Hemos atravesado una época en la que no hemos podido hacer uso de las formas normales que tenemos de controlar el estrés: encuentros con seres queridos, con amigos, abrazos, ilusionarse, hacer ejercicio, salir de casa, ir a un espectáculo, una charla, el teatro, un concierto, viajar, todo esto estaba prohibido para evitar los riesgos de contagio.
Una llamada telefónica no es lo mismo que el contacto físico, la mirada, el silencio cómplice, la mano sobre la mano. Ni hablar de aquellos que han perdido un ser cercano, sin poderse despedir.
Tener miedo y no poderlo contar. Para aquellos que ya tienen una edad avanzada, para quienes no podían ver ni estar junto a seres amados de edad avanzada, para quienes tuvieron que dejar de ver a los niños de la familia, su alegría, su cable a tierra, para quienes tuvieron que pasarlo solos en una casa que se les hacía demasiado grande. Con la intromisión, necesaria pero también negativa, de la pantalla y sus noticias funestas, contradictorias, que aumentaban el temor.
Gente que tenía estabilidad en su vida y que sienten que han perdido algo fundamental, gente que se ha quedado sin trabajo, que se ha arruinado, o que simplemente se dan cuenta que algo ha cambiado.
“No me apetece ir a trabajar”, “No me siento bien, estoy angustiada”, “He perdido la ilusión”, “No logro concentrarme”, “Siento ansiedad cuando me levanto por las mañanas”, “Ya no duermo bien”, “¿Qué puedo hacer?”
Cada uno de nosotros tenemos una forma de ser, y cuando sufrimos estrés, cambiamos a modo alerta, las reacciones son diferentes. El sensible se convierte en vulnerable, comenzará a tener migrañas, malestares estomacales, ahora estoy bien, ahora mal, no entiendo lo que me pasa. El tímido se bloquea y comienza a rumiar cada pequeño gesto: no tenía que haber ido, no tenía que haber hecho… Al impulsivo le aparece un punto agresivo. El hipocondríaco somatiza, todo le duele, todo puede ser grave.
Lo importante es ser conscientes de lo que nos está pasando, porque cuando sabemos las causas de ese estado, nos sentimos aliviados. Es doloroso ponerle nombre a las cosas, pero es lo único que puede ayudarnos a dar el siguiente paso.
¿Entonces, qué me queda? ¿Ansiolíticos, pastillas para dormir…? Eso lo dirá un médico. Pero lo que si podemos hacer es aprender sobre nosotros mismos, descubrir con qué o con quién puedo reparar mi interior: con el mar, con la música, rezando, meditando, abrazando a alguien a quien quiero, en soledad, escribiendo… Debo detectar mi mecanismo de sanación, de recuperación, porque el ser humano no puede vivir permanentemente en modo alerta, en modo estrés.
Como se supone que tengo que saber todo, en tiempo real, consumimos noticieros con una saturación de noticias negativas y nos hacemos adictos al bullicio, a la emoción intensa. Nuestro cerebro necesita parar de alimentarse de tanto dolor, tener su tiempo de relajarse.
Intentar dejar de lado los malditos “Y si”. Nos preocupamos por lo que no ha pasado y, tal vez, nunca pase. El 90% de lo que nos preocupa, nunca sucede, pero tiene un impacto directo en nuestro estado de ánimo y en nuestro organismo. El mundo emocional está íntimamente ligado a nuestro organismo. Muchas veces, lo olvidamos.
Escucha lo que te voy a decir: Si que hay gente que te entiende, no estás solo y de esto puedes salir. Tienes cerca a la persona más importante: tú mismo. ¡Cuídala!
Y ante todo, recupera la ilusión, busca lo que te hace feliz y recupéralo.

nos han vuelto adictos a pastillas para no soñar…..besos al vacío desde el vacío
Me gustaLe gusta a 2 personas
Nos han vuelto adictos a pastillas para todo, sin hacer un mínimo esfuerzo por mirar para adentro.
Besos a La Noche desde el rincón del Trujamán.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Arratsalde on lagun
Esta entrada bien podría conectarse con la de Lola, «Cantidad». Somos meros números para engrosar noticias, estadísticas y varemos. Todo para que, de alguna forma, siempre estemos comparándonos con los demás. Sin embargo, lo más importante es vernos a nosotros mismos, solos y ante los problemas. Examinarnos, comprendernos, valorarnos y, por encima de todo, querernos.
Nos quieren insatisfechos porque eso les garantiza consumismo, borreguismo y dependencia total al sistema. Hasta los que nos aconsejan autoayuda, salud mental, meditación o relajación nos quieren vender algo.
Menos mal que tenemos a nuestra mentora, Marlen, que de forma siempre desinteresada y con cariño nos ayuda a situarnos en la necesaria realidad y vernos con otros ojos, los del amor, los de la autoestima y la valoración empática.
¡Necesitamos tanto hablar con nosotros mismos y bajar el nivel de exigencia!
Gracias, amiga. Otra gotita más para sanar el espíritu y la esperanza.
Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias a ti, Jose, por tus palabras, por tus análisis!
Totalmente de acuerdo en que nos quieren insatisfechos. Sino, ¿cómo se incentiva el drogo-consumismo? Desde la obsolescencia programada que te obliga a cambiar de electrodomésticos, móvil, coche, etc. cada poco tiempo, hasta las pastillas para solucionar todo, las dietas milagrosas con kombucha incluída, los cosméticos, los libros de autoayuda y blableta que comentas, los alimentos con 0 grasa, azúcar, sal y gusto, etc.
Todo es bueno para no pensar en nuestras necesidades reales y estar permanentemente preocupados por estar al día, jóvenes, guapos y felices (por lo menos en los selfies).
Menos mal que siempre podemos recurrir al tan olvidado «sentido común» y podemos poner barreras a tanta perversión. Un argentino te diría que «hay que bajar un cambio».
Estoy convencida de que somos, en gran medida, nuestros propios sanadores. Y está en nosotros la solución fácil y barata para sentirnos mejor, dedicar un tiempo de nuestra jornada a nosotros mismos, a conocernos, a analizar nuestros problemas desapasionadamente, a gratificarnos, a vernos, como dices tú, con otros ojos. Seguro que tu sonrisa desconcertará a quienes te rodean.
Gracias a ti, Jose, por ayudarme a elevar mi nivel de autoestima. Eso también ayuda.
Un abrazo grandote.
Me gustaLe gusta a 1 persona