Cuánta razón tenía Jorge Luis Borges, cuando pronunció su conocida frase: “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Porque admitámoslo, los que somos amantes de los libros, no podemos dejar de admirar y deleitarnos con estos asombrosos y magníficos templos, que conservan en su interior todo el conocimiento y las historias que han forjado durante siglos el aprendizaje del hombre.
Cuando pienso en las bibliotecas, hay dos que tienen para mí, un significado especial. Recuerdo mis continuas visitas desde muy pequeña, a la antigua Biblioteca Nacional de Buenos Aires, situada en la calle México 564, donde Jorge Luis Borges ocupaba el cargo de Director y donde pasé tantas tardes de un placer difícilmente descriptible.
Me maravillaba la enorme cantidad de información que contenía (eran tiempos en los que aún no soñábamos con internet), el orden existente (con tantos libros era preciso un orden escrupuloso), la paz que sentía en ese lugar, un lugar abierto a todas las edades, conocimientos y niveles económicos. La sentía no como un lugar extraño, sino como una habitación más de mi casa, un poco más grande, pero igual de acogedora.
¡Si habré pasado horas haciendo mis deberes, estudiando y paseando entre las estanterías para descubrir libros que, de otra manera, no hubiese leído! Mi padre y mi tío tenían un taller a sólo 100 metros, así que yo aprovechaba, con la excusa de hacer las tareas, para que me dejaran en la biblioteca disfrutando, aprendiendo, descubriendo el universo, mientras ellos trabajaban.
Por otro lado, en San Sebastián, en la Plaza del Buen Pastor, está el Centro Cultural Koldo Mitxelena con sus salas de exposiciones y su fantástica biblioteca. Cuando mi familia vivía en Donosti, antes de la Guerra Civil, mi madre estudió en ese edificio, que era el Instituto Provincial de Educación Secundaria. Tras la restauración y rehabilitación integral en noviembre de 1993, se inauguró el Centro Cultural.
Allí, en la Sala “Fondo de reserva” del primer piso, donde están los libros que pueden ser consultados, pero no prestados, está el libro que escribió mi abuelo Venancio Aristeguieta. Y allí también están mis libros de cuentos, de viajes y el que escribí sobre la historia de mi familia. ¡Todo un logro para mí y un gran orgullo!



Hoy os traigo una selección de las bibliotecas más bellas e impresionantes del mundo. El viaje que os propongo al visitar estas espléndidas y asombrosas bibliotecas, tiene como propósito acercarnos ya no sólo a este tipo majestuoso de edificios, sino también a las más modestas, ya que estas son las que nos nutren de conocimiento, diversión, entretenimiento y nos instruyen en nuestra formación cultural.
“En Egipto se llamaba a las bibliotecas el tesoro de los remedios del alma. En efecto, curábase en ellas de la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás”. Lo dijo Jackes Benigne Bossuet, intelectual francés y uno de los historiadores mas influyentes del siglo XVII.




















