del sobretecho o cómo eran las estacas. Todo esto mientras mamá entretenía al vendedor, que no entendía por qué esa mujer iba tantas veces a ver siempre la misma tienda y no la compraba.

Luego vino el tiempo de la confección, con sus dimensiones que invadían el pequeño apartamento y las agujas de la máquina de coser que se rompían a cada rato por lo dura que era la tela. Pero finalmente estuvo lista y de esa forma nos pudimos agenciar una maravillosa tienda de campaña, que no hubiéramos podido comprar con nuestros recursos. 

Salimos a probarla a la ruta en donde paramos al costado, en un descampado y la armamos con toda la ilusión de una pareja de aventureros y un par de chiquillos excitadísimos y orgullosos del logro.

Fue la peor noche de nuestra tienda. Llovió a mares, se inundó la carpa porque no habíamos previsto una buena elección del terreno y, para colmo, mi hermano tocó el techo y empezó a llover adentro. Conclusión: volvimos a casa muy pronto, nos reímos mucho y aprendimos un montón.

A partir de ese momento, nuestras vacaciones fueron increíbles. Tanto es así que los amigos de mi hermano no le creían cuando contaba nuestras andanzas.

Descubrir las playas a las que se podía acceder era fácil, bastaba con sentarse en algún bar de algún pueblo sureño para que la conversación nos permitiera conocer caminos, distancias y características. Después, era cuestión de kilómetros y de descubrir lugares que a veces nos gustaban y a veces nos enamoraban.

Así llegamos a conocer una zona a la que se accedía por un camino de ripio, con unos acantilados de 50 metros y una garganta por la que se bajaba a la inmensa playa y al campo de dunas, especie de Sahara de bolsillo frente a las olas que, debido a los fuertes vientos patagónicos del oeste, se movían hacia el mar.

El sitio era ideal, armábamos el campamento encima del acantilado y teníamos la playa de día y, después de disfrutar de hermosos atardeceres, el cielo de miles de estrellas en las noches del hemisferio sur. Corríamos, jugábamos a hacer la croqueta en los médanos, nadábamos en aguas transparentes, pescábamos en total libertad.

Además de loros, gaviotas, cormoranes, toninas que nadaban muy cerca de la costa, algún grupo de pingüinos que se acercaban cuando estábamos nadando y jugaban a tocarnos y alguna ballena que se dirigía hacia la zona de Puerto Madryn, no teníamos contacto con otros seres vivos por días. Bueno, si, en realidad había también almejas, mejillones y cangrejos, pero esos iban a parar a la cazuela junto a los pejerreyes y las chernias que pescábamos y asábamos a la parrilla.

¡Cuántos recuerdos! ¡Cuántos momentos deliciosos!

De los buenos te podría contar miles, de los malos momentos hay uno que jamás podré olvidar y que marcó los miedos de toda mi vida posterior.

Habíamos bajado mi hermano y yo a la playa. Yo me entretenía buscando conchillas y caracoles, mientras mi hermano se bañaba saltando las olas.

A mis padres no les gustaba que bajáramos solos, pero esa mañana papá había ido a comprar frutas y verduras al pueblo y mamá intentaba arreglar uno de los parantes de la carpa.

Me había alejado un poco porque estaba mirando unas gaviotas que enseñaban a volar a sus crías. Solía espiarlas desde lo alto del acantilado, pero desde allí abajo, sus vuelos me parecían maravillosos.

De pronto un grito horroroso cortó el aire.

Dejé de respirar al ver a mi hermanito debatirse entre los dientes de un cazón que se había acercado a la costa.

Mis pies no se movían lo bastante rápido para llegar a él.

El mundo se detuvo y mi corazón con él.

¡Lo tenía tan cerca y tan lejos a la vez!

Los coletazos del animal levantaban el agua por el aire.

Mi hermanito no gritaba.

El monstruo lo tiraba para arriba y lo volvía a recoger como un muñeco de trapo.

Silencio.

Horror.

Espanto.

Consternación.

Caí al suelo temblando.

Mi madre, aún no sé cómo, había llegado corriendo para presenciar la enorme atrocidad. Y me sacudía muy fuerte con el terror reflejado en su rostro. Me gritaba y me sacudía.

.- ¡¡¡Te juro que no pude salvarlo!!! ¡¡¡Te juro que no pude salvarlo!!! 

Con esas amargas palabras entre el llanto convulso, desperté aterrorizada.

Tardé mucho tiempo en volver a bajar a la playa.

Tardé más en bañarme tranquila.

Nunca vi la película Tiburón.

Mi hermano se ríe de mí, cada vez que contamos esta anécdota.

