Tras la muerte, seré polvo enamorado

“Aunque este cuerpo muera y cien veces vuelva a morir,
y los blancos huesos se tornen polvo y el alma deje de existir, 
el rojo corazón íntegro para el amado ha de persistir.”
Poema “Aunque este cuerpo muera” de Jeong Mong-ju
(Poeta y académico coreano)

Francisco de Quevedo, en su poema “Amor constante más allá de la muerte”, usa la expresión “seré polvo enamorado” para recrear la pervivencia del amor y su victoria sobre la muerte. Su amor hacia aquella a la que dirige el poema es tan fuerte y sincero que a pesar de que su vida llegue a su fin, prevalecerá. “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”, escribía Rabindranath Tagore.

Pero es el mito de Orfeo y Eurídice, antes que ellos, quien nos recuerda que el amor persiste por encima de todo, incluso de la propia muerte. Cuando alguien ama verdaderamente es capaz de ir hasta el infierno para estar en compañía de aquel a quien ama.

Orfeo era hijo de Apolo, dios de la música y de las artes, y de Calíope, musa de la poesía. Ese origen le otorgó a Orfeo un don especial, el de la música.

Aprendió a hacer música de manos del propio Apolo, su padre. Llegó a desarrollar tal maestría que el mismo dios le entregó su propia lira, en símbolo de amor paternal. Esta había sido elaborada por Hermes con el caparazón de una tortuga. Se dice que Orfeo lograba interpretar las más bellas melodías que se hubiesen escuchado sobre la Tierra.

Era tan grande su talento, que dioses y mortales se conmovían hasta las lágrimas cuando le escuchaban. Incluso las criaturas más fieras se convertían en mansas cuando su música las “embrujaba”. 

Orfeo era muy enamoradizo y aventurero. Y se ofreció a acompañar a los argonautas en su travesía para encontrar el vellocino de oro. Se cuenta que salvó la expedición valiéndose de su talento. Cuando las sirenas comenzaron a cantar, para que los marineros se echaran al mar y se ahogaran, él hizo lo propio junto con su lira. Su música era mucho más hermosa que la de ellas y logró ahogar su sonido.

Tras esa expedición, Orfeo conoció a Eurídice, una ninfa muy hermosa. Un día, Orfeo vio su figura reflejada en el agua y de inmediato sintió que se moría de amor por ella. Finalmente, logró que ella le correspondiera. Eurídice se enamoró apasionadamente de él y los dos se casaron. Vivían un amor ardiente y totalmente correspondido.

Pero pese a que Orfeo y Eurídice vivían muy felices en su palacio, ella no olvidaba que era una ninfa. Por eso no podía dejar de ir a los bosques para estar en medio de la naturaleza, que le era tan familiar. Una tarde fue al bosque, como era su costumbre y vio a un cazador persiguiendo a un indefenso cervatillo. Ella le ayudó a escapar, lo que desató la ira del cazador.

El hombre dijo que le perdonaría la ofensa, siempre y cuando aceptara darle un beso. Ella se negó. Orfeo y Eurídice eran una pareja feliz y ella no iba a arriesgar esa felicidad sólo por miedo. El cazador quiso forzarla y entonces ella echó a correr. En su huida, pisó la cabeza de una serpiente que estaba dormida y ésta la mordió. La ninfa murió en el acto.

Cuando supo de la muerte de su esposa, Orfeo se desesperó y decidió ir al inframundo para rescatar a Eurídice de la muerte. Valiéndose de su lira y de su hermoso canto, logró que Caronte, el barquero, y el Can Cervero, guardián de la entrada del inframundo, lo condujeran hasta donde estaba Perséfone, la reina del infierno. Ella también quedó conmovida con la música.

Al final, Perséfone accedió a que Orfeo se llevara a su amada nuevamente a la vida. Sin embargo, le puso una condición. Durante el trayecto, Orfeo debía ir adelante y Eurídice detrás. No podía volverse para mirarla hasta que la luz del Sol no los cubriera a los dos por completo, fuera del inframundo. Orfeo aceptó, pero no confiaba del todo en que Eurídice le siguiera. Temía que tras él fuera un demonio y no su amada esposa.

Cuando por fin salió de la gruta, no resistió a la tentación y se dio vuelta a mirar. A Eurídice le faltaba solamente que el Sol cubriera uno de sus pies. Aun así, desapareció ante sus ojos y quedó muerta para siempre.

Orfeo sucumbió a la tristeza y logró hacer una música que hacía llorar incluso a los dioses. Las Bacantes eran unos seres veleidosos que se enamoraron de él, pero Orfeo no cedió a sus intentos de seducción.

En venganza, las Bacantes lo mataron y esparcieron sus restos por todo el mundo. Sin embargo, esto permitió que Orfeo y Eurídice volvieran a reunirse en el inframundo. Esta vez estarían juntos para siempre. Desde allí, aún se escuchan bellas melodías que flotan por praderas y bosques.

Con el tiempo, uno aprende a aceptar la muerte, la propia y la de los seres queridos. Aprende que ese tiempo no calma el dolor, pero te permite aceptarlo para celebrar la vida, la de cada día, la de cada instante.

Aquí podéis disfrutar de la Toccata de la ópera “L’ ORFEO: Favola in Musica”, una obra de Claudio Monteverdi de 1607, en la representación de Jordi Savall y La Capella Reial de Catalunya en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona (2002)

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

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