Se han cumplido 20 años de la invasión de Irak por parte de Estados Unidos. La invasión, que no contaba con respaldo de la ONU, fue justificada por el entonces presidente estadounidense, George W. Bush, con el argumento de destruir supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Hussein y de liberar al país de un dictador sangriento.
Pero ni había armas de destrucción masiva, ni la invasión sirvió para democratizar Irak. Y en la región se creó el caldo de cultivo para el yihadismo mientras Irán ha extendido su influencia.
Deponer a Sadam no fue un problema. En poco más de un mes, Bush declaró que «todas las operaciones militares principales» habían terminado. Pero la administración provisional, dirigida por Paul Bremer, y los gobiernos electos desde 2005 tuvieron que lidiar con las divisiones sectarias (chiíes, suníes y kurdos), unas infraestructuras básicas destrozadas por los bombardeos, una población empobrecida por 12 años de sanciones internacionales y la insurgencia a la que dio lugar. Aquella invasión generó el ambiente propicio en el que surgió Estado Islámico (ISIS).
En cuanto a las pérdidas humanas, el Pentágono reconoce 4.505 bajas hasta la retirada de sus tropas en 2011, a las que hay que sumar otras 4.000 de distintas nacionalidades, según otras fuentes. La web Iraq Body Count ha registrado 210.090 civiles muertos hasta febrero de 2023. Si se añaden los combatientes, el número de muertos hasta 2022 superaba los 288.000.
Si hablamos de pérdidas materiales, la ONU y el Banco Mundial estimaron que la reconstrucción requeriría inicialmente 36.000 millones de dólares. Pero en 2018, tras la guerra contra el Estado Islámico, el Banco Mundial pedía más de 82.000 millones de euros para reconstruir de nuevo. A pesar de todo el dinero invertido, muchos hogares siguen sin acceso a agua potable, suministro energético estable o viviendas adecuadas.
Hoy en día, una gran parte de la población no lamenta el derrocamiento de Sadam, pero sí que tuviera que llegar «de la mano de una invasión extranjera», y que EE.UU. no tuviera «un plan para la posguerra». «No había un calendario claro para devolver la soberanía a los iraquíes, ni una visión de cuánto tiempo debía pasar para celebrar elecciones o redactar una Constitución. El resultado ha sido la inestabilidad política, la acumulación de poder por las milicias, la corrupción y ausencia de un Estado que proporcione los servicios básicos, lo que se traduce en frecuentes manifestaciones de descontento y malestar, como las de 2019. Los mayores ingresos por el petróleo no se han traducido en mayor inversión pública.
Dos décadas después de la guerra, el país está dividido en facciones sectarias, un cuarto de la población vive en la pobreza y la reconstrucción se ha visto dificultada por la lucha contra el yihadismo y los enfrentamientos civiles.
Todavía hay ciudadanos iraquíes que, veinte años después, esperan un visado especial de EEUU. Son al menos un centenar de personas que trabajaron con las tropas estadounidenses y solicitaron visados de protección, pero sus peticiones siguen en el limbo.
George W. Bush no actuó solo. Le apoyaron el primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente español, José María Aznar, con los que se reunió en las Azores. Bush ha reconocido errores de inteligencia, pero no ha perdido perdón a los iraquíes, al menos de forma consciente. El año pasado, el expresidente, de 76 años, tuvo un lapsus en el que confundió Ucrania con Irak y calificó la invasión de 2003 de «injustificada y brutal».
Tony Blair pidió perdón tras un informe oficial que establecía que las armas de destrucción masiva iraquíes nunca habían existido. Hace unas semanas, una investigación ha revelado que muchos de los ataques aéreos que mataron a civiles en campañas contra el ISIS en Irak están relacionados con las fuerzas del Reino Unido. Hasta ahora, la versión oficial británica decía haber llevado a cabo una guerra “perfecta” contra el Estado Islámico en Irak.
José María Aznar, en cambio, no ha admitido ningún error, pese a que su apoyo a la guerra provocó una de las mayores protestas en España.
No hay garantía de que Irak consiga establecer un Estado democrático estable, pero tienen que intentarlo. Al final, aunque la invasión fuera ilegal y se estuviera en contra de esa política, tienen un país que reconstruir, y se les debería dar una oportunidad.