Navidad en Argentina

¡Feliz Navidad! ¡Feliz Año Nuevo! Los deseos son los mismos, pero ¿la forma de festejar las fiestas, es la misma en todas partes? Comencemos recordando que Argentina está habitada por un crisol de razas, las cuales conservan por lo menos en parte sus costumbres. Por lo tanto cada uno tiene tradiciones que respeta, o lo que es más común tiene en su propia familia una extraña mezcla de tradiciones en la que conviven los árboles de Navidad con el pesebre, el Papá Noel con los Reyes Magos, el pan dulce italiano con los turrones españoles, los villancicos cantados en inglés o en alemán con la zambomba. Y si a esto se agrega que la Navidad en el hemisferio sur cae en pleno verano, tenemos una diversidad muy grande de experiencias de las fiestas, dificil de explicar o por lo menos de resumir. Es por esto que me limitaré a contaros cómo eran mis fiestas en Buenos Aires.
Cuando era pequeña la gran ilusión de la Navidad era esperar a los Reyes Magos que llegaban hacia el 20 de diciembre al centro de la capital argentina, y se instalaban en un gran salón de Gath y Chaves. Lo normal era que llegaran a un lugar céntrico como el Obelisco o la Plaza de Mayo,  y bajaran del helicóptero bien vestidos y con su bolsa de juguetes repleta. Unos días después, no demasiado porque la impaciencia era grande, mis padres nos llevaban con mi hermano a saludarles y a entregarles la bendita carta escrita con la mejor letra y sin faltas ni borrones, a ser posible con un hermoso dibujo y con sobre escrito también prolijamente. Aún no existían las cartas prediseñadas tan iguales y anónimas como las que usan hoy en día los chavales españoles. Gath y Chaves era un gran almacén (digo era porque ya no existe) del estilo de El Corte Inglés en España, que se adornaba con sus mejores galas y sus clásicos motivos en verde y rojo. Las escaleras mecánicas se llenaban del bullicio infantil, la fila para esperar el turno de visitar a los Reyes era inagotable (lo que sí se solía agotar era la paciencia de los mayores con la espera y los gritos de excitación de los niños) hasta que se llegaba a estar delante de los tres personajes que imponían respeto con su sola presencia. Ante ellos uno se sentía mucho más pequeño de lo que era. Se imponían la seriedad y el silencio, al fin y al cabo de sus preguntas y de nuestras respuestas dependía el regalo que luego trajeran. En el comedor de nuestro pequeño departamento armábamos el belén y el árbol de Navidad. El Nacimiento tenía el pesebre con todas sus figuras, incluyendo los Reyes Magos quienes día a día avanzaban un poco su camino hacia el niño Jesús y hasta tenía un bonito lago con dos cisnes. El árbol al principio tenía unas pequeñas velas que se encendían la noche de Nochebuena, hasta que un año se nos quemó el árbol y las velitas pasaron a mejor vida, y dejaron lugar a las tradicionales bolas de vivos y brillantes colores.
La noche de Nochebuena era para pasar en familia, o sea en casa de mis abuelos maternos. La cena se solía iniciar con un plato de Melón con jamón (recuerden que en diciembre hace bastante calor en Buenos Aires), o con un Pionono salado (un bizcocho relleno y arrollado), o el famoso lechón adobado, asado desde la mañana en el horno de la panadería y servido frío a la noche con un acompañamiento de ensalada rusa. Luego la tradicional Merluza en salsa verde preparada por mi abuela Memé, quien por haber nacido en Donosti y haberse criado en Hernani, recordaba y preparaba muy bien los platos vascos. El segundo plato solía ser una carne asada con salsa que preparaba mamá y que se servía con puré y ensalada. Entre los postres, porque eran más de uno, en general se contaba el ananá con crema (piña con nata montada), helados, algún bizcocho hecho por Memé y un postre compuesto por una capa de vainillas rociadas con cognac, nata montada y mitades de duraznos en almíbar (melocotones), al que llamábamos «Huevos fritos» desde un día en que una amiga de la familia al verlos llegar a la mesa dijo: «¡Ay no!, yo huevos fritos ahora no quiero».
