El porvenir nos pertenece a todos, hombres y mujeres por igual

A las puertas del Congreso de los Diputados, en el centro de Madrid, se agolpaba un grupo de mujeres con un manifiesto entre las manos. Era el último día de mayo del año 1921 y les brillaban las sonrisas como el porvenir.

“Primero. Igualdad completa de derechos políticos, y, por tanto, ser electoras y elegibles en las mismas condiciones que los hombres, sin otra restricción que la de capacidad legal que se tiene en cuenta para los varones”. Así hasta nueve. Aquella fue la primera manifestación sufragista en España. Al día siguiente repitieron frente al Senado. “Yo soy feminista: presido la Cruzada de Mujeres Españolas y fui de las que fueron a las Cortes a pedir los derechos electorales para la mujer”. Era Carmen de Burgos y Seguí quien hablaba. Era “Colombine” y también “Gabriel Luna”, “Perico el de los Palotes”, “Raquel”, “Honorine” y “Marianela”, tales los seudónimos con los que se la conocía. En este país de cuarenta y siete millones de habitantes, casi nadie la recuerda.

Había llegado de una tierra de luz imponente. Primogénita de los diez hijos del matrimonio, mujer hermosa de rizos vigorosos y profundos ojos negros. Era recia, elegante, y de naturaleza volcánica. Se crio en Rodalquilar, una pedanía del municipio de Níjar, en la provincia de Almería, dentro del parque natural del Cabo de Gata. Montañas, desierto, mina y borde de agua salada, el cortijo de su padre “La Unión”. Un padre que le dio la misma educación y cultura que a sus hermanos varones.

La quiso bien su padre y mal aquel marido del que se enamoró a los dieciséis años. La gran equivocación de su vida, diría luego, fue casarse. Arturo, un bohemio pintor y periodista, doce años mayor que ella, la maltrató, le fue infiel y además, sus tres primeros hijos fallecieron prematuramente. El matrimonio, en aquella época y durante mucho tiempo, fue una jaula con un trapo encima. Lo que ahí pasaba ahí quedaba. Podían ser caricias o, también, gritos y palos. Huir no era mucho mejor. Detrás de la huída, casi siempre les esperaba la pobreza y el rechazo social. Aún así, algunas mujeres escaparon. Muy pocas.

Carmen de Burgos y Seguí finalmente, decidió abandonar a su marido para comenzar una nueva vida sin él en Madrid, llevándose consigo a su única hija superviviente, María de los Dolores. Allí desarrolló su preocupación por los grupos sociales menos favorecidos. Implicada en la causa republicana, luchó por los derechos de las mujeres y los niños, la oposición a la pena de muerte, el divorcio y el sufragio universal. Esta lucha se vio materializada en 1920 con la creación de la Cruzada de las Mujeres Españolas. Llegó a presidir la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas.

Carmen de Burgos en Feminal (1907), publicación de la que era corresponsal en Madrid

Quiso vivir su vida. Estudió Magisterio y se convirtió en la primera mujer periodista que trabajó en la redacción de un periódico y también en la primera mujer corresponsal de guerra en España.

Casi nadie en este país recuerda que del vapor Cabo Nao, que atracó en Melilla el 23 de agosto de 1909, bajó Carmen de Burgos, aquella mujer pionera, a hablar con los soldados y a escribir sobre la guerra, allá por los días del Desastre del Barranco del Lobo, la acción militar en la que las tropas españolas fueron derrotadas por los rifeños. Al volver  a Madrid, escribió un artículo titulado “¡Guerra a la guerra!”. La consideraba una suprema barbarie humana y defendió el derecho de todo humano a negarse a matar.

Colombine, fotografiada en el verano de 1909 en Melilla

Casi nadie recuerda que fue la primera periodista española que trabajó en una redacción, que escribió cientos de artículos en periódicos madrileños como El Globo, Diario Universal, La Revista Universal, La Correspondencia de España y ABC, siendo la primera mujer corresponsal de guerra. Y que también escribió para otras publicaciones como Tribuna Pedagógica, La Educación, El Heraldo y El Nuevo Mundo de Madrid. Que toda su lucha social se ve reflejada en sus escritos. Que publicó más de 50 historias cortas, muchas por entregas en El Cuento Semanal, diversas novelas como La hora del amor (1916), La rampa (1917), Los espirituados (1923) o Quiero vivir mi vida (1931). Y que, entre sus ensayos prácticos de temática social y mujer, destacan: Arte de saber vivir (1918), El arte de ser mujer (1922) o La mujer moderna y sus derechos (1927).

Casi nadie recuerda que dio conferencias por varios países y dejó su último aliento en convertir España en una república democrática, progresista y afanada en educar a sus habitantes. Colombine fue una de las escritoras y defensoras de los derechos de la mujer más reconocidas y admiradas en las primeras décadas del XX. Casi nadie sabe, que en España hasta 1931 estuvo vigente el artículo 438 del código penal, en el que un hombre podía pegar a su mujer si la encontraba practicando adulterio. Sólo si la mataba sufriría destierro.

España se quedó pequeña para su fama y en su madurez, fue aclamada en Europa y América Latina. Era una de las pocas mujeres de referencia, junto a Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor o Victoria Kent. Pero ¿qué ocurrió para que su nombre fuera borrado de la historia con esa precisión quirúrgica?

