.-¡Chicos, todos fuera de la cocina, que viene la gitana! No, no era una frase para asustarnos, ni para sacarnos de en medio porque estábamos molestando. Era en serio que venía “la Gitana”.
Desde el medio del patio de tierra, su voz llegaba a la cocina:
.- ¡Señora, señora, estoy acá. Dejáme entrar!
Salíamos de la cocina corriendo hacia dentro de la casa, antes de que Tía Trini nos repitiera su orden y, por la puerta del comedor, despacito, sin hacer ruido, nos escapábamos hacia afuera para espiar al personaje que nos causaba al mismo tiempo, miedo e intriga.
Tras la pequeña ventana nos amontonábamos para escudriñar, una vez más, a esa mujer extraña que cada tanto, hacía su aparición en la estancia. Vestida de colores chillones, con polleras superpuestas que barrían el piso y un pañuelo que le ocultaba el pelo negro azabache, parecía un remolino de esos que levantaban la tierra en el campo. Siempre le acompañaban tres o cuatro perros famélicos, de ojos tristes y costillas que se les podían contar.
Llegaba con su familia de taitantos hijos, nietos, primos y sobrinos, en dos carromatos de tantos colores como sus faldas, tirados por caballos tan desnutridos como los perros que les acompañaban. Y armaban su campamento, siempre en el mismo lugar, al lado del corral donde se ordeñaban las vacas, junto a la acequia de donde sacaban el agua, no tan cerca como para molestar, no tan lejos como para que no se les viera.
Cuando alguna vez nosotros, los pequeños de la casa, nos aventurábamos hasta allí, los mirábamos arreglando las cazuelas de la tía, en un corro comiendo de una gran marmita o tirados en colchones sobre la tierra fumando y cantando con sus guitarras canciones nostálgicas que estrujaban el corazón.
A veces los niños nos descubrían y jugaban con nosotros, nos bañábamos en esa acequia que nos tenían prohibida, pero que, en los días de verano, atesoraba todo lo fresco y alegre que existía en el mundo.
Chapoteábamos felices, gritando, riendo. Confundíamos los colores de cuerpos, bombachas y calzoncillos en el fango que se revolvía y el agua saltaba por los aires formando arco iris tan coloridos como las polleras de la gitana.
Después nos secábamos al sol, tirados en la hierba, exhaustos, riendo a carcajadas y satisfechos de nuestra aventura. Y volvíamos a la casa grande para entrar sin que nadie notara nuestra ausencia y las risitas cómplices.
Aunque lo cierto es que cada uno estaba en sus quehaceres y dejaban que en las vacaciones los niños tuviéramos nuestros espacios, nuestras diversiones, sin preocuparse demasiado por dónde estábamos jugando.
La Tía Trini y Adela en la enorme cocina, con la chica que les ayudaba, siempre cocinando. Éramos tantos, entre la familia y los peones, que cuando se terminaba la comida, ya había que pensar en la merienda o en la cena.
El Tío Pepe en el escritorio, perdido en su mundo de papeles y grandes libros al que nosotros teníamos prohibido acceder.
Y los demás grandes, arreglando el mundo en eternas conversaciones que duraban horas del día y la noche. Hablando de política, de la guerra, de libros o de arte.
Pero volvamos a las extrañas visitas de “la Gitana”. Ahora que lo pienso, nunca supe su nombre, su apodo la distinguía del resto de los mortales.
La Tía Trini la dejaba entrar en la cocina y allí, en la gran mesa de madera, tomaban un café bien cargado, mientras charlaban animadas. Como nosotros espiábamos desde fuera, nunca nos enteramos de lo que hablaban. Pero seguro que se contaban lo que habían vivido en ese tiempo en el que no se habían visto, las vidas de cada uno de los integrantes de sus familias y los lugares que la gitana había recorrido, causando el desasosiego de mi tía, anclada en su cocina y en su vida cuadriculada.
