Estudiar también es resistir

No es fácil enseñar en medio de una guerra. La reapertura del curso escolar, el 11 de abril de 2022, tuvo más una finalidad de apoyo emocional, que de aprender las materias. “Lo importante ahora no son las lecciones ni los contenidos que enseñamos o lo que nuestros alumnos puedan aprender, sino que los niños vuelvan a estar en contacto con sus compañeros de clase, seguir con su rutina”, dice Natalia Chekanova, maestra durante los últimos 20 años del colegio público Nº 35 de Járkov (Ucrania). Aunque la rutina para ella, su hija y sus alumnos se haya convertido en tener que interrumpir las clases cada vez que suenan las alarmas antiaéreas y bajar a la bodega de su casa, que se ha convertido en un improvisado refugio.

Son casi las 8 de la mañana y Natalia está frente al ordenador, esperando que se conecten sus alumnos. A veces, se siente angustiada cuando alguno no se conecta durante un par de días y no logra localizar a sus padres. Si no hay noticias, aborda la situación con el resto de sus alumnos. “Es bueno para los niños que les expliquemos la verdad. Aunque son pequeños, son conscientes de la guerra. Ven la televisión y oyen las conversaciones de sus padres, hermanos y hermanas mayores…”.

En la habitación de al lado está su hija pequeña, Veronika, de 11 años, sentada en su escritorio y conectada a la tablet. Gracias a la vuelta de las clases online, Veronika no se siente tan sola. A su madre no le gusta que la pequeña salga a jugar a la calle, porque “cualquier lugar en Járkov es peligroso”. Pero estar siempre en casa es muy difícil cuando hablamos de una niña. Estar en contacto con los compañeros de clase, poder expresar lo que siente y hacer los deberes, le ayuda a lidiar con el miedo de los bombardeos diarios.

Seguir dando clases es la manera que tiene esta maestra de resistir a la invasión rusa, después de que su escuela quedara reducida a ruinas tras ser atacada por un misil el 26 de marzo. “Quieren aterrorizar a la población civil. Bombardear escuelas, universidades y hospitales para que huyamos. Pero nosotros hacemos todo lo contrario: nos quedamos e intentamos recuperar la normalidad”, dice Natalia.

Otras madres ucranianas consideran que para proteger a sus hijos la mejor opción es huir. Desde el 24 de febrero, unos seis millones de ucranianos se han refugiado en otros países.

Lilia Sharlay, la directora del colegio, es un buen ejemplo de resistencia, sigue viniendo cada día a velar por los restos de su escuela. Un edificio que contaba con 46 aulas, gimnasio, salón de actos, comedor, patio, y albergaba a 758 alumnos de educación primaria y secundaria. Y que, tras su destrucción, se ha habilitado como centro de distribución de ayuda humanitaria para las familias de los alumnos y vecinos del barrio. Otros colegios también sirven a las fuerzas ucranianas, como centros de información o almacén de suministros militares. Aunque se trata de una estimación, en la ciudad de Járkov un total de 95 escuelas han sido destruidas, total o parcialmente.

Uno de los desafíos más urgentes es la falta de personal de educación infantil. “En Ucrania hay una escasez cada vez mayor de educadoras. La mayoría son mujeres, y muchas han huido con sus hijos”, explica Helena Dolhopol, maestra jubilada, desde la estación de metro 23 de agosto, en Járkov. Helena es voluntaria del programa de educación informal, que impulsa el Ministerio de Educación con el apoyo de Unicef. “Estos niños llevan meses encerrados, viviendo bajo tierra, sin apenas ver la luz del día. Necesitan distracción”, aclara. Helena viene cada día por la mañana a la estación de metro y antes de bajar las escaleras a la plataforma ya le están esperando medio centenar de niños menores de cinco años para jugar.

Juegan a la pelota, con globos, pintan con acuarelas y después cuelgan los dibujos por las paredes de la estación. “Cada día veo noticias desoladoras de escuelas atacadas, de niños traumatizados que huyen de bombardeos y cuando vengo aquí y veo que estos niños me necesitan, me doy cuenta de lo mucho que vale la pena estar aquí, apoyándonos entre nosotros”.

En la estación de metro 23 de agosto se refugian 300 familias y sus mascotas. Muchos llevan allí desde el inicio de la invasión rusa. Se han acostumbrado a vivir dentro de los vagones de metro. La vuelta a las clases online de los niños les ha ayudado mucho. Danil, como el resto de los pequeños de la “comunidad” de la estación de metro 23 de agosto, se conecta a las clases online por la mañana y después queda a jugar con los otros niños.

El avance de la guerra sigue afectando a millones de ucranianos que han decidido no abandonar sus hogares. Después de casi tres meses de una guerra que se encamina hacia la cronificación, ellos no pueden estirar más sus ahorros y tienen que reservar dinero por si tuvieran que huir. Pero hay niños que, pese a todo, siguen estudiando, siguen resistiendo.

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

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