Por supuesto luego venía el café para los grandes, la copa, el puro de mi abuelo Venancio a quien, precursores de la lucha antitabaco, siempre protestábamos porque atufaba a todo el mundo. Y como broche, los turrones que habían mandado el tío Paco y mi madrina Elena desde un lugar muy muy lejano que se llamaba San Sebastián, y debía ser muy bonito por todo lo que hablaban de él. Entre charlas, juegos, risas y canciones de mi abuelo coreadas por todos, pasaba el tiempo y la feliz noche llegaba a su fin. Cansados regresábamos a nuestra casa para encontrar que Papá Noel ya había pasado por ella y nos había dejado los regalos bajo el árbol. El sueño dejaba paso a la excitación y a la alegría, los ojos volvían a abrirse y los juegos llenaban la casa. Un año pasó algo especial. Cuando volvíamos hacia casa, papá , mi hermano y yo nos quedamos viendo una vidriera (escaparate) muy bonita, mientras mamá se adelantó en llegar a casa. Cual no sería nuestra sorpresa al llegar y descubrir a Papá Noel que justo estaba dejando los regalos en nuestro árbol. A nuestros gritos llegaron todos los vecinos, grandes y chicos, de la casa. La emoción fue enorme. Todos recibimos nuestros regalos y le dimos grandes besos, menos mamá que no apareció y se perdió toda la fiesta.
Al día siguiente también íbamos a casa de mis abuelos, y allí recibíamos los regalos que Papá Noel nos había dejado en su casa. Nuevamente la fiesta era comer, y los platos fríos y calientes se sucedían. Jugábamos en la azotea mientras los mayores descansaban o charlaban en el comedor, allí estrenábamos nuestros juguetes y disfrutábamos del día de fiesta.
Para fin de año la cosa era parecida, el reunirse con la familia, la comida, las charlas y los juegos, pero se agregaban los fuegos artificiales. La Nochevieja, sobre todo a partir de las doce de la noche estalla en Buenos Aires una verdadera batahola de cañitas voladoras, buscapies, cohetes y bengalas. Cuando hace un par de años, conocí aquí en España lo que es la Nuit des Focs en Valencia para las Fallas, recordé aquellas noches en que casi todos los habitantes de Buenos Aires se gastaban su dinero en estos hermosos efectos de luz y sonido. Lo importante era festejar que se terminaba un año, y que el siguiente nacía con un buen recibimiento para que nos fuera propicio. Nosotros los íbamos a comprar con mi tío Paco la tarde del 31, había que elegirlos cuidadosamente. A mí no me gustaban los buscapiés, porque como se acercaban demasiado me daban miedo, prefería las bengalas de bonitos colores y los globos que impulsados por su llama de fuego, cruzarían la noche alegrándola.
Cuando fui adolescente y comencé a trabajar, descubrí otras costumbres de las fiestas. La primera es que las fiestas comienzan en las oficinas bastante tiempo antes. Desde los primeros días de diciembre, los amigos y los compañeros de trabajo empiezan a decirse mutuamente «Tenemos que juntarnos antes de las fiestas». Parece que fuera una prioridad la de juntarse con los amigos a festejar antes de que termine el año, y así las cenas y despedidas de año se suceden, y el espíritu de la Navidad va ganando la calle y todos sin excepción terminan su conversación con un «Bueno che, Felices Fiestas para vos y para tu familia». Y así entre saludos, cenas, despedidas y comidas que se organizan en la misma empresa, a veces en el mismo lugar de trabajo y a veces en restaurantes o salones con una opípara comida, show y hasta rifas, va llegando el día 30, o el último día laborable antes de fin de año.

Y entonces el centro de Buenos Aires estalla en una lluvia multicolor de papelitos. Quien no lo ha vivido, no se puede imaginar lo que es. Cada uno de los empleados de la multitud de oficinas que pueblan el microcentro de la ciudad, tira por la ventana más cercana las hojas del calendario de mesa que ha estado utilizando durante todo el año, los papeles que ya no le sirven cortados en pedacitos, las hojas de listados de computadora, etc. Las cintas de papel de calculadora se enrollan en los árboles de las veredas formando curiosos árboles de Navidad, y esa tarde uno puede caminar por las calles sobre alfombras de papel. Y así, con el sabor de la sidra y el pan dulce y los efusivos saludos entre amigos y compañeros, parece que terminara una etapa de la vida y se iniciara con más ánimo y optimismo la siguiente, que está apenas a dos o tres días. Con ese mismo espíritu deseo a todos los que se acercan a esta Web un nuevo año de Paz, Amor y Trabajo y

¡¡¡MUY FELICES FIESTAS!!!

Este texto, que pertenece al número 1 de la web «Cambalache», es de mi autoría y fue escrito en octubre de 1997

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

2 comentarios sobre “Navidad en Argentina

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