Después, la Gitana pronunciaba una frase que a nosotros nos desconcertaba. Enriquito había oído cómo su abuela se la comentaba a la mía y nos lo contó intrigado.
.- Señora, ya sabés lo que tengo que hacer. Voy a la despensa, dejáme un ratito.
Desde fuera, a través de las rejas de la ventanita de la despensa, en ese ambiente semioscuro, aunque lo intentábamos con todas nuestras fuerzas, nunca pudimos ver lo que hacía la Gitana. Lo que si sabíamos es que, al cabo de un rato, salía más gorda y sonriendo se despedía de nuestra tía con besos y carantoñas.
El misterio de la Gitana nos persiguió por varios veranos. No era cuestión de preguntarle a la tía o a Adela, se hubieran enfadado muchísimo de que anduviéramos espiando. Hasta que un día, se me ocurrió que podíamos seguir a la mujer y, una vez en el campamento gitano, mirar lo que hacían o preguntarles a los chicos si sabían lo que pasaba.
Estábamos alertas a la visita de nuestro personaje, porque sólo se solía dar una vez en todas las vacaciones y nunca coincidía la fecha. Ni con todas las combinaciones que pudimos imaginar, sabíamos a ciencia cierta, cuándo llegaría la caravana de gitanos.
Así que el día que los vimos pasar hacia esa zona del campo, nos apostamos junto a la ventana de la cocina, junto a los rosales en flor. Llegada “la Gitana” al patio, se repitió la frase de siempre y la animada charla con Tía Trini tomando su café. Un rato después, ambas se levantaron y “la Gitana” entró a la despensa para salir luego más gorda, despedirse y salir caminando rumbo al campamento.
Nuestra aventura se estaba desarrollando a la perfección. Tantas veces habíamos hablado de ello, que íbamos nerviosos y tratando de que no nos viera si se daba la vuelta.
Separados entre nosotros, escondiéndonos entre los árboles, agachados entre el pasto, sin pronunciar ni una palabra, llegamos a nuestro destino y vimos expectantes cómo “la Gitana” entraba en su carromato y cómo, al cabo de media hora de angustiante espera, salía tan delgada como siempre.
No habíamos averiguado nada, sólo habíamos comprobado que ella escondía algo debajo de sus polleras, cosa que ya imaginábamos. Pero ni idea de lo que podía ser. Y, aunque charlando con los otros niños, intentamos que nos contaran lo que pasaba, o no sabían nada, como nosotros, o estaban muy bien adiestrados y no soltaron prenda.
Enriquito, el mayor de mis primos, creía que eran los panes recién horneados, que cuando salían del horno eran muchísimos y cuando llegaban a la mesa, eran tan pocos que apenas alcanzaban para un trocito para cada uno.
Gabriel, que se decantaba por el mundo mágico, pensaba que en la despensa se escondía un gnomo y que “la Gitana” se lo llevaba al campamento para que la ayudara a organizar y arreglar todo.
Marta estaba segura que era un perro hermoso y reluciente que la tía le guardaba mientras no estaban aquí, para que no se juntara con los otros viejos y flacos.
Y yo, que no me quedaba corta en imaginación, pensaba que era una niña que la tía estaba criando para dársela a “la Gitana”, cuando fuera un poco más grande y que se la prestaba mientras estaba en el campo, para que se fueran acostumbrando la una a la otra.
¡Cuántas veces me había escabullido en la despensa para buscar a la criatura! Pero siempre había acabado sin niña y con el sermoneo de que los críos no tenían que entrar a la despensa, que para eso tenían todo el campo para jugar y estar al aire libre.
La verdad hizo su aparición el día que Enriquito, sin poder soportar más la intriga, se lo preguntó a su abuela y ella, con la promesa de que guardaría el secreto y no se lo contaría a nadie, le contó a su nieto preferido que “la Gitana” era una persona muy buena y honesta, pero cada vez que venía, tenía que robarle algo. Era como una tradición o una tarea que tenía que cumplir.
