“Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus, singula dum capti circumvectamur amore.” El tiempo se escapa. Pero mientras huye, huye el tiempo irremediablemente, mientras nos demoramos atrapados por el amor hacia los detalles.
“Tempus fugit”. Esta es una locución que procede del Libro III de las “Geórgicas”, obra del poeta latino Publio Virgilio Marón (70 a.C.-19 a.C.) mas conocido por su nombre: Virgilio.
Pero ya el pensador griego Heráclito de Éfeso (535a.C.-484 a.C.) había tratado esta sensación del tiempo implacable, imposible de detener: “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos [los mismos].” El fragmento ejemplifica la doctrina del cambio: el río (que no deja de ser el mismo río) ha cambiado, así como el bañista. Si bien una parte del río fluye y cambia, hay otra (el cauce) que es relativamente permanente y que es la que contiene el movimiento del agua.
Y el filósofo también afirma “Panta rhei”. Todo fluye, todo se mueve, nada se detiene. Esta frase ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir. La filosofía de Heráclito de Éfeso se basa en la tesis del flujo universal de los seres. El devenir está animado por el conflicto, en el sentido de un ajuste de fuerzas contrapuestas, como las que mantienen tensa la cuerda de un arco. El conflicto, el duelo y la pérdida, la guerra, están permanentemente en contacto con la vida.
Para Heráclito el arjé (la sustancia primera de todo) es el fuego, en el que hay que ver la mejor expresión simbólica de los dos pilares de su filosofía: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos, pues el fuego sólo se mantiene consumiendo y destruyendo, y constantemente cambia la materia. Pero el devenir no es irracional, ya que el logos, la razón universal, lo rige y ordena el cosmos. ¿Recordáis el cauce del río?
Pero volvamos a nuestro tema. El aforismo Tempus fugit hace referencia al paso irremisible del tiempo, que todo lo acaba. Pero hoy os quería hablar del Tempus fugit japonés.
“Mono no aware”, literalmente “el pathos de las cosas”, es una expresión japonesa también traducida como una empatía o una sensibilidad hacia lo efímero. Es un concepto que define la conciencia de la impermanencia, de la brevedad de la vida. Lo cual genera una melancolía transitoria sobre el paso del tiempo, así como una más larga y profunda tristeza, sobre la realidad de la vida.
Si una persona no se disolviera, si no desapareciera como humo, las cosas perderían su poder de conmovernos. Lo más preciado de la vida es su incertidumbre. En la filosofía budista japonesa, no existe la concepción de un reino estable después de la realidad. La realidad es entendida como mutabilidad.
Allí reside su incomparable apreciación por la belleza. En lugar de ser causa de algún tipo de desesperación nihilista, darse cuenta de la transitoriedad fundamental de la existencia es, para los japoneses, un llamado a la actividad vital en el momento presente, a la apreciación de lo que nos rodea y de los fenómenos del mundo.
El término Mono no aware es uno de los conceptos más bellos y grandiosos que ilustran esta estética del entendimiento.
Preñado de matices y connotaciones, este concepto inevitablemente pierde algo en la traducción, pero el significado literal: “la tristeza o el pathos de las cosas”, es el punto de partida. Y se refiere al agridulce sentimiento de ver las cosas cambiar.
Es, como decía Sei Shonagon en el siglo X, “Cuando uno ha dejado de amar a alguien y siente que se ha convertido en alguien más, aún cuando sigue siendo la misma persona”.
El diminuto dolor que acompaña a una flor cuando se marchita, la finitud que se aloja en cada uno de los seres y de las cosas. La traducción de “aware” como “tristeza” se debe más que nada a la falta de una mejor palabra, porque la esencia de aware sugiere la experiencia de conmoverse profundamente por emociones que pueden incluir alegría y amor, pero siempre teñidas de finitud o dolor.
Tal vez, el ejemplo más conocido del Mono no aware es la pasión de los japoneses por el hanami, el aprecio por el florecimiento de los cerezos. Las flores de cerezo, o sakura, son increíblemente efímeras y es justamente eso lo que conmueve a los japoneses, que las observan con su sensibilidad, pero también con cierta melancolía ante lo que simbolizan: el paso del tiempo. Cada año, muchísimos japoneses salen a contemplar y hacer picnics debajo de los sakuras, que son valorados por su transitoriedad. Normalmente las flores comienzan a caer después de una semana de haber brotado, y es precisamente la evanescencia de su belleza lo que evoca el sentimiento melancólico y alegre de Mono no aware en el observador.
Pero también se trata de un proceso cíclico, ya que todos los años vuelven a crecer. Por esta razón también es una alegría poder observar la vida que florece una y otra vez. Admirándolo podemos entender el paso del tiempo y reflexionar sobre lo efímero de nuestra existencia.
¡Qué mejor que los árboles de cerezo para entender el concepto! Estamos en la época justa. En el Valle del Jerte, en Cáceres, miles de cerezos florecen para disfrute de quien quiera y pueda acercarse a verlo. Pero si estás lejos, busca en la zona donde vives. Seguro que encuentras alguno y seguro que te acuerdas de Mono no aware.
