En busca de un tiempo olvidado

Hoy hace 50 años de la muerte de mi abuelo Venancio Aristeguieta Azpiroz, a quien dedico mi más cariñoso recuerdo.

Soy hija y nieta de refugiados republicanos que no pudieron contar su historia de lucha por sus ideales, ni la de los campos de concentración franceses, ni la de la Resistencia en Francia, ni la del Servicio de Trabajo Obligatorio que llevó a mi padre obligado a Hamburgo, ni la del miedo, el hambre, el sentido de no pertenencia a sitio alguno, el silencio y la tristeza de las mujeres de la familia.

Sé de mujeres que iban al cementerio, escondidas de madrugada o de noche, para poner flores en las fosas comunes. O que las tiraban desde fuera de los muros. Y que los guardianes tenían orden de echarlas a la basura. Ni flores…En el cementerio de Santander (y en muchos otros) los fusilados entraban con nombre y eran enterrados como cadáveres desconocidos, para borrarlos hasta de la memoria de los supervivientes. No bastaba con matarlos. 

Entre el año 2000 y 2019 se han abierto cerca de 800 fosas comunes de las que se han recuperado los restos de unas 9.700 personas. En los últimos dos años se han programado otras 86 exhumaciones para tratar de localizar a 3.553 víctimas. El forense Paco Etxeberria, de la Sociedad Aranzadi, calcula que, a día de hoy, quedan “20.000 esqueletos” por rescatar de los enterramientos clandestinos del franquismo.

Hicieron falta muchos años y mucha investigación privada, para poner nombre a algunos de los fusilados, no todos. Todo ese dolor aún no se ha escuchado, aún no se quiere reconocer.

Soy republicana y con tíos republicanos que nunca llegué a conocer, muertos en el frente.

Pero hace cuatro años logré poner sobre el papel lo que tenía atragantado en mi garganta y por fin, logré dormir tranquila. Sé que mi libro no llegará a muchos ojos, sé que a diferencia de los de Arturo Pérez-Reverte, (que en el año 2020 sacó al mercado un insubstancial “La Guerra Civil contada a los jóvenes”) no será impulsado como un best seller por las editoriales y el prestigio de un escaño en la Real Academia Española.

Pero también sé que mis padres, mis abuelos, mis tíos, aunque no pudieron leerlo, allí donde estén, se habrán quedado más tranquilos.
El estudio del pasado es necesario en unos tiempos en los que se habla de la transición como un ejemplo de reconciliación, sin reparar a las víctimas del ignominioso golpe de estado, obviando la desmemoria a la que se forzó a “los perdedores”, obviando que los libros de texto en pleno siglo XXI, no desarrollen aún el tema de la guerra civil como realmente ocurrió, y que sigan anclados en la enseñanza de la equiparación de los dos bandos, igualando víctimas y verdugos, sin intentar que el alumnado se acerque, a través de la investigación, a lo realmente ocurrido: el golpe de estado franquista y el sometimiento del pueblo español durante los últimos 80 años.
Yo por mi parte, seguiré tratando de acercar la realidad a la gente que quiera conocerla. Y seguiré recordando la historia de mi familia, la historia de seres resistentes, resistentes políticos, resistentes a las adversidades que les ha tocado vivir, resistentes a la desesperanza por la frustrada intervención de las potencias occidentales contra el franquismo y por la negación de la legitimidad republicana, resistentes con su honradez, su coraje, su lealtad, con su sacrificio y su lucha, a quienes se les ha negado no sólo la gratitud por su comportamiento, sino además el poder contar su historia.

El derecho a saber la verdad no incumbe sólo a las víctimas y sus familiares. Es también un derecho colectivo que permite evitar que en el futuro se puedan reproducir los mismos vejámenes. 

Año 1925 Arriba desde la izquierda mi abuelo Venancio con mi tío Paquito en brazos y su hermano Paco. Abajo sentados desde la izquierda mi abuela María Pilar (Memé), mi bisabuelo José Juan, mi bisabuela Josefa, mi tía Elena y mi madre Maricarmen

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

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