Y como eran amigas, le decía a ella lo que iba a hacer para que no se enfadara ni se ofendiera. Así que, una vez en la despensa, “la Gitana” elegía alguna perdiz o gallina, unos chorizos, un saco pequeño de harina, arroz o azúcar y unos dulces o galletas que Trini le dejaba reservados y los escondía siempre en el mismo lugar, para que nadie de la casa los viera.
“La Gitana” se organizaba el botín bajo las faldas y entonces salía de la casa con la carga a cuestas y la mirada cómplice de su amiga, para ir a preparar un festín para su gran familia: “La Fiesta de la Señora Trini”. Era el único momento en el que nuestra tía recobraba su nombre en el campamento gitano.




¡Cuánta dulzura, cuánto amor destila este relato!
Trujamán y deliciosa Ipuin Kontalaria. (Me voy a intentar aprender esta preciosa expresión para no tener que buscarla siempre 😅).
Es evidente que lo extraño y lo distinto causa miedo, al menos al principio. Pero también es demasiado cierto que las fobias, las discriminaciones y los odios no los llevan en la sangre los niños, sino que son generados por los adultos, por los mafiosos que necesitan vender armas y los poderosos que ansían ondear trapos de colores.
Los niños cuando nacen no tienen color ni patria, solo amor y familia. Y la Familia, precisamente, se extiende más allá de la sangre y la casa. La familia se irá formando por la convivencia, la comprensión y el cariño entre sus miembros.
Pero, qué sería de los políticos, de los mangantes, de los armamentísticos y de los patriotas si nos creyéramos todos iguales.
Felicidades por esta hermosísima historia y las fotos de San Ignacio me alimentaron, me dieron calor y mucha paz.
Gracias, Marlen. Besarkada handi bat 🤗😊😘
(A propósito, uso este traductor: https://euskera-espanol.inglesespanol.es/ mucho mejor que san gugel.)
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San Ignacio y sus personajes fueron para mí una escuela de vida, desde que nací. ¡Imagínate una estancia en medio de la Patagonia argentina, en aquellos años! Un ambiente tan lejano y diferente de la capital, que me permitía disfrutar de dos mundos maravillosos y enriquecedores.
Cuando ayer estaba reflexionando sobre la falta de empatía de nuestros días, me vinieron a la memoria las visitas de la Gitana a mi Tía Trini. Toda una enseñanza de amistad, sensibilidad, respeto por la otra persona y sus costumbres, ausencia de estúpidos prejuicios y discriminaciones. ¡Me encantó recordarlo y compartirlo aquí! Y me alegro que lo hayas leído y hayas puesto tu comentario tan apropiado, como siempre.
Es cierto lo que dices: «Los niños cuando nacen no tienen color ni patria, sólo amor y familia.» Y es esa familia (de sangre o de corazón) la que les ayuda a crecer con sus palabras, pero sobre todo con sus actos de amor, de comprensión, de compartir este hermoso mundo de igualdad.
Me alegro, además, de que las fotos hayan tenido la suerte de aportarte algo tan «goxo» como el calor espiritual y la paz. San Ignacio tiene mucho de eso. Los años han pasado, aquellos personajes ahora son recuerdos, el paisaje ha cambiado. Pero cada vez que voy, encuentro la chimenea encendida, objetos que atesoran huellas familiares y el cariño de quienes ahora la habitan: primos, sobrinos, con quienes las sobremesas se eternizan, plagadas de anécdotas.
Sin duda, por aquí seguirán apareciendo más personajes de mi infancia. Es un placer prestarles este espacio para que se manifiesten y tengan su rinconcito entre reflexiones, actualidad, recuerdos… Entretanto, muxu handi bat, adiskide.
P.D. Yo, que también doy sólo algunos pasos en la lengua de mis antepasados, uso:
https://www.euskadi.eus/traductor/ Me gusta más que «San Gugel» ¡¡Ja Ja!!
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¿Entonces es historia real 100%?