El tiempo es inaprensible, no puede detenerse ni hacer que retroceda. Este concepto encierra la esencia de nuestro mundo: el tiempo pasa, huye, nada queda, todo cambia. Y aunque puede ser algo triste, esto da lugar a nuevos comienzos. El cambio anida en lo mas íntimo de este universo, un universo que experimenta un proceso de continuo nacimiento y destrucción, al que nada escapa.
El tiempo puede eternizarse cuando requerimos su fugacidad, o escaparse de entre los dedos cuando daríamos todo lo que tenemos, para que durase un sólo segundo más.
El tiempo puede ser benefactor o verdugo, aliado o enemigo, y, en la mayoría de ocasiones, no está en nuestras manos decidir cuál es su papel en nuestro devenir. Tan sólo podemos fluir a través de él, tratando de administrarlo juiciosamente, de atesorarlo cuando es precioso, de darle su valor y de dedicar nuestra existencia a encauzarlo hacia momentos de felicidad y de disfrute.
Disfruta cada minuto de tu tiempo, porque no regresa. Lo que vuelve es sólo el arrepentimiento de haber perdido el tiempo.





Buenos días sean, Marlen.
Al ver el título en las notificaciones del email pensé: leñe esta mujer se ha quedado dormida sobre el teclado. Luego al leer el primer párrafo, grité: ¡Mondié! ¿qué le pasa a la Trujaman que no habla ni en Argentino ni en Vasco, estará experimentando con efluvios inspiratorios. 😂😝
Luego ya, despertaron mis neuronas y se dieron cuenta que en realidad esta es una entrada de mi muy respetada y admirada Maestra-Trujaman.
¡Vaya lección de Filosofía, de emotividad y del sentido de la vida! 😍😍😍
La verdad es que el modo de vida japonés o, más bien, su forma de ver la vida, creo que va mucho conmigo. No he estado en Japón, más que con la imaginación, a través de películas, novelas, documentación y, últimamente, con el genio de Murakami. Pero esa Filosofía de la vida tomada con lentitud, saboreando cada instante, apreciando en el silencio la naturaleza de las cosas, valorando la futilidad de su existencia, me encanta.
Estuve en la floración de los Cerezos en Cáceres (me encantan las fotos), me llevé mi máquina de fotos y me sacudió una sensación a lo Stendhal. En el silencio de aquel campo, nos quedamos todos extasiados y callados, fui incapaz de hacer ninguna foto durante unos cuantos minutos. Era tanta la belleza que me rodeaba que me dejó pasmado y asombrado. Fue un momento maravilloso, mágico y transcendental. Me sentí muy japonés. Luego ya, mi familia y amigos que me acompañaban, rompieron la magia y me empezaron a pedir fotitos para el recuerdo. 😝
Me ha encantado esta lección de Filosofía. Si las clases de esta materia se impartieran con estas premisas, creo que los niños la amarían y dejarían de decir que es un tostón. (Pero entre maestros frustrados y cansados y políticos inútiles… 🤦🏻♂️)
Me voy a hacer seguidor del Mono este, aunque ya me digan que soy muy gorila. Me encantaría tener un amigo/a japonés que me transmitiera todos estos pensamientos y doctrinas de sabiduría. A la espera de que conozca a alguno en Cádiz, aquí hay mucho chino, pero creo que ninguno del reino del Sol Naciente, me quedo con mi Trujamán, que es una fuente de inspiración continua para la vida.
Un abrazo, Sensei Marlen. 🤗😊👍🏼
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¡¡¡Ja Ja Ja Ja cómo me has hecho reír!!! ¡Y cómo lo necesitaba! Gracias.
Si, la forma japonesa de ver la vida y disfrutarla a mí también me entusiasma. Yo tampoco he ido a Japón, pero un día iré y me empaparé más aún de su filosofía. Mientras tanto sigo leyendo y tratando de incorporar a mi vida, sus enseñanzas.
Tengo la suerte de tener en Buenos Aires, una amiga de familia japonesa con la que compartimos muchos sentimientos. Su sonrisa, su empatía ¡me sientan tan bien! Una mirada y ya nos hemos entendido, ¿verdad Emi?
En su momento, me fascinó la filosofía Kintsugi. Desde ese momento, otras piezas forman parte de mi vida.
Haruki Murakami, el eterno nominado al Nobel de Literatura. Supongo que nunca lo logrará y supongo que, sentado tranquilamente en su casa, se estará riendo del Nobel y sus estirados colegas. Una hermosa cita, justamente para esta entrada: «Cerrar los ojos… no va a cambiar nada. Nada va a desaparecer simplemente por no ver lo que está pasando. De hecho, las cosas serán aún peor la próxima vez que los abras. Sólo un cobarde cierra los ojos. Cerrar los ojos y taparse los oídos no va a hacer que el tiempo se detenga».
Ayer estuve sentada un rato en la plaza enfrente de casa. Los cerezos están perdiendo sus flores. Miles de pétalos inundaban cada instante. No quise, no pude, escuchar música. Ese momento, merecía el más respetuoso silencio. Acaricié suavemente mi chaqueta kimono de tela japonesa (en serio, sin pensarlo, las energías se habían entretejido y fluían juntas). Creo que, en otra vida, fui japonesa.
Iroiro hontoni arigato, Jose!!
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😍😍😍😍😍😍😍
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