Hace un tiempo nos dijeron que el mundo se abría. Sucedió al final de la Guerra Fría. Se puso de moda el término globalización, se instaló el llamado nuevo orden mundial, se hizo propaganda de un mundo sin fronteras. Pero el mundo, caprichoso, se encerró en sí mismo. Desde la caída del muro de Berlín, en 1989, decenas de países han construido barreras, en su mayoría para separar el norte del sur.
La seguridad es la explicación: protección frente al terrorismo, frente a la “inmigración ilegal”, frente a los refugiados, que paradójicamente, son personas que buscan protección. Los gobiernos y los medios de comunicación hablan de muros y vallas, pero cada vez tiene menos sentido nombrarlas. Las fronteras modernas son sofisticados dispositivos que, con su diseño y su virtuosismo tecnológico, exhiben la superioridad del estado que las construye.
Ahí se concentran el dolor y la muerte, y los Estados ya no hacen nada para ocultarlo, sino que lo exhiben. La angustia existencial de los países se expresa en sus bordes, y tiene como víctimas a los fugitivos del planeta.
La tragedia en la valla de Melilla, que ha dejado al menos 37 muertos y centenares de heridos, se inscribe en esta lógica perversa. Este viernes, 24 de junio de 2022, la muerte se ensañó en la ciudad marroquí de Nador, donde aproximadamente 1500 personas intentaron cruzar la valla que la separa de la vecina Melilla y que tiñe aún de incredulidad las caras de sus vecinos, que hoy recuerdan perplejos un episodio nunca visto en décadas.
Nador, cuyos límites los marca por uno de sus lados la enorme valla de hierro levantada por España para impedir que los emigrantes accedan a su territorio, vio llegar a los emigrantes en grupo y armados con palos, piedras y una radial para cortar los barrotes. Los aproximadamente 500 que llegaron al puesto fronterizo, usaron la radial para romper las rejas y consiguieron entrar, pero se encontraron en unas dependencias cercadas por vallas de hierro azules que aún son territorio marroquí y de las que solo se puede salir a España por un torniquete por el que cabe una persona. En ese espacio, fallecieron la mayor parte de las víctimas.
En redes sociales circulan vídeos, que muestran a decenas de personas, tumbadas en el suelo y custodiadas por agentes marroquíes. El lugar donde ocurrió el asalto aún guarda hoy los restos de la tragedia, testigos de la desesperación de cientos de personas. Palos enganchados en los alambres de espino, una gorra de béisbol, una camiseta roja… que los operarios marroquíes, afanados en limpiar el lugar, aún no han podido retirar.
Mohamed, en su tienda de alimentación, frente a la valla, relata: “Yo he vivido siempre en la frontera y el que vive en la frontera siempre ve cosas, estamos acostumbrados, pero como esta vez nunca se ha visto, nunca se ha visto la muerte como esta vez. Son personas subsaharianas que estaban escondidas en los montes aledaños, donde no tienen comida, no tienen agua, no tienen nada… han perdido el miedo. Es la muerte o pasar a España.” Y resume “Pude ver cómo las ambulancias iban poco a poco llevándose a los heridos y también vi cómo cargaban a otros en ambulancias de la muerte. Porque las ambulancias de los muertos son diferentes”.
En las impactantes escenas difundidas en las redes sociales e incluso recogidas por la televisión estatal argelina, se podía ver emigrantes subsaharianos tirados en el suelo bajo la vigilancia de las fuerzas marroquíes que intervinieron brutalmente para impedirles cruzar la barrera que separa el territorio marroquí de Melilla. Por su parte, distintas ONG en defensa de los derechos humanos de las personas emigrantes, emitían un comunicado en el que denunciaban violencia policial y circulan por Twitter varios videos de violencia por parte de la Guardia Civil, entre ellos uno del linchamiento de un emigrante que estaba solo, encaramado a la valla de 5 metros y baja en ese momento.
Nadie debería ser tratado así por intentar pasar una frontera, desde luego es un trato indigno de las fuerzas y cuerpos de seguridad de un estado que se supone debe controlarlas. Reforzar las fronteras, por sí solo, no acabará con los problemas.
Esta entrada está basada en un artículo de Agus Morales, para la revista 5W




Buenos día, Marlen.
No sé si es un buen momento para leer esta entrada. Tal vez, sí. ¡Claro que sí, coño!
Mientras estamos cómodamente sentados leyendo estas palabras, miles de almas sobreviven solo por su exigua esperanza de cambiar de vida, de emigrar a un sitio mejor.
Paradójicamente, somos una especie que necesita vivir en sociedad. Funcionamos mucho mejor como grupo. Desde que nacemos buscamos compañía: familia, amigos, pareja… A pesar de todo, se empeñan en mantenernos divididos e introvertidos. La frontera es el mayor fracaso de la humanidad. Pero lo más curioso es que no se dan cuenta que estas no solo sirven para protegernos del exterior, en realidad, nos transforma en prisioneros dentro. ¿De verdad no se dan cuenta? En realidad, creo que sí.
