¿Y tú, adónde volverías?

En un programa de televisión argentino, el conductor suele preguntar a sus invitados: «Si tuvieras una hora para volver atrás en el tiempo, ¿adónde volverías? ¿con quién la pasarías? ¿Y qué harías o qué dirías?». Muchos entrevistados eligen tener una conversación con su madre o su padre, momentos antes de que terminara su vida, para decirles lo que nunca dijeron en vida. Yo, por el contrario, elegiría revivir un almuerzo de domingo en casa de mis abuelos, uno de tantos, no uno especial, con toda la familia reunida. Tal vez porque siempre dije lo que necesitaba decir, antes de que fuera tarde.

Cuando era pequeña, los fines de semana eran especiales para mí, porque iba a casa de mis abuelos maternos el viernes, al salir de la escuela o el sábado por la mañana y me quedaba hasta el domingo en que venían a comer mis padres con mi hermano a disfrutar toda la familia junta. El domingo traía su ambiente festivo desde la mañana.

Yo solía desayunar muy apurada para estar lista cuando llegara la barra de hielo que traía Felipe Jurío en su carro con caballo, al que me dejaba subir y que sabía el itinerario, parando escrupulosamente frente a la casa de cada cliente, sin que Felipe tocara las riendas ni le dijera nada.

Para mi eso era el colmo de la inteligencia animal.

El hielo se colocaba en la parte inferior de la heladera que, por supuesto, no era eléctrica y enfriaba el vino blanco, las sodas y el champagne de las grandes celebraciones.

Mi tarea, después de recoger la ropa de mi cama y dejar todo bien ordenado, era ayudar a mi abuela Memé a preparar la comida del domingo.

Y aquí debo aclarar que en casa de mis abuelos el tipo de comida era casi exclusivamente vasco.

Amaba estar en la cocina de Memé mientras ella preparaba el festín y, aunque no me enseñaba a cocinar ni dejaba que me acercara demasiado al fuego, me asignaba diferentes tareas que íbamos haciendo entre risas, cantos y gorjeos de sus canarios.

Una de las cosas que más me gustaba ver era cuando hacía la mayonesa para los espárragos, a puro batir de tenedor, por supuesto.

Y me daba a probar para que yo diera mi aprobación.

Y la exquisita salsa verde de la merluza a la koskera, en la fuente marrón de barro, con ese olorcito tan particular y sus riquísimos ingredientes: las rodajas de merluza, las patatas que se embebían del gustito del pescado, los guisantes, las almejas, el perejil y los huevos duros que terminaban de darle un aspecto genial.

A veces, la merluza a la koskera era remplazada por merluza al pil-pil con su constante menear de la cazuela y sus kokotxas, que tanto llamaban la atención del pescadero porque las traía sólo para Memé.

O, cuando se conseguía un pescado grande, por la merluza rellena de unas gambas al ajillo, sobre su cama de patatas.

Pero no penséis que el pescado era lo único que se comía en esos mediodías.

Las croquetas no podían faltar, ni los espárragos con mayonesa, el jamón o los txipirones en su tinta.

Cuando hacía frío, las perolas de alubias con todos sus sacramentos, lentejas o garbanzos, los marmitakos, el bonito con tomate, el cochinillo al horno, el bacalao a la vizcaína, lomo de cerdo guisado con champignones o con manzana y pasas de uva, un guiso con zancarrón, patatas y verduras, que luego me enteré que se llama sukalki, etc.

Lo que nunca podía faltar era el arroz con leche y el pastel que se servía con el café y la copa de cognac.

Ya sabéis: café, copa y puro. Y en la casa de los abuelos, esto se cumplía a rajatabla, porque mi abuelo fumaba sus humeantes cigarros, armados por él mismo.

¡Cuántas veces le ayudaba a hacerlos, estirando con cuidado las hojas de tabaco que estaban más sanas y enteras y picando todo el resto para el relleno! Aún no se habían inventado las campañas contra el tabaco.

Por la tarde, como prolongación de la interminable sobremesa, entre charlas y comentarios, jugábamos a las cartas, a la lotería, cantábamos, nos reíamos y … volvíamos a comer porque había llegado la hora de la merienda.

Volvíamos tarde a nuestra casa, cansados y con el agregado de la caminata hasta el tranvía, pero contentos por los buenos ratos pasados. No éramos una familia de clase social alta, pero mis abuelos sabían muy bien, después de todo lo que habían vivido, que valía la pena el esfuerzo para poder disfrutar juntos de esos momentos que nunca olvidaré.

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

10 comentarios sobre “¿Y tú, adónde volverías?

  1. Sí Nuria, exactamente eso, la melancolía me atacó en estos días lluviosos. Añoramos los momentos vividos y disfrutados, añoramos a quienes ya no están. Pero ¡qué hermoso haber tenido esos momentos de felicidad que nos han dejado recuerdos preciosos! Un abrazo a ti también.

