Zarzuela en Buenos Aires (II) Agrupación Lírica Amistad

Os contaba ayer la experiencia de participar en una compañía de zarzuela en Buenos Aires.

Ya os hablé del elenco, de los ensayos, la escenografía, la utilería, el vestuario y la música. Por último tendría que hablaros de las obras y las representaciones en sí, el fruto de tanto esfuerzo conjunto. Lo extraño de este conjunto es que, siendo una agrupación de vocacionales, se atreviera con zarzuelas completas.

Porque, si bien en algunos lugares hacíamos estampas (o sea fragmentos de zarzuelas), sobre todo en lugares donde el escenario era pequeño, no se prestaba para armar toda la escenografía, o directamente no existía, la mayoría de las veces representábamos las zarzuelas en su totalidad.

Así compartimos con nuestro público obras como: “La Revoltosa” “El Dúo de la Africana” y “Gigantes y Cabezudos” que ya he nombrado, además de “El Puñao de rosas”, “Claveles”, “Molinos de viento”, “La alegría de la huerta”, “La Dolorosa”, “Agua, azucarillos y aguardiente”, obras que representamos completas, con vestuario y escenografía de hechura propia. Y estampas con escenas de “La verbena de la paloma”, “Gavilanes”, “Doña Francisquita”, “Luisa Fernanda” o “El caserío”.

Y hablar de las funciones daría para una revista entera, con sus mil anécdotas. El espíritu de la Agrupación era altruista. Si bien cobrábamos algo para los desplazamientos y para ayudarnos a autofinanciar decorados, ropa, luces y materiales, ofrecíamos nuestro trabajo y la recaudación a centros regionales de otras colectividades, escuelas, asociaciones sin fines de lucro, asociaciones vecinales de fomento, clubes y hogares de ancianos, tanto de Capital Federal, como de diferentes pueblos del Gran Buenos Aires. Y en todos lados éramos recibidos con muchísimo respeto y entusiasmo.

Recuerdo las caras de los hombres y mujeres del Hogar Virgen de los Desamparados, muchos de ellos españoles, que con lágrimas de emoción, seguían con sus labios las romanzas aprendidas en su juventud.

Un día nos tocó actuar en un hermoso teatro de un colegio de Florencio Varela. Las adolescentes (chicas entre 12 y 20 años) entraron en malón al teatro cuando, a telón cerrado, ultimábamos los preparativos para levantar el telón y el griterío era tan ensordecedor que nos asustamos pensando que no nos iban a escuchar nada y que no les iba a interesar.

¡Qué error! Cuando la música empezó a sonar, los gritos se convirtieron en murmullos y al levantarse el telón, un ¡ohhhh! mayúsculo dio paso a un silencio expectante. Rieron en los momentos graciosos, vimos lágrimas en los rostros juveniles en los momentos dramáticos y fue una de las pocas veces que, por una ovación enorme, se repitió el dúo de Felipe y Maripepa de “La Revoltosa”. Todo un descubrimiento para esas chicas que exploraron, muchas de ellas por primera vez, lo que es una zarzuela y el entusiasmo que puede despertar.

Otra vez nos tocó viajar al pueblo de 9 de Julio. La primer sorpresa nos la llevamos cuando fuimos a ver el lugar donde íbamos a actuar a la noche. Se trataba de una cancha de básquet, sin escenario ni nada que se le pareciera. Ahí mismo nos pusimos en campaña. Con 2 arcos movibles de básquet y la cortina de una panadería, improvisamos el telón. En un club conseguimos unas tarimas y con la ayuda de la camioneta de un buen hombre a quien abordamos en la calle, las llevamos y armamos el escenario. Terminamos de armar la escenografía 5 minutos antes de la hora de comienzo, muertos de cansancio antes de empezar y sin tiempo siquiera de darnos una ducha.

Lo que no sabíamos es que el hombre que nos llevaba, había tenido un problema con la gente del pueblo, le habían boicoteado la propaganda y cuando, después de todo el esfuerzo, fuimos a levantar el telón, sólo teníamos 15 espectadores. Fue muy gracioso, 20 personas arriba del escenario actuando para 15. Bueno, en realidad, fue gracioso cuando lo contábamos después, porque en el momento no nos causó mucha gracia que digamos. Al día siguiente cantamos la Misa Criolla en la catedral del pueblo y al terminar, la gente venía a preguntarnos dónde íbamos a actuar, sin saber siquiera que la función ya había pasado.