¿Dónde quedó la hospitalidad? ¿Cuándo se perdió nuestra empatía y solidaridad? ¿Por qué dejamos de compartir tristezas y no solo alegrías?
No vale la excusa de decir que son los de arriba, los poderosos, los que nos hacen vivir así. La realidad es que somos simples borregos que nos dejamos manipular y preferimos mirar hacia otro lado. Es demasiado fácil vivir de cara a la comodidad y de espaldas a la realidad. Solo vemos esta realidad cuando nos sopla el aliento en el cogote, porque nadie está exento de verse embutido en ella.
Desde mi punto de vista, el terrorismo es solo un excusa (y, tal vez, una creación oportuna) no solo para mantener las fronteras, sino para agrandarlas, endurecerlas y usarlas como castigo. La Solidaridad con la emigración o el éxodo de los que dejan su casa (triste y dramática para cualquiera que lo quiera entender) debería ser una de las máximas de nuestra especie, no una bandera de odio que se ondea para satisfacer los nacionalismos y las posesiones de unas tierras que en realidad no son nuestras. O también para mostrar nuestra indignación en las RRSS mientras nos apoltronamos en nuestro sillón de disconformidad, confortablemente establecidos.
Esta frase: «…han perdido el miedo. Es la muerte o pasar a España…», explica perfectamente por qué se enfrentan a las armas de una frontera, a las dramáticas aguas que les separan de la «civilización», a los temibles viajes y confinamientos en países que los tratan como prisioneros, infectados o intrusos. Como dijo alguien, «cuando ya no se tiene nada, nada se tiene que perder». Será por eso que prefieren morir en el intento a intentar hacerlo en su miseria o, en la mayoría de los casos, viendo marchitarse a sus seres queridos.
Aunque ya hemos hablado mucho de este tema, no deberíamos por ello dejar de hacerlo. Tus entradas son un buen recordatorio, aunque las fotos hieran el alma.
¡Cuánta necesidad de cambiar de cuerpo para no limitarme a esconderme detrás de estas palabras! Tal vez con veinte años menos, y la cabeza llena de experiencia, saldría a dar la cara con una simple mochila (en la que cupiera mi metafórica catana) y ayudaría de forma más efectiva. Ojalá en otra vida. Si el Karma me lo permite.
Un abrazo, Marlen. Feliz Domingo y no dejes de seguir llenando la tinaja de la esperanza.
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Buenas noches Jose. «Las fronteras son el mayor fracaso de la humanidad.» Una frase que sintetiza perfectamente el pensamiento que intento transmitir a fuerza de palabras y de imágenes que duele mirar.
Prefieren morir en el intento, que resignarse a la indiferencia y la inacción, «viendo marchitarse a sus seres queridos». Siempre hay un camino que tomar, aunque eso signifique mayor dolor, tal vez la muerte. Pero ¿cómo hay alguien capaz de criticar la búsqueda de una posibilidad de romper el futuro previsto? ¿Corre sangre por sus venas?
Soy consciente que limitarme a gritarlo es poco, pero cada tiempo tiene sus formas para seguir actuando. Lo que no quiero es, como bien dices «limitarme a esconderme detrás de las palabras», lo que necesito es seguir recordándolo a todo aquel que quiera escuchar, lo que NECESITO es que no olvidemos que existe esta triste realidad y que aún hay gente que está convencida de que la emigración es fuente de terrorismo, de robos y que vienen a quitarnos el trabajo. Gente que, sin razonamiento alguno, son manejados por una perversa propaganda, que nos incita a hacer uso de tu metafórica catana.
Hemos hablado mucho sobre el tema. Y lo que hablaremos, amigo, porque la situación no tiene visos de mejora, por el contrario. Y porque, ya sabes, los vascos hacemos honor a nuestra fama de testarudos. Estoy convencida de que todo momento es bueno para seguir insistiendo.
Hospitalidad, empatía, solidaridad. ¡Cuánto hemos perdido! Quiero seguir llenando «la tinaja de la esperanza». Quiero pensar que las nuevas generaciones tendrán la inteligencia de reflexionar y de cambiar los horrores. Tal vez sean sólo deseos… tal vez…
Entretanto, o quizás para ayudar a cambiar, sigamos recordando, sigamos repitiéndolo, sigamos escribiendo una y mil veces lo que pensamos. Ya sabes: «La gota horada la piedra, no por su fuerza, sino por su constancia.» Lo dijo Ovidio y tenía razón.
Se acaba el fin de semana de fiestas en Donosti y Zarautz. Te contaría lo bellos que fueron los fuegos artificiales, pero volví a releer mi entrada y tu comentario y me transportaron a otra parte, a otras caras. Que duermas bien, que el hada de los buenos sueños te regale visiones de un futuro prometedor. Un abrazo.
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