Otoño en el Hayedo de Otzarreta

En pocos lugares la transformación del paisaje, al llegar el otoño, se puede disfrutar de una forma más espectacular que en los hayedos. Por eso, los tesoros del otoño en Euskal Herria se guardan celosamente en el Hayedo de Otzarreta. El irresistible juego de colores donde el verde da paso a los tonos ocres, amarillos, naranjas, rojos, marrones, pardos… El tacto húmedo y aterciopelado del musgo vistiendo la corteza de los árboles. Las sombras alargadas y la enramada que cubre el cielo creando fulgores que aparecen y desaparecen jugando a las escondidas con nuestros sentidos. El viento acariciando el follaje y creando zortzikos con las notas de una orquesta de violines, albokas, violas, chelos, bajos y txalaparta. La hojarasca seca extendida sobre el humus, como una manta que calienta la piel de la tierra. Las gotas de agua suspendidas de las hojas y el murmullo del Zubizabala, el apacible arroyo que divide en dos el bosque y se contorsiona creando meandros como herraduras de la montura de Mari. Las raíces surgiendo de la base de los troncos, extendiéndose cual serpientes que se zambullen en la tierra para sujetarlos en lugares a veces imposibles. El canto tardío de las aves, los sonidos lejanos de las ovejas latxa y las pottokak que pastorean en las txabolas y el eco sordo de los pasos caminando tras la tormenta… envueltos en melancolía.

El otoño es más otoño en estas arboledas llenas de juegos de luces que trasladan al viajero a un mundo sensorial. El Hayedo de Otzarreta se halla entre las laderas del monte Gorbeia. Sus hayas repartidas junto a un sinuoso arroyo forman un paraje idílico y a menudo misterioso, por el que se camina sobre una alfombra de hojarasca y musgo.

Situado en Zeanuri, en el barrio de Altzusta, junto al puerto de Barazar y en el borde nororiental del Parque Natural del Monte Gorbeia, donde una Bizkaia que se aleja del mar besa las alturas de Araba. Se trata de un tesoro natural y uno de los parajes más mágicos del País Vasco. El entorno tiene todo lo que un haya necesita para ser feliz, laderas a media altura expuestas al norte, con un suelo rico y un buen régimen de lluvias y humedad. De hecho, el hayedo domina gran parte del paisaje intercalado con coníferas y praderas. Pero Otzarreta es pequeño, un bosque en miniatura que, probablemente, sea el retazo que ha quedado de un hayedo mayor, antes de que se abrieran claros para pastos.

Su centenar de árboles maduros y robustos crean un decorado de cuento liluragarria (encantador en euskara). Es el escenario ideal para cualquier leyenda de la mitología vasca y nos hace sentir que estamos cerca del Basajaun, o que encontramos sobre una piedra junto al río, el peine dorado de una lamia.

La belleza de este lugar no sólo reside en la explosión de color que protagoniza cada otoño, sino en el intento de las ramas por alcanzar el cielo. A dos metros del suelo, surcadas por viejas llagas y marcadas cicatrices, las hayas se bifurcan paralelas al suelo en sólidos y cortos brazos. Surgen de ellos multitud de ramas gruesas como troncos, que se disparan hacia el cielo para dibujar en el aire candelabros de leños vivos. La visión es tan extraña y sugerente que parece la recreación de una atmósfera de literatura fantástica. 

Esto es debido a que se trata de un hayedo trasmocho, árboles centenarios podados asiduamente para aprovechar su madera. Esta pasaba a formar los ikaztobi, literalmente “nido de carbón”, piras perfectamente ordenadas que formaban la txondorra (carbonera de leña cubierta de arcilla para la obtención de carbón vegetal), donde a través de un lento proceso de combustión se lograba el producto. Cuando cesó la explotación, la naturaleza recuperó su libre albedrío y las nuevas ramas se alzaron en competencia por la luz, formando un coro de árboles fantasmagóricos que parecen celebrar su libertad bailando.