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

20 comentarios sobre “VadeReto (febrero)

  1. ¡¡¡Quééé marrrravilllaaaa!!!
    Me has hecho recordar viajes preciosos de mi niñez por las playas de mi tierra, Cádiz, que también las hay maravillosas, aunque sin pingüinos. Pero si tiramos para Tarifa, podemos ver delfines y hasta ballenas.
    Nosotros no llevábamos tienda de campaña sino que con la sombrilla y unas buenas sábanas nos hacíamos unas casetas que nos amparaba del jodido levante que por aquí combate con saña.
    Al final, me has puesto el corazón en un puño, pensaba que ibas a terminar melodramáticamente. Pero… ¡¡Nooooo!! ¡Ay esos jodidos sueños!
    ¿Te cuento un secreto? Yo sí vi la peli «Tiburón» y ese año, y el siguiente, me costó adentrarme en las aguas de mi precioso mar. No, no me bañaba tranquilo. Además, siempre había algún grasiosete que daba la falsa señal de alarma.
    Me encantó. Con tu relato, con tu buena y preciosa forma de narrar, me has hecho disfrutar de tus aventuras.
    Gracias, Marlen. Además, me haces desear visitar y conocer tus tierras argentinas.
    Un abrazo lleno de nostalgia y buenos recuerdos.

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  2. ¡Ay esas aventuras infantiles y juveniles que nos llenaron de vivencias maravillosas y de recuerdos calentitos! Cuando pase el bicho, tengo que ir a Cádiz. ¡¡No conozco y tengo unas ganas!! Conozco la costa del Mediterráneo, pero no llegué a pasar el Estrecho hacia el Atlántico. Y tú, a mi amada Argentina, que es una tierra hermosa.
    ¡Te engañé con el final! No podía terminar esos preciosos recuerdos con una llantina. Me alegro que te haya gustado y que comentes tan bonito. Gracias Jose. Un abrazote también para ti.

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    1. Pues ya me avisarás cuando tengas planeado aterrizar en mi tierra.
      De las dos primeras conviás, como poco, no te salvas. Además, será un placer ser tu cicerone particular y contagiarte de gaditanismo.
      Lo de cruzar el charco para mí será más difícil, se me hacen muy complicados los viajes, pero ¡quién sabe!
      Abrazo viajero.

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    1. No te creas que no lo he pensado. Lo que pasa que de momento, con el dichoso bichito danto todavía por ichi, ni siquiera lo fantaseo. Si alguna vez conseguimos hacerlo, me gustaría que nos podamos dar buenos abrazos sin miedo ni protección. Ya queda menos. 😜👍🏻

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  3. Me alegro, Nuria, que te haya gustado. Gracias por tu comentario. Y si, tienes razón, Argentina es preciosa. De norte a sur, tiene unos paisajes totalmente diferentes y maravillosos. ¡Además, esos Havana de chocolate! ¡Mmmm no me hagas acordar! Un abrazo también para ti.

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  4. La película ha traumatizado a más de uno.
    Me ha encantado cómo describes las playas de Argentina. Este país debe de ser precioso.
    Yo pertenezco a una comisión lectora y allí tenemos el placer de contar con una argentina que me deja extasiada cuando habla. Amo Argentina aunque nunca halla estado allí.
    Abrazos.

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    1. Si Virtu, Argentina es un país precioso y sus playas salvajes y poco conocidas, una oportunidad para recuperar el paraíso.
      Me alegro que ames este sitio, aunque nunca hayas estado y espero que algún día tengas la oportunidad de conocerlo.
      Gracias por tu comentario. Un abrazo.

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  5. Gracias por tu comentario, Lola. Es cierto, Argentina es un país maravilloso y también es cierto que, cuando la escasez es grande, la imaginación hace su aparición y todo tiene arreglo. Me alegro que te haya gustado, a pesar del tiburón. Un abrazo a ti también.

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  6. Hola, Marlen. Yo no he visto Titanic, pero seguro que Tiburón y la II las vuelva a ver. Lo de bañarse en el mar en aguas tranquilas cambia si se hace de noche, cuando casi ni se divisa la orilla. En esas circunstancias cualquier roce que sientas, ya sea alga o pececillo, te parece un tiburón y eso que por aquí no los hay 😁😁
    Bueno, has sabido conseguir la ambientación adecuada para crear esta tensión final que nos tenía agarrotados esperando un trágico desenlace. Saludos

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  7. ¡¡UyUyUyUy!! Bañarse de noche en el mar, una cosa que me da mucho miedito. Y eso que, normalmente, no soy miedosa. Pero tienes razón, cualquier roce aumenta exponencialmente la sensación de peligro. En aquellas playas desiertas, nos encantaba bañarnos a cualquier hora. Y con luna llena, ¡ni te imaginas el espectáculo! Pero los baños eran cortos, aunque ninguno hubiera confesado la razón.
    Gracias por tu comentario y saludos.

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