Las madres de hoy en día tienen un vínculo de complicidad diferente al de generaciones anteriores. Están más empoderadas, son madres que se ríen de sí mismas y que logran ser más partícipes de la vida de sus hijas.
Aunque hay cosas que nunca cambian. Hoy, ayer y siempre, cuando una niña llega a la adolescencia, siente una terrible vergüenza de sus padres, especialmente de su madre, quien, a su entender, debería cumplir con los cánones de señora mayor, seria, comedida y respetuosa de su individualidad.
Y hoy voy a hablaros de las chicas y sus madres. Y de la frase inicial, que puede ser dicha por cualquiera de las dos partes. Ya sé lo que me vais a decir, que no hay que generalizar. ¡Por supuesto, no generalizo! Pero no me digáis que no habéis tenido o no tenéis un caso cerca.
En este período de la vida en que la rebeldía se manifiesta como la forma de encontrar el propio camino y la propia identidad, es el momento en que las niñas descubren por primera vez los defectos de los padres. El momento en que la adolescente reivindica el poder de decidir y gestionar su propia vida y el adulto rechaza tener que dejar de controlar a su hija, como ha estado haciendo hasta entonces.
En medio de estos cambios de todo tipo, físicos y mentales, y perteneciendo a un grupo de amigas y amigos que les apoya y les comprende y del que se sienten parte integrante, desarrollan una visión crítica de la vida, imprescindible para lograr superarse a sí mismas y a sus padres. Y dentro de las críticas, por supuesto, la diana principal son los padres.
La inocencia se diluye, los superwoman y superman se transforman en simples mortales y entonces las chicas se oponen tanto al autoritarismo, como a la dejadez de sus padres, sintiendo vergüenza.
Un psicólogo me dirá que es la propia inseguridad de la adolescente, que proyecta a su alrededor su propio miedo a no recibir la aceptación social. Me dirá que el hecho de seguir siendo tratada como una niña, cuando ya no se siente así, no ayuda. Me dirá que, si hay hermanos, el hecho de no adquirir los mismos derechos que los varones, también influye.
Pero, dentro de este ambiente de crispación, ¿por qué la confrontación es más fuerte con la madre? Una vez más, el psicólogo me recordará el complejo de Electra. El enamoramiento que suele sentir la niña por su padre hace, muchas veces, que sea incapaz de ver defectos o fallas en su persona, manteniendo una afinidad mayor con la figura paterna.
Las niñas pueden experimentar celos hacia la madre cuando perciben que esta recibe ciertas muestras de afecto de su padre, que ella no. Y estos celos que normalmente se manifiestan como berrinches y llanto en los primeros años, pueden convertirse en una relación de enemistad con la madre cuando se convierten en adolescentes.
¿Pero qué pasa cuando es la madre quien siente celos de su hija y entra a competir por las atenciones del varón de la casa, tratando de sabotear la relación entre padre e hija?
Algunas madres tienen baja autoestima y basan su importancia en tener el control de sus hijos, ya que es algo que les da un sentido a su vida. Es difícil tener una buena relación con una madre controladora y posesiva, ya que siempre intentará meterse en la vida de su hija adulta e influir en todo lo que hace.
Hay mujeres que se centran mucho en ellas mismas, se preocupan demasiado por el “qué dirán”. Y en cómo repercute en cómo la perciben a ella, lo que hace o dice su hija. Se mueve casi exclusivamente por sus intereses propios y esto hace que su hija no se sienta realmente valorada y querida por ella.
Puede ser que simplemente la personalidad de ambas no encajen para nada, así como sus ideas y creencias, por lo que cada vez que tratan de hablar terminan enfadándose o simplemente les causa frustración.
Hay madres que nunca o en contadas ocasiones han expresado alguna muestra de cariño hacia sus hijas. Madres que parece que directa o indirectamente les envían un mensaje explícito de rechazo y falta de aceptación. Se comportan de manera emocionalmente distante y fría.
La inseguridad es un factor importante por el cual la madre puede estar actuando así. Pero también es muy probable que sus padres se hayan comportado de la misma manera con ella cuando era una niña y por lo tanto ahora no puede ofrecer algo de lo que ha carecido toda su vida.
Lo cierto es que, entre madres e hijas, la relación muchas veces es conflictiva y en casos normales, es el sentido común el que dicta la mejor forma de actuar de ambas para lograr el acercamiento. Aprender a ponerse en el lugar de la otra e intentar ver las actitudes sin juzgar. Eso se llama empatía y no la utilizamos tanto como debiéramos, en todos los aspectos de nuestra vida. Establecer límites, aceptar la evolución de la adolescente que produce un cambio de roles, conversar sin llegar a la discusión, intentar mejorar la relación tomando distancia cuando sea necesario.
Lo sé, nadie dijo que fuera fácil. Pero os puedo decir que nadie tiene la verdad absoluta y que el tiempo es uno de los recursos más importantes de la vida. Y, a veces, las personas sólo necesitan tiempo para cambiar de opinión, valorar nuevas opciones o apreciar aquello que es verdaderamente importante.
Interesante entrada. En mi caso no tuve hijas, siempre me quedé con las ganas de una pero bueno. Tal vez me ahorré algunas de los enfrentamientos que mencionas. Un abrazo.
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Yo tampoco Ana. Pero tengo amigas, familiares y quise resumir un poco situaciones que vemos seguido. Y ahora que se acercan las fiestas, más todavía. Un abrazo a ti también.
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