No muy lejos (a unos 40 minutos andando), formando parte del Parque Natural del Monte Gorbeia, se encuentra Saldropo, un humedal asentado sobre una vieja turbera casi desaparecida, que se recupera entre sauces, fresnos y abedules, donde bajo la arboleda crecen además helechos y plantas de frutos silvestres como arándanos y fresas.

Y saltando sobre un pozo natural rodeado de hayas antiguas cuyas ramas desafían al vacío, la Cascada de Uguna. Su agua cae y se expande en varios niveles hasta recogerse de nuevo en el fondo, en un crepitar tímido que se vuelve vehemente tras las nevadas invernales. Es una ruta sencilla hasta el inicio del descenso a la cascada, donde se convierte en sendero estrecho, de gran pendiente y resbaladizo hasta llegar a la base. Seguro que la cadencia del agua os colme las ansias andariegas para reposar lo vivido, lo sentido, lo respirado.

Os cuento que en Japón, el cambio de colores otoñal se designa con la palabra “koyo” y la información meteorológica incluye mapas con su progresión desde el norte hacia el sur del país, mientras los japoneses acuden a parques y bosques para contemplar esa apoteosis forestal, que ejemplifica a la perfección la belleza de lo efímero, algo muy valorado en la cultura japonesa.

Y hay otro término que me gusta. El “shinrin-yoku” es un término japonés que se puede traducir como «baño de bosque». ¿En qué consiste? En un simple paseo por el bosque. Eso sí, sin móviles, sin hacer fotos, en silencio y sobre todo centrándose en el olor de las plantas, los ruidos de las hojas, las texturas y colores como si fuéramos parte de él. ¿Os animáis?

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

2 comentarios sobre “Otoño en el Hayedo de Otzarreta

  1. ¡Ay, Marlen! Tú siempre poniéndome los dientes largos con tus paraísos.
    Yo vivo rodeado de mar y el ambiente es bien distinto, también precioso, pero muy distinto.
    Hace mucho que no me pego un paseo por la sierra, pero tú, con tu maravillosa narrativa, me has hecho disfrutar de una buena excursión por esos parajes tan maravillosos.
    Si el texto es magnífico, las fotos y el vídeo son para vivirlos.
    Y nuevas palabras niponas para embellecer hablando. ❤️💚💙
    Una consulta. Será que soy de costa y veo menos árboles que un topo hibernando, pero me cuesta un mundo diferenciar un árbol de otro. ¿Hay algún truco para conocerlos mejor? Aparte, de viajar más y observar mejor, claro. 😝
    A ver ahora como me salgo yo de esos parajes. 😍
    Abrazushón, amiga. 🤗😊👍🏼

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    1. Buenas noches, Jose.
      ¡Cómo me alegro que te gusten mis paraísos! Yo también vivo a pie de mar. Y me encanta pasear por el Malecón, sobre todo en estos tiempos, cuando sale un día bonito, día de labor (¡ya lo siento!) y no hay tanta gente. Pero tengo el privilegio de estar cerca (con coche, claro) de montes y bosques y de tener un hermano a quien, de vez en cuando, puedo hacer pedidos especiales y me aprovecho de él (Ssshhh, pero que no se entere). Es un placer increíble recorrer estos paisajes y me gusta compartirlos con vosotros. La mayoría de las fotos son de hace ya un buen tiempo. Solía hacer salidas con la cámara de verdad. Ahora me conformo con el móvil y… no es lo mismo.
      En cuanto a tu consulta, has venido a mal puerto. En mi vida he visto muchisísimos árboles, pero soy absolutamente incapaz de distinguir uno de otro. Eso sí, tengo un truco que, en general, me da buen resultado. Hago el paseo con alguien entendido y así, como quien no quiere la cosa, voy preguntando y me entero. Para eso, mi padre era genial. se crió en un caserío en Navarra y de los árboles y plantas, conocía hasta el nombre y apellidos. 🤣🤣 ¿Ves qué fácil es salir del atolladero?
      Un abrazote gordo, amigo.

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