¡¡¡Meeencaaantaaa!!!
😍😍😍😍
Yo tenía familia también en el campo, por parte de padre, en Conil de la Fra. Pero íbamos muy poco. Eso sí, cuando los visitábamos siempre me llevaba kilos y kilos de amor. Gente de campo, siempre maravillosa.
Pero fui chicuco de ciudad y no es lo mismo.
Un placer, Marlen, poder conocer, disfrutar y aprender de tus recuerdos. 🥰🥰🥰
Ashusón gaditano. 🤗
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¡Bueno Jose 100% no! Pero en esencia, si. Uno de esos recuerdos que se te quedan grabados de por vida y aparecen cuando menos los esperas. Y ¡ay ay ay!, porque se ha abierto una puertita por la que asoman anécdotas y otros personajes que piden salir a contar historias. Así que habrá que darles paso, preparar el mate y los bizcochitos de grasa y dejar que se arrimen a la mesa y nos cuenten.
¡Gente de campo maravillosa! Y gente de ciudad, grande o pequeña (me refiero a la ciudad… y a la gente también, que de todos se puede aprender).
Gracias por comentar, gracias por disfrutar y un abrazote grandotote.
P.D. He leído, ya no sé dónde, que tu mujer se pescó el COVID. ¿Está bien? ¿Está internada o en casa? Mucho ánimo, que todo pase pronto y lo más leve posible. Un abrazo para ella de «estamos aquí, pensando en ti».
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Pues no sé dónde lo habré dicho, como estoy acostumbrao a hablar con las paredes de mi casa, cuando se planta la oportunidá charlo por los codos y de más. 😅😂🤣
Sí, ya ha pasado todos los síntomas, los de una gripe fuerte, y deseando salir del encierro cuartelario que se ha pegao aquí mismo en casa, en la habitación del niño, que ya no es tan niño y está en Graná. Yo salí negativo, tendré que repetirme la prueba en un par de días y estornudaré durante dos horas. 🤧😝
Pero ná, todo bien. Su encierro y mi mayordomía 😅
Gracias por preguntar.
Con respecto a tus anécdotas y personajes, aquí estaremos esperando disfrutar de sus aventuras. Guárdate alguna para cuando nos veamos en persona. 😜
Abrazo devuelto por duplicao. 🤗😊👍🏻
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Me alegro que todo haya pasado sin problemas.
De acuerdo, me guardo algún personaje para cuando nos veamos en persona. Aunque ya sabes, ¡¡suelen aparecer cuando uno menos lo espera!! 🥰🥰🥰
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Maravillosa descripción de tus vivencias con la Gitana, me resuena tan familiar , si bien no la conocí, escuché de ella en relatos de mi madre en esta hermosa casa grande del campo, donde vivimos circunstancialmente ahora. Cuántos encuentros tan esperados en los veranos!!!! Qué placer recordarlos!!!! Y con respecto a Trini, mi abuela materna , le tocó vivir en su hogar sin reconocimiento público…ya que el nombrado era su marido el ingeniero…Gracias Marlen por escribir….abrazote
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Hola primita ¡cómo me alegra que te haya gustado! Tú eras muy pequeña para conocer a la Gitana, pero qué bien que tu madre te la hiciera conocer. ¡Recordar aquellos veranos es un grandísimo placer! Nosotros también ansiábamos que llegaran las vacaciones para ir a disfrutar de San Ignacio y su gente.
En cuanto a tu abuela Trini, era una época en la que las mujeres se dedicaban a «sus labores» y sus maridos «a trabajar», como si sus labores se refiriera a estar de charla, sin hacer nada. Pero Tía Trini, aunque no tenía «reconocimiento público», nos inspiraba muchísimo cariño y reconocimiento privado. ¡Fíjate que le he dedicado mi primer entrada de «Personajes de mi infancia». ¡Por algo será!
Gracias a ti por tu comentario y un abrazo grandote a toda la familia (panza de Eileen incluida).
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