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  2. Hola Julieta, no he visto la película. y me extraña porque me encantaba Robin Williams. La buscaré. Pero, un dispositivo para grabar la vida y poder revivir ciertos momentos, suena tentador. Aunque, no sé, me parece que prefiero seguir hacia el futuro, recordando lo bueno pasado, pero descubriendo lo que resta.Gracias Julieta por tu comentario. Un saludo.

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  3. ¡Qué vivencias más bonitas, Marlen! Gracias por compartirlas, porque activan nuestros propios recuerdos y nos permite disfrutar de ellos de nuevo.
    Yo no soy mucho de mirar al pasado, o desear regresar a algún momento concreto. Mis recuerdos se diluyen y la verdad es que me cansé de pensar en qué podía haber hecho o dicho para cambiar tal o cual situación. Decidí, no hace mucho, tirar pa’lante cargando con los errores e intentar aprender de ellos.
    Sin embargo, al hilo de tu entrada, creo que sí me encantaría volver a vivir una de esas comilonas que solíamos hacer y en la que, todavía, estábamos todos juntos. Ya me vas conociendo y sabes que amo comer, pero es que durante estas reuniones familiares, papeando y bebiendo sin mirar dietas o contraindicaciones, eran los momentos más alegres de nuestras vidas. Olvidando problemas, rencillas, enfados o carencias. Disfrutando en cada momento de lo que podíamos. Exceptuando, claro, las fiestas especiales, como las Navidades, donde al llegar los postres, junto con los licores llegaban las porfías.
    Lo que sí me haría pensar en retroceder al pasado es la posibilidad de que mi abuela me enseñara su arte culinario. Ella vivía con nosotros, la única de los cuatro abuelos que conocí, y la disfrutaba a diario. En aquellos tiempos la reglas fijaban que los hombres no entraran en las cocinas, incluidos los niños, así que disfruté de sus manjares, pero no aprendí a hacerlos y muchas cosas se perdieron. Afortunadamente, cuando crecí rompí las reglas y redescubrí la terapia tan placentera que es cocinar. He ido aprendiendo sobre la marcha y de forma autodidacta, como con casi todo. Pero mi abuela a mi lado aconsejándome sería un tesoro inconmensurable.
    ¡Ay, Marlen, como me llevas a la nostalgia!

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    1. ¡Eah! Otra vez me saltó el enter por culpa del deo travieso.
      Quería añadirte, además de la despedida, que no te extrañe que responda tan tarde, porque estoy revisando los correos y tengo más atraso que una neurona política.
      Abrashasho nostálgico.

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  4. Hola Jose, no importa cuándo has leído esta entrada (¿una neurona política? ¿pero de verdad existen?). La cuestión es que la has leído y estaba segura de que lo harías y comentarías. Nos vamos conociendo y son temas que nos unen y remueven por dentro.
    ¿Volver al pasado para cambiar algo hecho o dicho? No, a mí tampoco se me ocurriría. Por eso mi elección fue volver a esos preciosos momentos de disfrute pleno, con toda la familia, con las risas, los cantos, la comida y bebida compartidas. ¿Nostalgia? ¡Por supuesto! Pero es la nostalgia de haber tenido la inmensa suerte de haber nacido en la familia que nací, rodeada de amor y, aunque también de carencias y trabajo duro, sin reproches a la vida y con la frente muy alta. Educación y respeto por los seres y las cosas. Creo que así se llamaba a eso que, a veces, parece haberse perdido.
    ¡A que te gustaron los platos para el menú dominical! En casa de mis abuelos las reglas estaban un poquito trastocadas. Los hombres no entraban en la cocina (ni siquiera para prepararse el desayuno), pero los niños, y específicamente la niña mimada de la casa, ¡¡SI!! Así que no sólo vi cocinar a mi abuela Memé miles de veces, sino que compartí con ella recetas y trucos. Es una lástima que no te dejaran participar de las entrañas de la casa familiar. Por suerte, aunque no de la mano de tu abuela, pero has podido remediarlo después. ¡Es un placer cocinar, para ti o para compartir con quienes quieres!
    En definitiva, que me alegro que te haya gustado y que la nostalgia te haya invadido por un ratito. Ya sabes, mi componente argentino me conduce al tango. Un abrazote cálido y nostálgico para ti también.

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    1. ¿Que si me han gustado tus platos?
      Ná má que por eso me pillo billete en la máquina del tiempo. 😜
      Aunque estoy seguro de que tú los haces ahora igual de buenos. Así que, quién sabe, tal vez algún día puedas conviárme por esos preciosos lugares del norte. 😝
      Tus nostalgias redescubren las mías, pero las buenas. 🥰
      🤗🤗🤗

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