Hubo otra noche en que actuamos en un pueblito del sur de Santa Fé. El teatro no era muy grande y estaba tan lleno de gente, que hasta se habían sentado en los pasillos. Hubo risas, aplausos, emoción. La función salió espléndida y después de desarmar el decorado (cosa que también hacíamos nosotros, claro) nos llevaron al club del pueblo donde nos sirvieron un asado de primera y nos agasajaron cantando canciones argentinas a las que contestábamos nosotros con nuestros coros y dúos, en una improvisada competencia musical. Esa noche se lucieron Arturo que, como siempre, se arrancaba a recitar de una forma magistral, y Kurt que se descubrió como un excelente recitador de versos criollos.

Todo terminó entre risas y vino a las tantas de la madrugada, con un frío congelador en la calle. Y, como cada vez que hacíamos función doble de sábado y domingo, aún nos quedaba ir a dormir al lugar que los organizadores nos habían destinado. Unas veces era en habitaciones de hotel, otras era en casas de familia, o el pabellón dormitorio de algún colegio.

Esa vez la sorpresa fue mayúscula, porque el lugar elegido era una hermosísima estancia de una multinacional norteamericana, con cantidad de dormitorios cada uno decorado en un color todo a juego, hasta el jabón del baño, con chimeneas encendidas que caldeaban el ambiente y multitud de detalles decorativos que los más traviesos nos dedicamos a descubrir, porque desde luego esa noche, con tantas sorpresas lindas, no dormimos mucho.

Al día siguiente, la mesa de desayuno estaba repleta de panes y bollería casera, mermeladas, dulces, quesos, un festín para reponer fuerzas y cantar poniendo todo nuestro entusiasmo. Siempre nos acordaremos de ese lugar.

Otro día actuamos en otro precioso teatro en el colegio alemán de Villa Ballester. Las cosas se torcieron desde el comienzo. La directora Alba y la soprano Carmen tuvieron un inconveniente con el coche que las llevaba y llegaron en el último momento, muy nerviosas, cosa que se contagió rápidamente. Con algunos desafines y alguna entrada mal hecha, la obra transcurrió más o menos hasta el final.

No creo que el público se diera mucha cuenta de los fallos, pero nosotros estábamos todos tristes, porque esa noche no había habido magia. Hasta el momento en que, ya cambiados y comiendo los bocaditos con los que nos agasajaban en el hall del teatro, Esteban levantó la mano, los demás seguimos y cantamos nuevamente casi toda la zarzuela, pero esa vez con todas las ganas y la fuerza, logrando una ovación como no la habíamos tenido un rato antes.

Y no os vayáis a creer que siempre nos salían mal las cosas. Lo normal es que todo saliera bien y que el entusiasmo que desplegábamos sobre el escenario se transmitiera a los espectadores.

¡Cuántas veces alguien nos dijo que dábamos envidia, porque parecíamos una gran familia, más que una compañía de zarzuela!

¡Cuánta gente nos aplaudió de pie, cuánta se rió y lloró metidos en los personajes!

¡Cuánto nos divertimos nosotros llevando un arte poco conocido a pueblos alejados de la capital!

¡Cuánto disfruté al lograr del público una carcajada con nuestros dúos cómicos con Raúl!

No creo que haya ninguna otra experiencia parecida a la de subir a un escenario y conseguir que un montón de gente esté pendiente de tus palabras o tus gestos y sentir la emoción provocada flotando delante de ti.

Recorrimos muchos kilómetros, llevando con nosotros, como hormiguitas viajeras, el vestuario y los decorados, que eran especialmente diseñados para ser transportados junto a nosotros en los autobuses. Y también nos permitió conocer lugares y hacer muchos amigos. Maravillas de la gran Buenos Aires cosmopolita, de permitir la formación de grupos artísticos vocacionales, que muchas veces trabajan con más seriedad, entusiasmo y dedicación que los mismos profesionales.

¡Cuántas veces se nos hizo un nudo en la garganta al cantar al final de cada representación nuestro himno: “Amigos, siempre amigos, juntos marchemos en las luchas de la vida…”! ¿Verdad Luisito, Any, Eduardo?

Porque en realidad eso éramos: un grupo de Amigos, que además cantábamos, actuábamos, trabajábamos y nos divertíamos. Como diría el poeta: “¡Lindo haberlo vivido, para poderlo contar!”

Publicado por BlogTrujaman

Desconfío de aquellos autores, músicos, escritores que, escribiendo ficción, dicen no escribir sobre su propia vida. Al escribir, uno se va enredando en sus propios recuerdos y aparecen entremezclados en la obra. Es muy difícil que todo lo que cuentas le pase sólo a tus personajes. Detalles, pequeños gestos, lugares, contaminan lo que sale de tus manos y no puedes separarte de tus propias experiencias. A mí también me suele pasar. Por eso, en un momento dado, decidí escribir directamente sobre lo pensado y vivido en este planeta, en este viaje. O tal vez, el miedo a desaparecer sin dejar rastro, hizo que me decidiera a abrir la caja de mis recuerdos para contar sin filtro, instantes de un tiempo que no volverá.

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