La Comisaría del Pueblo para la Asistencia Pública de los primeros años de la URSS promulgaba que en el siglo XX había nacido una “mujer nueva” que exigía su independencia porque “sus intereses sobrepasan ampliamente los límites de la familia, el hogar y el amor”. En Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor, Colombine escribió: “Las virtudes femeninas que durante siglos se han cultivado en ella —pasividad, sumisión, dulzura— se revelan enteramente superfluas, inservibles, perjudiciales. La severa realidad exige otras virtudes: actividad, firmeza, decisión, dureza, es decir, virtudes que hasta hoy se han tenido por propiedad exclusiva del hombre”.

El 20 de diciembre de 1903, en su columna, Colombine publicó una noticia que decía: “Me aseguran que muy en breve se fundará en Madrid un ‘Club de matrimonios mal avenidos’, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras”. La idea armó un gran revuelo. Colombine fue publicando las cartas que recibía de los lectores, los intelectuales y los cargos públicos sobre el divorcio, y en marzo anunció que el debate continuaría en un libro titulado El divorcio en España. Aquella obra recogió la opinión de Unamuno, Baroja, Azorín, Vicente Blasco Ibáñez, Antonio Maura, Francisco Silvela o Raimundo Fernández Villaverde.

En Europa el divorcio era ya algo habitual, sólo Italia, Portugal y España no tenían establecido el divorcio, aunque consentían el matrimonio civil. Esta campaña dio una gran popularidad a Carmen de Burgos. Muchos de los autores que siempre había admirado, empezaron a valorar sus escritos y reconocieron su tesón para luchar por sus propósitos. Otros, en cambio, descubrieron a una enemiga de la tradición. La Iglesia y los sectores más reaccionarios (“la gazmoñería, la mojigatería y la beatería ambiente”, como ella los describió en una entrevista con el Caballero Audaz) intentaron desacreditar a la escritora con insultos y calumnias.

La bautizaron “la divorciadora” y la llamaron “puta”. Es el insulto más repetido en la historia. Es el lugar donde desembocan muchas discusiones y la etiqueta con la que descalifican a las mujeres que discrepan con la tradición. La ofensa se extiende al hombre en el apelativo “hijo de puta”, porque así, de rebote, la maldecida también es una mujer.

Dos años después de sacar a escena el tema del divorcio, Carmen de Burgos se propuso azotar la opinión pública con una campaña en prensa a favor del sufragio femenino. El 19 de octubre de 1906 inauguró una columna titulada “El voto de la mujer”. La periodista volvió a hacer una consulta y un mes después cerró la campaña con 4.962 votos: 922, a favor y 3.640, en contra. Parecía que el país aún no estaba preparado para que las mujeres votaran.

Hasta que el 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República. Colombine tenía 64 años y una salud hecha añicos, pero aún le quedaban fuerzas para lanzar una nueva campaña que exigía el derecho al voto de la mujer. La nueva Constitución proclamó España como «una república de trabajadores de toda clase». El país se hizo laico y Colombine vio por fin sus sueños cumplidos. La carta magna reconoció el matrimonio civil, el divorcio y el voto femenino. “Creo que el porvenir nos pertenece”, escribió en la revista Mujer el 27 de junio de ese año.

El 19 de noviembre de 1933 las mujeres votaron por primera vez en España. Colombine falleció el 9 de octubre de 1932. Mantuvo toda su vida ese espíritu anárquico. Desafió todas las cadenas, hasta las del espacio y el tiempo. Ni se ató a un domicilio fijo ni jamás dijo su edad. Prefería darse a esa naturaleza salvaje de la “tierra mora” donde se crió. 

No vio a las mujeres introducir su voto en las urnas. No vio tampoco derogarse la Ley del Divorcio en 1939, ya el terror caído sobre España, el país hundido en lo negro y en la muerte. No vio Colombine su nombre en la lista de autores prohibidos por el Régimen. No se asomó a ese pozo que nos ha durado tanto, a tanto lugar prohibido, tanta verdad acribillada, tanto silencio. La memoria perdida y la mujer abajo, con los huesos calados.

Si volviera una tarde, Carmen de Burgos y Seguí, a la luz de este marzo, si volvieran todas, si nos miraran, ¿qué verían? Su lucha heroica convertida en derechos, de eso no hay duda. Pero también, es inevitable pensar en todo lo que falta por conseguir: las voces de tantas que aún mueren, las de quienes hoy en día todavía ven a “la mujer en casa y con la pata quebrada”, las de otras mujeres, en otros lugares, que aún no tienen derecho a hablar, a estudiar, a vestir como quieren. El ruido ensordece, el camino está por delante.

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

2 comentarios sobre “El porvenir nos pertenece a todos, hombres y mujeres por igual

  1. Un ejemplo impresionante para al defensa del progreso y de los avances sociales. En ocasiones el adoctrinamiento de la mujer en general, ha sido responsable del retroceso para el feminismo. Como ahora, que parece ser más importante lo que sucede entre sabanas. que el estado de la sanidad, la igualdad o la educación. Un saludo.

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  2. Hola Carlos, buenas noches.
    Sí, por la lucha de mujeres así se han ido conquistando derechos que parece hubieran existido desde siempre. Y pocos las recuerdan.
    Es cierto que en estos tiempos, no sé si porque los medios de comunicación nos creen a todos idiotas, o porque hay interés en que estemos entretenidos en temas banales, es como tú dices, más importante lo que pasa entre sábanas que los temas que realmente debieran importarnos. ¡Una lástima!
    Un saludo también para ti.

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